Escribe: Eduardo Morón, presidente de la Asociación Peruana de Empresas de Seguros - APESEG.
Un destacado profesor de Harvard decía que las reformas son como una caja de chocolates, pues no sabes qué te va a tocar. Hay algunos elementos que son muy buenos y otros que no tanto. Si tuviese que evaluar la reforma aprobada diría que prefiero la reforma al status quo porque mejora sustancialmente en dos aspectos que eran grandes debilidades del actual sistema de pensiones. Y si bien se podía haber hecho mejor, creo que lo que se avanza no es menor.
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Déjenme regresar a esos dos aspectos que son grandes problemas del actual sistema de pensiones. El primero es que el actual sistema deja afuera (léas, sin vejez financiada) a todos aquellos que no sean trabajadores formales o que no sean suficientemente pobres como para recibir Pensión 65. La cantidad de gente que se queda afuera del sistema hoy es enorme. Recordemos que sólo uno de cada cinco trabajadores aporta para su vejez con alguna regularidad y eso fuerza a seguir trabajando a la inmensa mayoría de ancianos hasta el final de sus días.
La reforma ataca este problema con tres acciones muy potentes. La primera es que deja de pensar exclusivamente en el mercado formal de trabajo. La gran mayoría de trabajadores en el Perú tiene ingresos irregulares, sin contrato alguno y por lo tanto era imprescindible flexibilizar la forma como se aporta al sistema. Además, se deshecha la lógica perversa que el aporte mínimo se calcula sobre el salario mínimo del mercado formal. Gran avance. El segundo cambio es la promesa del sistema. Ahora se establece una garantía de pensión mínima en función a un número mínimo de aportes. Esto no depende de la rentabilidad del mercado sino de la decisión y esfuerzo individual de alcanzar 120 o 240 aportes estandarizados. Ese trabajador informal sabe que si hace el número de aportes requerido se lleva un piso de pensión llueva o truene. Otro gran avance. Y el tercer cambio es que se añade una nueva fuente de recursos hacia cada fondo de pensiones con los aportes que se hagan por los consumos. Puede ser poco, pero es algo que hacemos todos. Inclusive los microempresarios que, si bien podrían comprar su comida en mercados informales, su mercadería podría ser comprada con IGV. Con estos tres cambios los cotizantes dejarán de ser uno de cada cinco y serán probablemente cuatro de cada cinco. Gran avance porque sin aportes no hay pensiones.
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El segundo problema enorme de nuestro sistema de pensiones es que no otorga pensiones. Sí, así de absurdo. La reforma pone un fin –tardío, pero al cabo un fin–, a la práctica de jubilarte retirando la casi totalidad de tus fondos y evitando que se cumpla el propósito de cualquier sistema de pensiones en el mundo que es asegurar que todos tengan un ingreso cada mes del resto de sus vidas. Asimismo, termina con la nociva práctica de los retiros parciales que sólo desfinancian la vejez.
Claro que me hubiese gustado cambios al texto aprobado. Hubiese focalizado más los recursos fiscales poniendo un límite más bajo (4 UIT y no 8 UIT) en la pensión por consumo. O hubiese acelerado el proceso de regresar a tener un sistema de pensiones que sí otorga pensiones eliminando el 95.5% de una vez. Y algunas otras cosas más que no se incluyeron. Pero esta reforma cumple con corregir los dos principales problemas del actual sistema y lo hace logrando que en el largo plazo la gran mayoría tenga pensión y el costo fiscal de la reforma será moderado (alrededor de 0.5% del PBI anual). Hubiese sido un gran problema que la reforma ofreciera el cielo a costa de crear un gigantesco pasivo fiscal. Esta reforma es muy moderada en ese sentido y cumple con entregar un sistema fiscalmente sostenible.
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