Escribe: Omar Mariluz Laguna, director periodístico de Gestión.
¿Se imaginan que, un día cualquiera, necesitan comprar leche o arroz para el almuerzo y, al llegar a la tienda, descubren que cuestan el doble o el triple que hace solo una semana? O peor aún, que, si quieren llevarlos, deben comprar otros productos que no necesitan, como lentejas o aceite.
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Ahora, sean más creativos. Imaginen que es fin de mes, la empresa les ha pagado, pero, al día siguiente de recibir su sueldo, ese dinero vale la mitad de lo que valía cuando lo recibieron. Así era el Perú de finales de los años 80 y principios de los 90, un país asfixiado por la hiperinflación, la pobreza y el terrorismo.
El legado de Alberto Fujimori, sin duda uno de los políticos más influyentes y polarizantes del Perú, se centra en lo económico. Su famoso “fujishock” y la Constitución de 1993 marcaron un antes y un después en el país, estableciendo las bases del crecimiento y estabilidad que aún perduran.
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Entre las medidas más importantes de Fujimori en agosto de 1990 se incluyen la liberalización de precios, la eliminación de exoneraciones, la unificación del mercado cambiario y la flotación sucia del tipo de cambio. Aunque estas decisiones fueron dolorosas, también fueron necesarias y efectivas para estabilizar una economía al borde del colapso.
En un análisis de 1992, Julio Velarde, actual presidente del BCR, y la economista Martha Rodríguez destacaban que el programa económico de Fujimori fue la única opción viable para corregir los desequilibrios macroeconómicos y revertir la hiperinflación.
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Sin embargo, las verdaderas reformas llegaron con la Constitución de 1993, que incluyó un capítulo económico fundamental. La autonomía del BCR, la libertad para la iniciativa privada, la igualdad de condiciones para inversión nacional y extranjera, y la clara separación entre Estado y sector privado permitieron la estabilidad de precios y el crecimiento sostenido que hemos experimentado por décadas.
Estas reformas no solo estabilizaron la economía, sino que impulsaron la inversión privada y generaron empleo. La independencia del BCR, al impedir que financie al Estado (vía la maquinita), fue crucial para mantener uno de los niveles de inflación más bajos de la región.
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El impacto de estas políticas fue claro: disminución de la inflación, crecimiento económico, reducción de la deuda pública y un retorno a la comunidad internacional. Fujimori, más allá de las pasiones que genera, transformó la economía peruana.
Esto, en lo absoluto, borra que haya quebrantado la democracia con el golpe de 1992, que su Gobierno haya sido autoritario y acusado de cometer graves actos de corrupción y violaciones a los derechos humanos, que haya intentado perpetuarse en el poder en el 2000 con unas elecciones fraudulentas y que luego del escándalo de los “vladivideos” haya tenido que renunciar a la presidencia desde Tokio.
Pero hoy, mientras el país crece de forma moderada y la incertidumbre se apodera del panorama político, es momento de preguntarnos: ¿qué tipo de reformas y medidas económicas necesitamos para que el Perú recupere su estabilidad y crecimiento? El legado del fujishock nos deja una lección clara: los cambios profundos, aunque duros, pueden ser el camino hacia un futuro más próspero.
Magíster en Economía, diplomado internacional en Comunicación, Periodismo y Sociedad, estudios en Gestión Empresarial e Innovación, y Gestión para la transformación. Cuento con más de 15 años de experiencia en el ejercicio del periodismo en medios tradicionales y digitales.
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