
Alejandro Deustua
Internacionalista
En la primera semana de agosto, el presidente Donald Trump confirmó a cada uno de sus interlocutores comerciales la vigencia de aranceles diferenciados contra ellos (y contra los exportadores de cobre, acero y aluminio), vulnerando los principios y normas de la OMC.
Criterios arbitrarios de seguridad nacional y la identificación de las exportaciones de sus socios como una amenaza a la economía norteamericana sometieron a casi dos centenares de países al poder de ese gobierno a través de la coerción abierta y de negociaciones forzadas. Extraordinariamente, con contadas excepciones (China —en proceso—, Brasil, Canadá, Suiza), la gran mayoría de países aceptaron (el Perú entre ellos) o pactaron la arbitrariedad. El reconocimiento del mal menor devino en regla general, sustituyendo la práctica del beneficio mutuo.
Así, el Sr. Trump ha incrementado su poder restrictivo. En nombre de la primera potencia económica (y segunda potencia comercial), ha incrementado el promedio de su arancel efectivo siete veces (de 2.5% a 17.3%, según el FMI o 18.3%, de acuerdo con Yale), superando los peligrosos niveles de 1934. Lo ha hecho poniendo un precio (inversiones de terceros) al acceso al mercado norteamericano, considerado como privilegio antes que como escenario principal del libre intercambio, y decidiendo que su país ya no debe ser un generador de bienes públicos. En lugar de ello, este debe reindustrializarse, financiar su déficit y generar dominio (y temor).
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Tal ejercicio de poder económico disruptivo sólo puede compararse, en la posguerra, con la declaración de inconvertibilidad del dólar establecida por Richard Nixon en 1971, que quebró el sistema de Bretton Woods. La moneda norteamericana no soportaba el rigor del patrón oro. La gran inestabilidad subsiguiente no impidió, sin embargo, la reforma del FMI y la instalación de la flotación como norma cambiaria. ¿Podrá esperarse hoy la reforma de la frágil OMC?
Ello depende de la indefinida posición de los países afectados por Trump, quien no ha respetado siquiera a la miseria de Lesoto. ¿Se apegarán aquellos a lo que quede de los principios de cooperación y de no discriminación como marco de un plurilateralismo emergente y de acuerdos de libre comercio?
Aunque el interrogante es difícil de responder, parece evidente que cautelar los canales de interdependencia, las cadenas de valor y reactivar los esquemas de integración debiera ser hoy una prioridad. Sin embargo, la realidad de la competencia incremental y las tendencias a la fragmentación preexistentes, a la formación de bloques y al bilateralismo serán difíciles de atajar.
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Los gobernantes que han aceptado la decisión del Sr. Trump, a cambio de atenuar la incertidumbre, ahora deben intensificar sus esfuerzos en esas prioridades y en la búsqueda de un nuevo equilibrio menos asimétrico y más estable.
Para ello, deberán tener en cuenta que, si la economía internacional todavía se muestra resiliente, la proyección del comercio global es decreciente (de 3.5% en el 2024 a 2.6% este año y 1.9% en el 2026, FMI).