
Escribe: José Martinez Sanguinetti, fundador de Sothys Capital
La evolución de los mercados financieros durante este 2025 envía una señal inequívoca: el momento de reconocimiento ha llegado incluso para los EE.UU. La debilidad relativa del dólar y la necesidad de concentrar la deuda del Tesoro en plazos cortos nos confirman que ni siquiera la economía más potente del mundo puede escapar al rigor del mercado. Ante la imposibilidad política de elevar impuestos, Washington se ve forzado a sanear sus finanzas mediante una estrategia de aranceles y concesiones comerciales.
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Interpretar esto únicamente como una crisis fiscal es superficial. Lo que estos indicadores nos revelan es el agotamiento de un modelo económico global que ha tocado techo. El endeudamiento sistémico no es la causa, sino el síntoma de nuestra obsolescencia tecnológica.
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Este es un problema compartido por todos los países desarrollados y China. En el fondo, no es que “faltan recursos” para pagar las deudas acumuladas, sino que nos falta la tecnología eficiente para explotar la inmensa riqueza disponible. La escasez, en última instancia, es un problema tecnológico. Así, la competencia entre potencias se intensifica. China enfrenta este escenario con niveles alarmantes de deuda interna y un colapso demográfico que erosiona su base productiva. EE.UU., aunque con la necesidad de reingeniería fiscal, mantiene la ventaja de una demografía resiliente y la profundidad de su mercado de capitales.
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Esta rivalidad se plasma en la arquitectura de alianzas. Occidente se apoya en la OTAN, mientras China despliega una estrategia transaccional en el “Sur Global”, controlando nodos críticos como el puerto de Chancay en Perú o cadenas de suministro en el Congo. Sin embargo, el campo de batalla donde se decidirá la hegemonía es el laboratorio. Ambas potencias destinan capital masivo a la Investigación y Desarrollo porque entienden que solo la innovación disruptiva genera el valor necesario para licuar las deudas del pasado.
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La gran beneficiada de esta carrera será la población global. Estamos a las puertas de liberar tecnologías que transformarán la “escasez” en abundancia. El ejemplo más claro es la energía. La presión actual está acelerando la fusión nuclear en Canadá, Alemania y China. Pero el horizonte es aún más vasto: la explotación de energía solar en el espacio. En computación, la obsolescencia a la que nos condena la ley de Moore cederá ante la computación cuántica. En medicina, la convergencia de IA y biotecnología permitirá atacar el envejecimiento, transformando la salud pública. En la producción de alimentos, la agricultura vertical y la desalinización avanzada demuestran que no falta tierra ni agua, sino la técnica para gestionarlas.
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La próxima década estará definida por una marcada dualidad. Por un lado, asistiremos a la lenta extinción de un modelo económico basado en el petróleo y la combustión orgánica. Por el otro, veremos el despliegue de una estrategia de innovación radical nunca antes vista.
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El mercado nos dice que las viejas herramientas se han agotado. La deuda y la confrontación son los dolores de parto de una nueva era. La obsolescencia tecnológica nos limita, la ciencia nos libera. Hace un millón de años, nuestros antepasados dominaron el fuego; hoy los recursos para un bienestar global sin precedentes están esperando que, una vez más, tengamos la audacia de desarrollar la tecnología para alcanzarlos.








