En medio de la agitación política de Túnez, resulta fácil escuchar los ecos de los acontecimientos en Egipto hace ocho años. En el verano de 2013, una serie de protestas contra un impopular Gobierno islamista permitieron que el general Abdel-Fattah El-Sisi tomara el poder en lo que equivalió a un golpe de Estado.
Probablemente el presidente de Túnez, Kais Saied, no usa uniforme militar, sin embargo, está haciendo una muy buena impresión de Sisi: aprovechando las manifestaciones contra un Gobierno impopular respaldado por los islamistas, suspendiendo el parlamento electo del país, destituyendo al primer ministro y asumiendo efectivamente una autoridad dictatorial sobre el país.
Hace tan solo unos meses, Túnez se celebraba como el único país que seguía siendo una democracia en la década posterior a la Primavera Árabe. Actualmente, existe un riesgo real de que lo que se ganó en ese momento se pierda, tal como sucedió en Egipto. La tarea de prevenir ese terrible resultado recae nuevamente en los tunecinos que derrocaron a su dictador en enero de 2011, y en las dos instituciones que desempeñaron un papel fundamental en ese entonces: el ejército y los sindicatos.
En ese momento, los militares rechazaron las órdenes del dictador de reprimir las protestas, y las organizaciones laborales aseguraron una transición sin problemas al Gobierno civil, razón por la cual los cuatro grupos, conocidos colectivamente como el Cuarteto de Diálogo Nacional, recibieron el Premio Nobel de la Paz en el 2015.
Pero, ¿cómo responderán las fuerzas que se unieron durante la Primavera Árabe a este verano de descontento? Las primeras señales no son buenas.
La toma de poder de Saied ha sido bien recibida en las calles por los manifestantes antigubernamentales, quienes hartos de los fracasos en serie de los líderes que eligieron (el desempleo, una de las causas fundamentales de la Primavera Árabe, sigue siendo rampante), se inclinan a darle a su presidente el beneficio de la duda. Saied se ha retratado a sí mismo como incorruptible y desconectado de los partidos políticos que los han defraudado. Además, dijo que nombrará un nuevo primer ministro, pero no ha dicho cuándo. Tampoco ha indicado en qué momento o si se volverá a convocar el parlamento.
El presidente también parece haber cooptado al ejército, al darle la semana pasada la responsabilidad crucial de administrar el programa nacional de vacunación. Los generales podrían esperar ser recompensados en los próximos días con aún más responsabilidades.
Por otro lado, la Unión General Tunecina del Trabajo, la organización laboral más grande y poderosa del país y uno de los cuatro ganadores del Nobel, ha adoptado una postura de esperar y ver qué pasa. El sindicato, más conocido por su acrónimo francés UGTT, ha emitido solo una declaración vaga sobre la importancia de la “legitimidad constitucional” y la necesidad del diálogo nacional.
Pero, en los próximos días las tres fuerzas, los manifestantes, los militares y los sindicatos, se enfrentarán a pruebas más duras. Las fuerzas políticas que dominan el parlamento han denunciado las acciones de Saied como un golpe de Estado. Es solo cuestión de tiempo antes de que Ennahda, el principal partido islamista, y los grupos seculares monten sus propias manifestaciones.
Los manifestantes que celebraron la suspensión de la democracia tendrán que decidir entonces si volverán a la calle a defender al presidente, desencadenando un enfrentamiento con gran potencial de violencia. Entonces, si se apega al libro de jugadas de Sisi, Saied ordenará una ofensiva contra sus oponentes, poniendo a los militares en un dilema de si proteger al pueblo o al presidente.
Lo más probable es que los sindicatos jueguen el papel decisivo. Después de la Primavera Árabe, la presencia de instituciones de la sociedad civil fuertes y políticamente activas fue el diferenciador clave entre Túnez y Egipto, y podría volver a serlo. Mucho dependerá de la disposición de la UGTT, que representa a la mayor parte de la administración pública del país y tiene la capacidad de paralizar a todo Túnez .
Esto le da el poder, si así lo desea, para evitar que Saied repita plenamente la represión de Sisi contra la oposición política. Por eso, el líder de Ennahda, Rachid Ghannouchi, en su primera reacción al anuncio de Saied, apeló al secretario general de la UGTT, Noureddine Taboubi, “para que restaure la democracia”.
Hacerlo requeriría ejercitar algo de memoria muscular. Desde su ennoblecimiento en 2015, la UGTT ha retrocedido a su papel de sindicato. La mayoría de las veces ha actuado como un obstáculo para el progreso en Túnez, resistiendo las reformas económicas muy necesarias, como la reducción del servicio civil y la venta de empresas estatales.
Pero su liderazgo se enorgullece de su historia como fuerza anticolonial antes de la independencia de Túnez de Francia en 1956, y de su función más reciente como control del poder del Gobierno. Como me dijo un líder superior hace dos años: “La UGTT es diferente a cualquier sindicato del mundo. Luchamos no solo por el pan y la ropa, sino por la dignidad nacional”.
Tal vez es hora de que la UGTT se prepare de nuevo para esa pelea.