Economista, docente de la Escuela de Posgrado de la U.Continental
- A comienzos de mes, caí en cuenta que mi última columna del año sería publicada el Día de los Inocentes. Entre las opciones que repasé estuvo describir lo bien que nos iba en materia económica debido al consenso político alcanzado, y tras reseñar todos los logros que estábamos teniendo –imaginándome la cara de desconcierto del lector– terminar con el clásico: ¡Feliz Día de los Inocentes! Descarté la opción por rayar en el sado-masoquismo.
- Pero no olvidé el día que se celebra hoy. Consulté con el Sr. Google y así me enteré que el 28 de diciembre concurren dos tipos de celebraciones, bastante antagónicas entre sí. La primera es la que conocemos en el Perú y en el mundo hispano, donde se acostumbra a hacer bromas en las que los incautos caen por inocentes. Sin embargo, y esto es lo que yo desconocía, el cristianismo adoptó este día para honrar la memoria de los niños que murieron durante el mandato de Herodes, quien mandó a matar a todos los niños menores de dos años en Belén a fin de evitar que el recién nacido Jesús de Nazaret viviera y supuestamente lo destronase.
- El cristianismo celebra la memoria de los niños inocentes que sufrieron a causa de un rey desquiciado, que solo pensaba en él y en mantener el poder a toda costa. En la historia ha habido muchos gobernantes que hicieron sufrir a millones de inocentes. Con engaños y políticas perniciosas empobrecieron y generaron hambre, e, incluso, muerte. Stalin, Hitler, Mao, Castro, Sadam Huseín... Los ejemplos abundan y no son tan lejanos, ni en el tiempo ni en el espacio. En América Latina hemos vivido muchas dictaduras –de derecha y de izquierda– y la constante ha sido que los que más sufren son los inocentes, quienes ni se enteran por qué ya no pueden darle de comer a sus hijos o no dan con el paradero de alguno de sus familiares.
- Hace poco, nuestras instituciones prevalecieron y evitaron que un aspirante a dictador terminase de destruir la precaria institucionalidad democrática en el Perú y que siguiese socavando la escasa funcionalidad de nuestro aparato estatal. Estuvimos muy cerca del colapso. El gobierno de Castillo no solo cobijó a facinerosos, sino que estuvo conducido por personajes corruptos e incapaces. Los inocentes –o “los nadies”, como en el poema de Galeano¬ iban a ser, una vez más, los que pagarían la onerosa cuenta.
- Al final, nos salvamos casi por milagro. Lo del 7 de diciembre todavía parece una noticia del Día de los Inocentes, pero por suerte no fue una broma, sino más bien una nueva oportunidad. Y todo parece indicar que la Sra. Boluarte ha entendido la importancia de aprovechar bien la oportunidad en favor de los nadies, de los inocentes. Ojalá tenga éxito; estoy seguro que este es un deseo de Año Nuevo que la mayoría de peruanos abrigamos en nuestros corazones.