Escribe: José Pedro Martínez Sanguinetti, vicepresidente ejecutivo de Inversiones Rimac Seguros.
Aproximadamente el 40% de las emisiones de gases de efecto invernadero que se acumulan en la atmósfera son generadas por la actividad agrícola. Adicionalmente, hasta el 80% del agua dulce que se consume en nuestro planeta se destina al agro. Entre 10% y 20% del agua se destina a la indistria y hasta 10% se destina al consumo humano. Por cada litro de agua que consumimos, otros nueve han sido utilizados para producir nuestros alimentos e insumos.
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Si bien es cierto que tres cuartas partes de la superficie terrestre están cubiertas por agua, solo el 2.5% es agua fresca. El resto es agua salada o salobre. De esa pequeña proporción de agua dulce, solamente el 1.2% se encuentra en ríos y lagos sobre la superficie. Alrededor del 30% del agua fresca se encuentra bajo tierra y el otro 69% se encuentra en los glaciares y polos.
Asegurar el abastecimiento de agua constituirá un reto dado que se espera que para 2050 la población crezca a diez mil millones de personas y que el consumo de agua se eleve en 25%. Al mismo tiempo, las emisiones de gases de efecto invernadero tendrían que reducirse en 55% en esta década para evitar que la temperatura promedio en el planeta se estabilice a partir de 2050 1.5 grados centìgrados por encima de los niveles previos a la revolución industrial.
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Aunque este reto es considerable, disponemos de la capacidad de crear nuevas tecnologías. Los cultivos hidropònicos y las plantaciones verticales permiten reducir hasta en 98% la cantidad de agua utilizada en la agricultura y hasta en 99% las extensiones de tierra necesarias. Mediante el cultivo hidropónico, los vegetales crecen suspendidos sobre el agua. El agua se administra en las cantidades necesarias y se recicla de modo que no se desperdicia. Los cultivos aeropónicos permiten cultivar usando la humedad del aire para dotar de agua a las plantas. Ambas tecnologías requieren pocos fertilizantes y pesticidas. Como no requieren de grandes extensiones, estos cultivos se pueden ubicar dentro de las ciudades o muy cerca de ellas. Con esto, la necesidad de transportar los productos se reduce y se reducen las emisiones de gases de efecto invernadero. En la medida en que se pueden desarrollar bajo techo, estas tecnologías no requieren de condiciones climáticas especiales.
La difusión de estas formas de agricultura y de otras pueden reducir sustancialmente el consumo de agua en el futuro. Al mismo tiempo, nuevas tecnologías permitirán incrementar la oferta de agua. Por ejemplo, en respuesta al desarrollo de la tecnología, el costo de desalar el agua de mar se ha reducido desde US$10 el m3 en la década de los 60`s a menos de US$0.5 el m3 en la actualidad. En la medida en la que los costos se sigan reduciendo, la disponibilidad de agua se incrementará.
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Tanto la agricultura vertical como la desalinización del agua de mar requieren de altas cantidades de energía. Sin embargo, la cantidad disponible de energía en el planeta es muy grande. Se puede explotar más eficientemente el flujo constante de energía del sol y la que genera el mismo ciclo hidrológico sobre nuestro planeta (evaporación, vientos, lluvias, corrientes, mareas, etc.). Más que crisis de recursos, enfrentamos enfrentamos una crisis tecnológica en la que los métodos existentes se vuelven obsoletos y deben ser reemplazados por nuevas formas de hacer las cosas.
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