Hojas de caoba, flores de margarita y pan de especias con harina de bellota, entre otros manjares, se encuentran en el bosque comestible de Bresse, en el este de Francia, que ofrece todo lo que el ser humano necesita para alimentarse respetando al planeta.
“¿Qué se come aquí? Todo lo que te rodea”, dice Fabrice Desjours mientras pasa la mano por un frondoso caos vegetal formado por marañas de lianas, plantas y arbustos, dominado por árboles de orígenes sorprendentes.
“Este cornejo japonés produce frutos asombrosos que se pueden comer”, cuenta Desjours, señalando un árbol de magníficas flores blancas estrelladas. “Y sí, resiste temperaturas de hasta -20ºC”. añade el fundador de Forêt Gourmande (FoGo, bosque goloso).
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“Este es un bambú sasa. Se comen los brotes pequeños. Salteados quedan deliciosos... Esta es una caoba china con la que hacemos unos pestos estupendos”, dice mientras muestra al visitante dubitativo las hojas de color verde óxido que dan la deliciosa impresión de estar mordiendo una cebolla con un ligero sabor a nuez.
Luego, señalando al suelo alfombrado de plantas, dice: “Eso es cizaña, una verdura estupenda. Y allí está la aralia, una verdura asiática, a los restauradores les encanta”.
Más de mil especies son cultivadas en las 2,5 hectáreas de FoGo plantadas en la región de Bresse, en Borgoña, por iniciativa exclusiva de Desjours.
Con su sombrero de paja y manos de jardinero, este antiguo enfermero apasionado por las plantas “desde niño” disfrutaba encontrando en el bosque la “calma” que su trabajo le negaba.
Como trotamundos, descubrió en sus viajes que los agrobosques alimentan a la gente en Sumatra, Costa Rica y Comoras. “Los lugareños se adentraban en el bosque y volvían diez minutos después con cestas llenas de cosas deliciosas. Había comida en abundancia”, recuerda.
Sin riego
“Yo también quería crear mi oasis”, dice, y en 2010, después de estudiar agrosilvicultura, compró algunas hectáreas de prados desolados y plantó su bosque goloso con sus propias manos y medios económicos.
“La idea era realmente hacer un bosque para comer, sin erosión ni tratamiento del suelo”, explica a AFP.
Aparte de los primeros años de plantío, no necesita riego. El FoGo está plantado “con variedades resistentes a la sequía”, pero también porque “retiene el agua en el suelo” gracias a una combinación de plantas específicas que potencian la biodiversidad, explica Desjours entre el canto de los pájaros.
Comenzó como el sueño de un solo hombre, pero FoGo se convirtió en un laboratorio de “jardines-bosque” que “todos” quieren imitar en Normandía, Lille, y Toulouse. En altura o en llanura. En zonas inundables o secas, la asociación sin fines de lucro creada en 2018 para apoyar el bosque comestible asesora actualmente a unos 50 proyectos por año y capacita de “cinco a 600 personas”.
“El interés es enorme”, confirma Geneviève Michon, experta en agrosilvicultura del Instituto de Investigación para el Desarrollo.
“Nos llegó de los trópicos”, dice la investigadora. “Llegó a Europa hace 30 años, primero al Reino Unido. En Francia tardó mucho: cuando quise investigar el tema en los años 1980 me dijeron ‘la agrosilvicultura no tiene futuro’”, recuerda.
“Hoy en día la gente redescubre la idea de que podemos comer del bosque. Se puso en boga porque la gente se está dando cuenta del enorme costo de la agricultura industrial”, agregá.
De repente, en la selva comestible, Fabrice Desjours grita “¡a la mesa!” con los brazos cargados de una “superensalada” de galio blanco, hierba callera, glechoma... acompañada de un puré de ñame chino y, por último, pan de jengibre con harina de bellota. Todo regado con té de rosas japonés.
“Entrante, plato principal, postre”, dice con satisfacción. “Sí, con el bosque se puede hacer una comida completa”, concluye satisfecho.
Fuente: AFP
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