Alejandro Deustua, Internacionalista
Una guerra que marca el comienzo de una nueva era en el sistema internacional, una serie de catástrofes ambientales, una crisis económica internacional y la emergencia de nuevos regionalismos ocurridos en el transcurso del año bien valen la convocatoria de foros en busca de soluciones. Éstos vienen realizándose durante la primera quincena de noviembre.
En efecto, en Egipto (Sharm el Sheij) la COP 27 (o Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático suscrita en 1992) procura, entre el 6 y 18 de noviembre, renovar y fortalecer los compromisos de 197 países con la limitación del calentamiento global a 2º C sobre niveles preindustriales. Y, en lo posible, lograr que éste no supere 1.5º C de acuerdo a los compromisos de la COP 21 (París, 2015).
Si las probabilidades de que ese objetivo fuera realizable eran apenas del 50% en 2015 (TE) hoy, en el marco de una crisis energética generada por la guerra en Ucrania y de ausencia de políticas suficientes para lograr la transición de energías fósiles a energías renovables, la probabilidad de realización del objetivo parece mucho menor.
Al respecto debe resaltarse el renovado uso por potencias europeas de energías descartadas por su gran capacidad de emitir gases de efecto invernadero (carbón, p.e.) debido al corte del gas ruso, la insuficiente creación de energías renovables y la incapacidad económica (y de voluntad) de los países en desarrollo para contribuir a la reducción de emisiones (el caso amazónico).
A ello se ha sumado la ocurrencia cada vez más intensa de eventos catastróficos (sequías, inundaciones, olas de calor, incendios forestales) que puede ser afrontada por países desarrollados, pero no por la mayoría de los países en desarrollo. Ello ha llevado a que uno de los temas de mayor complicación en la COP 27 sea la creación de un fondo de compensación que éstos últimos desean establecer frente a la indisposición de los primeros que prefieren orientar su asistencia al tránsito energético efectivo.
Este contencioso es sólo uno de los muy numerosos que verá la COP 27. Otro, entre muchos, es la carencia de racionalidad de un proceso decisorio que agrupa a más de 100 jefes de Estados, a sus representantes y a 35 mil delegados (NYT). Tal cantidad de asistentes (que es la norma en este tipo de reuniones) probablemente tenga más de “happening” irracional, burocrático, ideológico y emocional articulado por la sociedad civil (ONG especializadas) que de agentes racionales con capacidad de contratar.
Y si de fortalecimiento de una cultura ambiental orientada al logro de objetivos (como la Cumbre de la Tierra de 1992) se trata, ésta ya no es suficiente para detener el proceso de calentamiento global. De allí que algunos opinen que la adaptación a niveles de calentamiento algo superiores mediante políticas que incluyan la mitigación de los efectos debe ganar sitio en el proceso.
De otro lado, la cumbre de la ASEAN culminada el 11 de noviembre, destacó la reafirmación del rol de esa organización en escenarios de cambio sistémico y de balance de poder entre potencias mayores que suelen no tener suficientemente en cuenta a entidades regionales menores.
Al respecto, las prioridades de cooperación marítima, conectividad, desarrollo sostenible y cooperación económica se destacaron como áreas de trabajo principales de una organización que reclama centralidad en los escenarios de la cuenca del Pacífico y del Indo-Pacífico. Según la ASEAN, esos escenarios geopolíticos, siendo yuxtapuestos, no deben entenderse como como diferentes y estratégicamente separados sino como complementarios y cooperativos.
Esa preocupación -que ya ha sido expresada en contexto.org- deriva de la formación de alianzas de contención de China (AUKUS, formado por Australia, Reino Unido y Estados Unidos) y de foros de seguridad (el QUAD, un concepto japonés realizado por India, Japón, Estados Unidos y Australia) frente a la creciente influencia y expansión china (uno de cuyos extremos es la toma de posesión de islas que son objeto de reclamos soberanos de los países vecinos del sureste asiático).
Esta preocupación debiera ser compartida por países ribereños del Pacífico, como el Perú. Pero el Estado nada ha hecho al respecto.
Finalmente, entre el 15 y 16 de noviembre la cumbre del G20 (Indonesia) se ocupa, nominalmente, de la recuperación global post crisis, aunque en realidad el asunto de atención principal sea el sistémico. Así, el lema de la reunión “Recover together, recover stronger” (en línea sólo tonal con el “Build Back Better” del presidente Biden o la recuperación verde del FMI), probablemente se subordinará a la importancia del encuentro de distensión entre los presidentes Biden y Xi Jingpin y a la expresión de preocupación colectiva por el impacto global de la guerra en Ucrania.
El encuentro entre los presidentes norteamericano y chino quizás haya aligerado las tensiones entre las partes, impulsado la disposición de China para evitar los peores riesgos de la guerra (el escalamiento nuclear), aprovechado oportunidades actuales (solución de problemas globales, la auscultación inicial de un armisticio) o asegurado que Estados Unidos no se alejará del reconocimiento de “una sola China” a pesar de las fricciones recientes. Pero la competencia sistémica proseguirá. Esa competencia, de la que el conflicto en múltiples dimensiones es parte, seguirá su curso hacia una multipolaridad deseada por China y resistida por Estados Unidos.
La influencia de esa reunión bilateral sobre la cumbre G20 ya se expresa en un borrador de documento en el que los participantes (entre los que se encuentran Brasil, México y Argentina) protestan por los efectos globales de la guerra, aunque sólo una mayoría de ellos reiteran su oposición a la invasión rusa de Ucrania (asunto ya contemplado en resoluciones de la Asamblea General de la ONU).
Si bien esta situación ha motivado el retiro anticipado del canciller Lavrov quien asistió en representación del presidente Putin, no es imposible considerar que tales pronunciamientos contribuyan, luego de la captura de Jersón por las fuerzas ucranianas, a considerar preliminarmente un armisticio (si un misil sobre Polonia, pero no disparado por Rusia lo permite)
Si ello ocurre, el G20 habría logrado en este punto una capacidad de influencia superior al G7 (a pesar de que muchas de sus economías suman de manera harto minoritaria a su capacidad total: 90% del PBI mundial y 80% del comercio global) y articulado un rol superior al de la simple coordinación económica y la gestión financiera.