En el 2022, un trabajo de Miguel Pintado (CEPES) nos mostró dos asuntos clave para entender la relación entre los agricultores, en particular los agricultores familiares, y los alimentos que consumimos los peruanos. El trabajo de Pintado, replicando una metodología internacional, encuentra dos resultados importantes.
Primero, que el Perú es un país que califica como uno con autosuficiencia alimentaria. Producimos bastantes alimentos, importamos lo que no producimos y exportamos otro tanto. Producimos casi todas las hortalizas, frutas y raíces que consumimos, exportamos bastantes frutas e importamos algunos cultivos que casi no producimos, como el trigo o la soya. Cierto es, sin embargo, que no todos los ciudadanos tenemos un acceso adecuado a los alimentos, ya sea por el lugar donde vivimos o por cuántos recursos económicos tenemos.
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Segundo, que en el Perú el 57% de la oferta de alimentos es producida por agricultores familiares, que en su mayoría son unidades productivas de pequeña escala. La participación de estos agricultores en la oferta alimentaria, en particular en la agrícola, ha venido creciendo desde los años 60. Es decir, los agricultores familiares son crecientemente importantes en la producción de los alimentos en nuestro país. Los productores familiares son especialmente relevantes en la oferta de maíz, arroz, papa, frutas y hortalizas.
La Encuesta Nacional Agraria del 2022 da cuenta de que en el Perú hay algo más de 1.8 millones de productores agrarios de pequeña escala (cultivan menos de cinco hectáreas) y que el 41% de ellos vende al menos 30% de lo que produce. Lo que no venden lo usan para su consumo familiar, para alimentar el ganado (que también se vende en una proporción significativa) o se guarda como semilla para la próxima campaña. Estos productores de pequeña escala son en su mayoría compradores netos de alimentos. Venden una parte de lo que producen, consumen otra y van al mercado para obtener el resto.
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La proporción de lo producido que se vende varía dependiendo del cultivo. Cultivos como las frutas tienden a ser mayormente vendidos (son altamente perecibles) mientras que algunas menestras secas que se pueden almacenar se venden en menor proporción y se guardan para el consumo familiar (el 47% de lenteja seca se vende, por ejemplo). El grueso de la papa blanca se vende (78%), mientras que solo el 26% de la papa nativa se destina a la venta.
Estos productores de pequeña escala con actividad comercial (que venden al menos 30% de su producción) tienen en promedio 55 años y trabajan con recursos muy limitados (menos del 4% recibe asistencia técnica, el 9% tiene crédito, 1% tiene un seguro para su producción, 60% usa fertilizantes y apenas 7% pertenece a una asociación o cooperativa). A pesar de ello, en agregado, lo que ellos llevan al mercado representa el 37% del volumen, y el 46% del valor total comercializado por todos los productores representados en la ENA. Es decir, son muy relevantes para el abastecimiento de alimentos en el Perú a través de los mercados locales, regionales y nacionales.
La producción de alimentos es clave para el crecimiento y sostenibilidad del Perú, además de generar alimentos –para consumo doméstico y para exportación–, da empleo y origina cadenas muy dinámicas de servicios –logísticos, transporte, pequeño comercio, transformación, venta de insumos, etc.–. Este dinamismo se logra a pesar de que esta producción alimentaria está a cargo, en buena medida, de pequeñas unidades productivas informales con alta incidencia de pobreza. Mejorar el bienestar y las condiciones productivas de las familias dedicadas al agro debería ser una estrategia obvia y prioritaria.
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Las propuestas de cómo mejorar la producción, la comercialización y el consumo de alimentos originados en el agro existen y son conocidas. Lo que no tenemos son tres gatilladores imprescindibles: 1) sentido de urgencia, lo que es inaceptable ante una situación de pobreza creciente y de crisis alimentaria, 2) un plan consensuado, realista y factible, que pueda implementarse y sostenerse en el tiempo –al margen de quien esté en el Gobierno, de quien sea ministra o si hay o no crecimiento económico suficiente– y, 3) alguien a cargo, que haga política –de la buena–, que convenza y dialogue, que escuche a productores, comerciantes en mercados mayoristas y minoristas, consumidores, organizaciones sociales que preparan alimentos, y a todos los que quieran sumarse, nutrir y sostener un plan realista de acción.
Es mucho pedir, seguro que sí, pero es lo mínimo que le corresponde a un país que produce alimentos, que es megadiverso, que tiene una de las cocinas más reconocidas del mundo y que a la vez enfrenta una tremenda crisis alimentaria. Si hoy no ponemos a los productores como eje central del sistema alimentario peruano, seguro que no saldremos bien parados de esta crisis.
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