Docente de la Universidad de Lima
El 8 de septiembre último, el Reino Unido y el mundo entero vivieron el fin de una era. Isabel II, monarca de la Gran Bretaña y la Mancomunidad de Naciones (56 estados soberanos) durante 70 años, expiró. Con su partida también llegó a su fin el reinado más prolongado de la historia británica (superando al de su icónica tatarabuela, la reina Victoria) y probablemente el que ha experimentado más transformaciones sociales, políticas y culturales; tanto en número como en profundidad.
Hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914, la monarquía británica aún se encontraba bajo la impronta de la rigorista reina Victoria. Incluso tras su muerte, en 1901, la institución seguía envuelta en los protocolos y estándares de la era de mayor extensión del imperio británico. Sin embargo, la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) aceleraría los cambios tanto para el país como para la propia monarquía. Si bien la imagen de los reyes Jorge VI y su consorte Isabel salió fortalecida de la conflagración mundial, la política británica y la institución monárquica sufrió cambios drásticos como la progresiva pérdida de peso en el concierto internacional de países y el paulatino desmantelamiento del imperio británico. Fue así como cuando Isabel II sucedió a su padre en febrero de 1952, la era del Rule Britannia había llegado a su fin.
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No obstante, la “segunda era isabelina” también experimentaría transformaciones que le permitirían sobrevivir a un mundo que, en el contexto de la Guerra Fría, se encontraba regido por el enfrentamiento bipolar entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, y en el que los antiguos poderes europeos habían perdido protagonismo. El imperio transitó hacia la figura de la Mancomunidad de Naciones, la cual, hasta la fecha, promueve la cooperación y el desarrollo económico, social y cultural entre sus miembros, y fomenta la democracia, los derechos humanos y el estado de derecho. Compuesta por 54 países, muchos de los cuales fueron colonias británicas, la Mancomunidad encontró en Isabel II una figura que logró conservar los lazos históricos entre el Reino Unido y estas naciones independientes del África, Asia, América, Caribe y Oceanía. No es un secreto que el monarca no está permitido constitucionalmente de tomar posturas políticas, pero su presencia como cabeza de la Commonwealth influyó en que muchos de los países miembros no se alinearan ni con Washington ni con Moscú.
A lo largo de sus 70 años en el trono, culminando con el único Jubileo de Platino celebrado en la historia británica, el reinado de Isabel II logró un equilibrio casi estratégico entre la continuidad y la adaptación. Si bien no se sabe lo ocurrido tras bambalinas, lo cierto es que la institución bajo la difunta Isabel halló un punto medio entre lo que había que mantener e innovar, en un mundo que cambiaba cada vez más rápido. Desde su coronación en junio de 1953, la primera en ser televisada, Isabel II tuvo una relación estrecha con la tecnología, la cual se fue desarrollando de manera acelerada a lo largo de su reinado. Décadas después, sería la primera monarca en hacer una llamada por celular, en mandar un correo electrónico, tuitear y usar redes sociales. En lo político, no solo dio concesión a la independencia durante las décadas de la descolonización, sino también la devolución de poder de los parlamentos de Escocia, Gales e Irlanda del Norte para equilibrarlos frente al de Westminster; su anuencia sobre leyes que ampliaron los derechos sociales de los británicos; la creciente presencia de mujeres en la política (siendo su relación con Margaret Thatcher la más conocida durante los ochenta); y la consolidación de un mundo globalizado.
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Pero la longevidad no solo ha sido sinónimo de constancia. Recordemos que la mayor parte de británicos nacieron durante su reinado y solo conocieron a Isabel II como jefa de Estado del Reino Unido. Además, que su imagen se convirtió en un ícono reconocido universalmente y, más recientemente, objeto de una mega producción de Netflix. La valla es alta y la nueva era carolina se inicia con mucha expectativa y escrutinio; como también se puede observar con la baja aprobación con la que ha comenzado. Carlos III estuvo pendiente de las nuevas tendencias y los cambios durante su larga espera como Príncipe de Gales, lo cual también le trajo criticismo de diversos sectores. Ya fuera su interés por el cuidado del medio ambiente, la horticultura, las religiones y los segmentos desfavorecidos, la franqueza abierta del ahora monarca del Reino Unido también representa una oportunidad; y los cambios ya se hacen notar.
La ceremonia de coronación, que tendrá lugar el 6 de mayo, será transmitida en vivo en diversas plataformas y dirigida a un público global. Los dignatarios y representantes invitados serán muchos menos que en la coronación pasada, al igual que su duración será menor; asimismo, la pompa y regalía que siempre caracterizaron a esta ceremonia solemne serán atenuadas para ir en sintonía con los nuevos tiempos y con una proyección hacia el futuro de la monarquía. Como rey del Reino Unido, Carlos III es también Gobernador supremo de la Iglesia de Inglaterra y ha manifestado su voluntad de incluir a representantes de otros credos en la ceremonia de entronización para reflejar la diversidad de la sociedad británica. Por su lado, los pares del reino, quienes solían vestir sus togas ceremoniales de terciopelo escarlata ribeteadas con armiño y sus coronets respectivos, ahora lucirán un conjunto más sencillo; asimismo, se especula que los príncipes, el arzobispo de Canterbury y otros pares de alta jerarquía quizás no se arrodillen ante el monarca como suele ocurrir.
El repertorio musical también será diverso. Además del solemne “Zadok the priest”, que acompañará la unción del rey con aceite santo, la ceremonia y las celebraciones posteriores incluirán, respectivamente, la participación del compositor Andrew Lloyd Webber y Patrick Doyle, el director Antonio Pappano, cantantes de género gospel, y se difundirá una playlist con temas de cantantes británicos de diferentes generaciones hasta los más modernos. El propósito, según manifiestan, es hacer partícipes a todos los segmentos en una celebración que representa visiblemente la cultura e historia británicas. Gran expectativa sobre este nuevo reinado, que necesitará estar a la altura de los nuevos e inciertos tiempos y de lo que Walter Bagehot (1867) llamó “la parte dignificada” de la Constitución y del sistema político británico.