Congresista
“Mentiras, escándalos, pérdida de autoridad moral y como consecuencia de todo esto, incapacidad para gobernar”. Así resumió en una entrevista para la BBC un MP (miembro del parlamento) las razones que explican la renuncia de Boris Johnson al liderazgo del Partido Conservador y, por ende, al cargo de primer ministro que le encargara la Reina Isabel hace menos de tres años tras la mayor victoria electoral de los “Tories” desde Margaret Thatcher en 1987.
Mentiras, escándalos, pérdida de autoridad moral y como consecuencia de todo ello, una total y absoluta incapacidad para gobernar. ¡Wait a minute! ¡Esto parece una descripción benévola de los doce meses del Sr. Pedro Castillo como presidente del Perú!
Se parece, pero vaya si hay diferencias. Para poner estas en evidencia, permítanme seguir el ejemplo de Plutarco y de su obra cumbre “Vidas paralelas”. Porque —más que relatar la serie de nefastos acontecimientos políticos que han terminado en la precisa sentencia del parlamentario conservador— me interesa destacar en esta columna el carácter moral de cada uno de los personajes
De Boris, los británicos lo sabían casi todo. Su carácter excéntrico, su propensión al riesgo, pero sobre todo, su poco aprecio por las normas que rigen la política convencional británica. Todo esto lo puso de manifiesto el propio Boris Johnson durante su larga travesía como alcalde de la ciudad de Londres (el primero por elección popular) y en su exitosa campaña por el Brexit (la salida de Gran Bretaña de la Comunidad Europea). Así que los más de 100 mil miembros del Partido Conservador que lo eligieron como su líder en el 2019, sabían bien a quién elegían.
Los peruanos, por el contrario, casi no sabíamos nada del candidato Pedro Castillo. Ignorado por los medios, no fue sometido al mismo nivel de escrutinio que los otros candidatos. Algunos lo reconocimos por su papel en la nefasta huelga magisterial del 2017. Los medios luego se encargaron de mostrar uno que otro acto de histrionismo político (como el ahora famoso: “tírate al suelo”), pero nada más. La campaña de segunda vuelta nos presentó a un candidato bien arropado desde un punto de vista del marketing político: con el lápiz, el sombrero, los recorridos a caballo, las tomas fotográficas bucólicas de un campesino inofensivo, y una frase lapidaria, memorable y efectiva: “No más pobres en un país rico”. Su performance en los debates de primera vuelta anticipaba las deficiencias verbales y vocación cantinflesca a la hora de responder preguntas concretas. Pero, en general, millones de peruanos votaron por casi un desconocido.
Las mentiras y escándalos sí que son de naturaleza distinta. En el caso de Boris —para los lamentables estándares del Perú— simples “pecadillos” como hacer fiestas durante el encierro de pandemia y mentir al decir que no sabía que uno de sus principales colaboradores tenía acusaciones de acoso sexual a otros hombres. En el caso de Pedro, ser considerado por la Fiscalía y una comisión investigadora del Congreso, nada menos que “el jefe de una organización criminal insertada en el propio Palacio de Gobierno”.
En Gran Bretaña, bastó que casi 50 ministros y altos funcionarios renunciaran para que Boris se vea forzado a dejar el liderazgo del Partido Conservador. Aquí, ni las acusaciones fiscales ni las congresales, ni las censuras ni los más de 50 ministros en menos de un año, ni la montaña de evidencias acumuladas que muestran a un gobierno no solo incompetente sino profundamente corrupto, han sido capaces de lograr los votos en el Congreso para una vacancia por incapacidad moral—que es igual a decir “pérdida de autoridad moral e incapacidad para gobernar”.
Al final —en cada caso— ha quedado claro dónde residía el problema: en Boris y Pedro, y dónde está la posible solución: en la renuncia masiva de ministros y funcionarios que deciden que, en tales circunstancias, el silencio es también una forma de corrupción.