
Escribe: Alejandro Deustua, internacionalista
Entre otros asuntos, el primer semestre culmina con negociaciones entre países desarrollados, un cese de fuego entre Israel e Irán y una intensificación bélica en Ucrania. América Latina no ha logrado compensar su falta de protagonismo ni siquiera en el marco hemisférico.
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En efecto, los miembros de la OTAN han confirmado la vigencia de la amenaza rusa con el compromiso de un incremento sustancial de los aportes a la alianza (5% del PBI). Ello alterará significativamente el panorama fiscal europeo.
Pero podría impactar positivamente en la región si la necesidad europea de ingresos por exportaciones, que ayuden a compensar el mayor gasto fiscal y la complicación de flujos provenientes de las restricciones comerciales norteamericanas, incrementa el interés de la UE en el área.
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Por otro lado, si la primera potencia ha decidido que la suspensión de su arremetida arancelaria termina en pocos días y solo culmina algunos acuerdos, dejando el trato con la mayoría de socios sometido a un listado tarifario impuesto por el Sr. Trump, la ampliación de nuestro comercio exterior con otros interlocutores, como la UE, es de máxima prioridad. Ello aliviaría nuestra marginalidad en Occidente.
G7 y OEA: menciones mínimas, oportunidades perdidas
Esta fue confirmada en la reciente cumbre del G7. La reunión se orientó a afrontar problemas económicos, transición energética y cooperación. También se atendió la problemática de Ucrania, Medio Oriente, China, Indo-Pacífico y África. América Latina y el Caribe fueron considerados apenas en relación con la crisis haitiana.
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Esta realidad excluyente debió ser compensada en la reciente Asamblea General de la OEA, convocada para construir “economías resilientes e inclusivas en las Américas”. Sin embargo, el informe correspondiente no da cuenta de esa materia, en contraste con la centralidad de la gravísima crisis de Haití. Sobre esta se comprometió el estudio de “soluciones concretas”, pero, en apariencia, a costa de minimizar la temática económica.
División regional y crisis haitiana mal planteada
Por lo demás, la consideración de la crisis de Haití pudo ser defectuosa. Esta no se definió como la de un Estado fallido, donde la autoridad transitoria es disputada por pandillas que ejercen control territorial, ni como un escenario en el que han fracasado dos misiones de la ONU: la actual Misión Multinacional de Apoyo a la Seguridad, liderada por oficiales de Kenia y con insuficientes tropas africanas, y la Misión de Estabilización de la ONU, eventualmente liderada por Brasil con participación temporal de fuerzas peruanas especializadas. Hoy, quizás se requiera una misión de establecimiento de la paz autorizada al uso cauteloso de la fuerza. ¿Estarán los latinoamericanos dispuestos a ello?
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Quizás no, si una declaración sobre coordinación de esfuerzos en la lucha contra el crimen organizado transnacional fue suscrita solo por siete países. Esta renuencia reitera la división de la representación latinoamericana.
A esta problemática debe agregarse la evaluación del retiro de EE.UU. de la OEA si no se cumple el dictado trumpista sobre soluciones al desafío haitiano y una mayor presión sobre el Gobierno de Maduro. Al respecto, debe recordarse que el rechazo a la “investidura” del dictador, en enero pasado, solo fue suscrito por 14 países. La debilitante división regional está a la vista.
