Por Adam Minter
Con un número de habitantes que representa el 20% de la población mundial y menos del 10% de su tierra cultivable, durante mucho tiempo China ha dependido de las importaciones para alimentar a su gente.
Ahora, el Gobierno teme cada vez más que esta dependencia esté dejando al país vulnerable a los principales exportadores agrícolas, especialmente Estados Unidos. Ante esto, ¿podrán los organismos modificados genéticamente ser la respuesta?
A pesar de que en los últimos años los transgénicos, conocidos como OGM, han ido ganando una aceptación generalizada en otros lugares, los consumidores chinos siguen oponiéndose fuertemente a ellos. Tanto, que el Gobierno ha retrasado la aprobación de tales cultivos durante décadas para evitar una reacción violenta. Eso podría estar a punto de cambiar.
A principios de este mes, el Ministerio de Agricultura sentó las bases para cultivar soja y granos como arroz y maíz modificados genéticamente por primera vez en suelo chino. La pregunta ahora es si el público confiará lo suficiente en el Gobierno para aceptar tal revolución.
Durante todo este tiempo los humanos han cultivado sus alimentos alterando los genes de forma selectiva. En el pasado, eso significaba cruzar plantas y animales con rasgos deseables para crear organismos con mayor valor económico y nutricional. En ese campo, China fue uno de los primeros innovadores: los registros escritos de la ciencia de los cultivos chinos, incluidas las instrucciones sobre el cruzamiento, datan de hace 2,000 años.
En la década de 1970, la biotecnología había avanzado lo suficiente como para que los científicos de cultivos ya no tuvieran que luchar con plantas híbridas. En cambio, solo necesitaron insertar un gen en una célula. En 1988, China se convirtió en el primer país en comercializar un cultivo transgénico cuando aprobó una cepa de tabaco resistente a un virus. Pero surgieron problemas.
A principios de la década de 1990, China National Tobacco Corp. planeó lanzar un cigarrillo elaborado con tabaco transgénico llamado “Gene”. Cuando los fumadores se opusieron, el nombre se cambió a “China”. El producto con el nuevo nombre tampoco llegó al mercado, y el tabaco modificado genéticamente se eliminó por completo del cultivo comercial en 1995.
En otros lugares, a medida que los consumidores han aceptado años de acumulación de datos que demuestran que es seguro consumirlos, la oposición a los transgénicos ha disminuido. En 1994, la Administración de Medicamentos y Alimentos (FDA, según sus siglas en inglés) de Estados Unidos autorizó la venta comercial de un tomate modificado genéticamente. Esta se convirtió en la primera aprobación de este tipo en cualquier parte del mundo, y pronto siguieron otros cultivos. Para el 2020, un 90% del maíz y la soja cultivados en Estados Unidos fueron modificados genéticamente.
Sin embargo, China tomó un camino muy diferente. A partir de la década de 1980, los escándalos de seguridad alimentaria en todo el país han estallado con regularidad. Algunos inclusive han alcanzado notoriedad internacional, como fue el caso de un incidente de 2008 en el que 300.000 niños enfermaron por leche contaminada.
Incluso para aquellos chinos abiertos a los beneficios de los transgénicos, estos escándalos pusieron en duda la competencia del Gobierno a la hora de regular la seguridad alimentaria. En el 2018, una encuesta revisada por pares encontró que solo el 12% de los consumidores chinos tenían una opinión positiva de los OGM.
Desconfiados ante esta resistencia, los funcionarios chinos solo han aprobado el cultivo comercial de algodón y papaya modificados genéticamente, mientras que otros permanecen en el laboratorio. Como resultado, China solo se ha vuelto más dependiente de los OGM extranjeros, cuya importación está permitida siempre y cuando se procesen en productos como alimentos para animales para respaldar la creciente demanda china de carne de cerdo y otras proteínas.
Esa dependencia ha preocupado a los líderes chinos durante al menos una década. En el 2013, el presidente Xi Jinping pidió que los tazones de arroz se llenaran “principalmente” con granos chinos. En marzo, un nuevo Plan Quinquenal consagró la “seguridad alimentaria” como prioridad política.
El objetivo de este plan es lograr la “autosuficiencia”, un término que China comenzó a usar después de que Estados Unidos interrumpiera las exportaciones de semiconductores a Huawei Technologies Co. Recientemente y de manera reveladora, los funcionarios y los medios chinos se han referido a las semillas transgénicas como los “nuevos semiconductores”, por lo que advirtieron que China es vulnerable sin la capacidad de cultivar las propias.
Hasta ahora, el Gobierno se ha movido más rápido con los chips que con los transgénicos. Pero parece casi inevitable que se avecina un nuevo impulso significativo. Es posible que, en un futuro no muy lejano, el pueblo chino simplemente tenga que aceptar la decisión, les guste o no.