En el mundo, 5,400 millones de personas –el 70% de la población– viven bajo dictaduras (Naím, 2024). Los políticos aún no encuentran respuestas claras de qué modelo es el adecuado para su país, eso sí, los dictadores saben muy bien cómo manipular las instituciones a su favor.
Trabajé y viví tres años en Venezuela donde lo perdí todo. Vi cómo un país próspero al cual admiro se desmoronó, obligando a millones de familias a abandonar sus sueños y dejar sus hogares, sin ninguna esperanza. La única promesa que cumplen los dictadores es la de pobreza, miseria y opresión.
El primer país al que fuimos a hacer empresa, llevando la bandera del Perú, fue Venezuela. Recuerdo su poderoso desarrollo empresarial y lo imponente del Parque Industrial de Carabobo, el que era responsable del 40% de toda la industria venezolana y generaba 600 mil empleos directos.
En las aulas del IESA supe que Venezuela fue ‘el campeón mundial por 50 años’ en todo lo referido a crecimiento económico, exportaciones, empleo, bajo nivel de pobreza, baja inflación, nivel de calidad de vida, en suma, todos los indicadores macroeconómicos que le dan solidez a una nación. En clases nos decían: “La primera gran autopista no se hizo en Alemania, se hizo en Venezuela”. Tenía sentido, considerando que China estaba aún aislada y Europa enfrentaba la posguerra. Los profesores nos mostraban como este gran país había sido ejemplo de una prosperidad que yo percibía tanto en sus instituciones, como en la alegría de su cultura y la igualdad con la que los venezolanos se trataban y me trataban a mí, un extranjero. Nunca fueron una sociedad ni violenta, ni polarizada.
Un país que atraía talento mundial y lo recibía con respeto. Desde Europa a América Latina, Venezuela era el país al que todos querían migrar y del que nadie quería irse. Por eso hoy duele tanto mirar como en una década 7,7 millones de venezolanos emigraron. 90% de ellos en edad laboral, una pérdida significativa de talento joven y capacidad.
Esa fue la Venezuela que conocí: un país de gente cálida, donde era posible invertir, crecer y prosperar. Pero ese país ya no existe. Fue destruido, no por una guerra, aunque hoy sus indicadores sean peores que los de países devastados por conflictos armados. Su colapso no vino de afuera, sino de quienes la gobernaron.
“Cuando no hay instituciones sólidas no hay inversión, el empleo y la confianza desaparecen. Los dictadores, en cambio, inventan enemigos y nos dividen”.
Cuando no hay instituciones sólidas no hay inversión, el empleo y la confianza desaparecen. Los dictadores, en cambio, inventan enemigos y nos dividen. Al final, siempre pierde el pueblo: pierden su libertad, pierden sus derechos, pierden la oportunidad de progresar, pierden la paz y pierden la FE. Los venezolanos conocen muy bien lo que ocurre cuando quienes gobiernan solo buscan mantenerse en el poder a cualquier costo, y por eso mismo hoy el dictador Maduro se niega a dejar la presidencia después de unas elecciones que perdió.
La libertad y la democracia necesitan instituciones sólidas que funcionen y que no sean la guarida de mafias ni el botín de dictadores. No podemos normalizar la corrupción, la indolencia, el olvido, ni las tiranías. Las instituciones son esenciales para el buen funcionamiento de cualquier país: sostienen la democracia frente a los populismos, la polarización y la posverdad. Son clave para el crecimiento económico, garantizan elecciones libres, protegen a las familias y aseguran sistemas de salud y educación que funcionen para todos.
Sin instituciones, la democracia se quiebra. En Venezuela, millones de personas no pudieron votar, candidaturas valientes como la de María Corina Machado son bloqueadas, la prensa es perseguida y los resultados electorales no son confiables.
No podemos aceptar esto como normal. En Venezuela, casi 19 millones de personas necesitan ayuda humanitaria porque no tienen acceso ni a salud, ni a una alimentación adecuada. El salario mínimo ronda los 4 dólares al mes. Este es el precio de la dictadura.
Salir de una dictadura no es fácil, pero aceptarla es peor. Sin libertad, los países fracasan y lo peor es la indiferencia. Levantar la voz contribuye a que otros lo hagan y a que nos demos cuenta de que la defensa de las instituciones y los derechos son el camino para que las sociedades avancen y las familias progresen.
Hoy, Venezuela enfrentará un momento histórico, es importante que Edmundo González, reconocido como presidente por diferentes naciones democráticas, María Corina Machado, lideresa de la oposición, y el pueblo venezolano sepan que no están solos. Mientras tanto, debemos preguntarnos si: ¿seguiremos permitiendo que Venezuela lo pierda todo, o ayudaremos a recuperar la libertad y la sensatez?
Desde mi espacio quiero expresar mi dolor y solidaridad por este momento que están viviendo, y deseo que recuperen la libertad y la sensatez.
La libertad, los derechos y la vida no tienen fronteras.
Defendamos estos valores juntos.
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