Mientras la variante delta sigue propagándose por gran parte del mundo, las vacunas continúan escaseando. Lo peor es que están siendo acaparadas por países ricos, pese a que la necesidad en otros lugares es inmensa. Hay que culpar a la política. Sin embargo, hay que elogiar a los científicos por la existencia de las vacunas.
La secuencia del genoma del virus fue hecha pública el 11 de enero del 2020, apenas pasado un mes de que una nueva enfermedad respiratoria fuese reportada en Wuhan, China. Cuatro días después, la farmacéutica estadounidense Moderna, en colaboración con la agencia federal Institutos Nacionales de Salud, completó el diseño de un prototipo de estructura molecular que compondría su vacuna. Luego de solo dos meses, el 16 de marzo, comenzaron los ensayos clínicos en humanos.
El 8 de diciembre, la británica de 91 años Maggie Keenan fue la primera en recibir la dosis de Pfizer. En comparación, la vacuna contra la polio en Estados Unidos tardó 20 años entre ensayos y autorización. Pese a ello, los científicos podrían hacerlo mejor. Según el modelo de muertes en exceso de The Economist, a inicios de este año la pandemia se había cobrado entre 4 millones y 8 millones de vidas.
Si la vacunación masiva hubiese empezado un poco antes y un poco más rápido, cientos de miles de personas pudieron haberse salvado. Esa es una meta que merece ser perseguida en la próxima pandemia –y recientes estudios señalan que es completamente posible–. La base de esto son décadas de investigación científica y médica.
Katalin Karikó, una de las pioneras de la tecnología de ARN mensajero (ARNm) que sustenta las dos vacunas más eficaces (Pfizer y Moderna), pasó 30 años estudiando cómo el ARNm puede ayudar a combatir dolencias. Su trabajo fue demasiado radical como para atraer fondos públicos o respaldo institucional, pero es parte de un conjunto de investigaciones que amplían el espacio para enfrentar enfermedades infecciosas, incluyendo las nuevas.
La pandemia ha visto salir a la luz novedosas herramientas bioquímicas y computacionales para predecir la evolución de los virus. Un enfoque se llama “escaneo mutacional profundo” y observa cambios aleatorios en proteínas cruciales de patógenos bajo condiciones de laboratorio. Con el uso del aprendizaje automático, se pueden formular predicciones sobre qué combinaciones de esas mutaciones harán que, por ejemplo, una enfermedad se propague rápido y llegue a dominar una pandemia de la forma en que la variante delta está haciendo con el covid-19.
Armadas con estas predicciones, las manufactureras podrán preparar arsenales de vacunas y terapias antes de que los patógenos se hayan mutado y propagado. Incluso se podrá vacunar preventivamente. Tal grado de prevención y la consecuente rápida provisión de dosis, podría salvar muchas vidas.
Esa misma lógica de “más rápido es mejor” también aplica a otras áreas de respuesta ante pandemias. El testeo y el rastreo de contactos deberá estar disponible tan pronto como surjan las primeras señales de que un patógeno se esté volviendo global. El covid-19 ha demostrado que las grandes instalaciones centralizadas de testeo, si bien rápidas de implementar, demoran más en proporcionar resultados que las más pequeñas y locales, que pueden procesar muestras in situ.
Tales instalaciones deberán estar listas para la próxima pandemia e incluir un rápido testeo genético, el cual ha comenzado a estar disponible online en aeropuertos alrededor del mundo. Para cuando surja el próximo patógeno, debiera ser ampliamente accesible la tecnología que permite que el centro de testeo en el nuevo aeropuerto de Berlín obtenga resultados en menos de una hora.
Los reguladores también tendrán que cumplir con su parte. Las autoridades de salud ya están abordando la naturaleza modular de los nuevos sistemas de producción de vacunas, agilizando sus procesos de aprobación con el fin de que las dosis puedan ser actualizadas y otorguen protección contra las variantes del virus.
Las nuevas “plataformas” de vacunas pueden reproducir una tan fácilmente como cualquier otra, con solo implementar cambios menores en sus procesos de elaboración. Las autoridades debieran comenzar a pensar en cómo garantizar la seguridad de las vacunas producidas en dichas plataformas contra patógenos completamente nuevos sin que se tenga que iniciar el proceso de autorización desde cero en cada ocasión.
Nadie sabe cuándo surgirá la próxima pandemia. Nuevos patógenos están emergiendo desde entornos impredecibles todo el tiempo, a menudo lejos del escrutinio o del control regulatorio. Una nueva enfermedad podría estar a punto de aparecer en estos momentos, por ejemplo, una bacteria rara que se escapa de una granja industrializada que abusa de los antibióticos, o un virus mutado que se escabulle de un laboratorio o de un bosque –con un murciélago que se lo transmite a un nuevo huésped que puede infectar a humanos–.
Aunque no se pueda detener todas las pandemias, sí se puede estar mejor preparados para cuando lleguen.
Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez
© The Economist Newspaper Ltd, London, 2021