Escribe: Martin Naranjo, presidente de la Asociación de Bancos del Perú
Suetonio, el historiador y biógrafo romano, nos cuenta en su Vidas de los doce césares, que el emperador Augusto “afirmaba que nada había menos propio de un perfecto general que el apresuramiento y la temeridad”. El emperador Augusto no iniciaba un combate si es que no se le demostraba de manera fehaciente que el beneficio esperado era sustancialmente mayor que el perjuicio esperado, y constantemente repetía el adagio latino de origen griego “festina lente” para enfatizar que la prudencia es mejor que la valentía y que aquello que “se ha hecho con suficiente rapidez se ha hecho suficientemente bien”.
“Festina lente” se traduce como “apresúrate lentamente”; es equivalente al refrán español “vísteme despacio, que tengo prisa”; y se refiere a que, en aquellas circunstancias en donde la rapidez es esencial, es especialmente necesario actuar con la debida prudencia y deliberación. Se refiere a la necesidad de actuar prontamente, pero sin precipitación; a tomar decisiones con la rapidez, la prudencia y la consideración necesarias. Se refiere a la importancia de encontrar un equilibrio entre la acción y la reflexión; a la importancia de evitar la impulsividad y asegurar decisiones fundamentadas y bien pensadas. Es decir, se refiere a la necesidad de decidir pensando bien y cuidadosamente, evaluando todos los posibles escenarios, costos y beneficios, equilibrando debidamente urgencia, diligencia y reflexión.
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Regresar a nuestra tradición de bicameralidad en el legislativo puede generar mejoras significativas en la gobernabilidad, en la legitimidad y en la calidad y cantidad de nuestras leyes al proveer un mejor equilibrio entre urgencia, diligencia y reflexión. De hecho, como se señala en la exposición de motivos del Proyecto de Reforma Constitucional que establece la Bicameralidad en el Congreso de la República: “Las Constituciones en el Perú han establecido predominantemente un sistema parlamentario de corte bicameral”. Así, el sistema tradicional peruano y el de mayor vigencia ha sido el de la bicameralidad.
Una segunda cámara legislativa provee un espacio adicional para el debate y la deliberación sobre las propuestas legislativas. Al proveer de un filtro de calidad adicional actúa como un freno contra la impulsividad legislativa, permite una mejor revisión y corregir errores, y, además, desincentiva la promoción de proyectos apresurados que no han sido debidamente evaluados en sus consecuencias.
Dos cámaras con estructuras y funciones distintas y complementarias proveen también un mejor equilibrio de poderes. Mientras que una cámara puede ser de naturaleza más política y ejercer control, la otra cámara puede ser de reflexión, tanto para las nuevas leyes como para el nombramiento de los funcionarios públicos de mayor jerarquía. Mientras que una cámara puede representar los intereses de las regiones, la otra puede tener una perspectiva más amplia y mirar el desarrollo legislativo desde una perspectiva nacional. La diversidad de enfoques y de representación también puede contribuir a una mejor producción legislativa. Además, se fortalecen los controles y balances, y la estabilidad en el sistema político cuando cada cámara representa un contrapeso de poder frente a la otra.
Asimismo, la bicameralidad puede contribuir a una mayor legitimidad y aceptación de las decisiones legislativas por parte de la ciudadanía. Las mayores oportunidades para el debate agregan transparencia y mayor participación ciudadana. Esta mejor revisión de las leyes permite mejorar también el debate ciudadano y la formación de la opinión pública, y fortalecer la confianza en el proceso legislativo. Una mayor confianza ciudadana en el proceso de generación de nuestras leyes es fundamental para la estabilidad de nuestro sistema político.
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Regresar sobre nuestra tradición de bicameralidad puede ofrecer, pues, una serie de ventajas significativas, desde promover una toma de decisiones con mejores filtros, más reflexiva, informada y equitativa hasta proveer de mayor estabilidad con un mejor sistema de controles y contrapesos, además de aumentar la legitimidad de nuestra democracia. Los beneficios de largo plazo para la gobernabilidad resultan más que evidentes. Este regreso a la bicameralidad no debe constituir, sin embargo, una medida aislada, sino que debe complementarse con otras medidas que aseguren una necesaria reforma encaminada a mejorar sustancialmente la calidad e idoneidad de nuestra representación política.
Queda claro, entonces, que en buena parte del proceso legislativo corresponde reducir la velocidad para ir más rápido. La bicameralidad nos permite encaminarnos a ello. Corresponde generar buenos filtros y frenos para un manejo más confiable que nos permita avanzar más rápido y con mayor seguridad en las curvas que de todos modos se van a presentar en nuestro camino.
Festina lente: ir más lento para ir más rápido.
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