Hacer Perú
La economía peruana se encuentra en un momento delicado. De una parte, el país está saliendo lentamente de una profunda recesión causada por el ‘shock sanitario’; de otra, los últimos seis meses de elecciones, transición accidentada e instalación del nuevo gobierno de Pedro Castillo han visto un aumento importante en la percepción de riesgo. Y es dicha percepción –justificada o no– la que constituye un ‘shock político’ que puede complicar aún más la recuperación.
Dejando de lado el ‘downgrade’ de Moody’s (que respondió tanto a la incertidumbre actual como a factores anteriores al Gobierno), más de un indicador viene dando señales de alerta desde la primera vuelta, entre los que destacan la BVL (caída de 15.5% en el índice general), las expectativas empresariales sobre los próximos 12 meses (caída de 66 a 43 puntos de acuerdo al BCRP) y el tipo de cambio (retroceso del sol frente al dólar de 12.4%). Aunque ninguna de estas variables predice el futuro, lo que sí hacen es reflejar el actual pesimismo sobre la economía.
Este sentimiento negativo ha sido desestimado de varias formas. Por un lado, se apunta el dedo contra la especulación. En el caso del tipo de cambio, por ejemplo, se alega que su nivel no refleja los actuales fundamentos de la economía peruana. El problema, sin embargo, es que los mercados miran hacia adelante, no hacia atrás. Lo que se percibe es el riesgo de un deterioro en la economía y que sus fundamentos se debiliten (menos crecimiento, más inflación y deuda, etc.). El alza del tipo de cambio no refleja especulación sino preocupación.
Por otro lado, existe la tentación de invocar factores globales. No obstante, el contexto externo no alcanza para explicar la magnitud del deterioro. Nuevamente, el dólar es instructivo. Desde la primera vuelta, el Perú ha visto la mayor depreciación entre todos los mercados emergentes. La diferencia con el resto de los países (salvo Chile, que pasa por un ‘shock político’ propio) es amplia, sobre todo si se consideran las operaciones cambiarias del BCRP (solo la semana pasada vendió US$ 1,207 millones en spot y casi US$ 1,000 millones adicionales vía swaps). El problema viene de adentro, no de afuera.
¿Qué puede hacer el nuevo gobierno frente a este pesimismo? En una democracia, el Ejecutivo no debe gobernar para los mercados. Al mismo tiempo, sin embargo, tampoco puede ignorarlos—sobre todo si quiere construir una economía moderna. Un primer paso para balancear ambos imperativos es tener un mensaje claro, dotar de autoridad a voceros competentes y tomar decisiones rápidas para reducir la incertidumbre. En otras palabras, exactamente lo contrario a lo hecho en las últimas diez semanas.
El segundo paso es reconocer los costos de la agenda perulibrista. Quizá el ejemplo más claro sea una eventual Asamblea Constituyente. No es difícil imaginar el aumento en la percepción de riesgo en dicho escenario. Sus impulsores, tanto dentro como fuera del Gobierno, pueden debatir si los beneficios (sea por motivos reivindicativos o de política social) superan los costos, pero no pueden pretender que los segundos no existen o culpar por ellos a especuladores fantasma. Lo mismo aplica a los pedidos de renegociación que vienen acompañados de amenazas de expropiación.
El Gobierno aún cuenta con tiempo para poner orden y reconsiderar ciertas propuestas. Tiene por delante un reto grande, como es liderar un país devastado por la pandemia y dividido por la última elección. Mientras la respuesta al ‘shock sanitario’ es continuar a toda marcha con el proceso de vacunación (tal como lo viene haciendo), para enfrentar el ‘shock político’ hace falta una agenda de gobierno que sume claridad y sustancia programática a las reivindicaciones que el presidente Castillo busca encarnar. El país necesita su liderazgo más que nunca.