Internacionalista
La reciente cumbre de los BRICS (agosto, Sudáfrica) ha confirmado que esa entidad añadirá a la generación de polaridades plurales en el sistema internacional, la aspiración de convertirse en el centro de gravedad del denominado “sur global”.
En efecto, la invitación a seis nuevos integrantes (Argentina, Arabia Saudita, Egipto Emiratos Árabes Unidos, Etiopía e Irán), la congregación de veintitrés aspirantes y la expresión de interés de una cuarentena adicional fortaleció su decisión de generar nuevos alineamientos y de desempeñar un rol decisivo en negociaciones multilaterales sobre reformas del orden mundial.
Éstas, que incluyen al Consejo de Seguridad y la Asamblea General de la ONU, al FMI y al Banco Mundial (que ya está en consideración), se realizarán en el marco de la ONU. De momento, su rol se ejercería, por tanto, dentro del régimen global y no buscando una alternativa a él. La estabilidad en el cambio debiera prevalecer.
Pero, en un contexto de guerra y fricción crecientes, el logro de tal aspiración será improbable si se intenta el cambio de los principios y normas fundamentales de la ONU y no sólo de sus procedimientos. La aspiración al cambio de orden con estabilidad la propuso Prebisch en el siglo pasado sugiriendo la cooperación de los países desarrollados para lograr en América Latina el buen funcionamiento del sistema de sustitución de importaciones. Y fracasó de la mano del movimiento No Alineado (NO AL), del G’77 y de carteles mercantilistas (la OPEP p.e.) que agravaron la crisis sistémica del momento.
En efecto, el impulso reivindicatorio de algunos países radicalizados del “tercer mundo” y la disposición de los desarrollados a contenerlos terminó con el reconocimiento de algunos derechos mal aplicados (p.e. en el GATT), la neutralización del NO AL y del G77 y la posterior incorporación de sus miembros a la dinámica del liberalismo global.
Hoy, en un escenario más diversificado, otros gobiernos radicales pueden llevar a un más peligroso conflicto si el proceso de reformas necesarias del régimen global no se lleva a cabo con prudencia. En América Latina, quizás no Brasil, pero sí otros países que han expresado interés de incorporarse al movimiento BRICS , forman parte de ese baluarte termocéfalo en busca de un púlpito multilateral sustentado en aire ideológico y vocación de conflicto.
Por ello el Perú, cuyo gobierno militar logró un efímero liderazgo en el “diálogo Norte-Sur” con gran costo para su política exterior (revertida sin más luego de padecer la ilusión épica en el gran escenario internacional), debe cuidarse de esos excesos.
Al respecto, el país no puede darse el lujo de desperdiciar logros de inserción internacional (especialmente con Occidente), en base a valores más o menos compartidos, acuerdos de inversión, de libre comercio y de cooperación para lograr mejor gobernanza (la OCDE, p.e) mientras diversifica mercados y socios. El Perú ya interacciona con los miembros del BRICS (y puede hacerlo con sus facilidades) pero no debe incorporarse a su seno.