Llega un momento en que la significancia de algo se entiende por completo. Y la semana pasada, en Reino Unido, el momento llegó. Si bien los británicos no son en modo alguno los más gravemente afectados por las olas de calor que están arrasando el hemisferio norte, han estado impresionados por un número redondo: 40°C. Se trata de una temperatura del aire nunca antes registrada en ese país, pero fue igualada y superada en varios otros lugares el 19 de julio.
Una cosa es entender intelectualmente que el calentamiento global antropogénico es real, otra muy distinta es sentir que a uno se le achicharra el cerebro. Ese registro récord hizo que el asunto fuese entendido claramente en Reino Unido. En el resto de Europa, en partes de China y en Norteamérica, fueron aprendidas lecciones similares: hubo incendios forestales incontenibles y muertes por golpe de calor.
Las olas de calor no son nada nuevo, pero se han vuelto más frecuentes y más extremas, y coinciden en diferentes lugares más a menudo. Un reciente estudio encontró que en la actualidad ocurren olas de calor simultáneas en el hemisferio norte en un número de días siete veces superior que hace cuatro décadas.
En parte, esa simultaneidad es una inevitabilidad estadística: si hay más olas de calor, significa que habrá más ocurriendo al mismo tiempo. Sin embargo, los cambios en el patrón de comportamiento de la corriente de chorro –una corriente de aire de gran altitud que regula la migración en dirección Norte del aire caliente de los trópicos– estarían empeorando la situación.
El incremento en intensidad y frecuencia ya es bastante grave –por ejemplo, Estados Unidos tuvo dos olas de calor por año en la década de 1960 y seis en la del 2010–, pero el incremento de la simultaneidad podría tener consecuencias mucho más funestas. Las olas de calor causan daños en la agricultura; la alteración simultánea de siembras o cosechas en distintos lugares podría generar crisis que no puedan ser afrontadas con el traslado de los productos de un lugar a otro del mundo, porque habría menos producción que trasladar.
Necesaria adaptación
Las más recientes olas de calor también han enfatizado cómo la infraestructura física está diseñada para una realidad climática que es cosa del pasado. Para usar nuevamente a Reino Unido como ejemplo, partes de su red ferroviaria estuvieron cerca de la parálisis porque los rieles británicos están optimizados para operar libres de presión a una temperatura de 27°C. Las que están cercanas a los 40°C están fuera de su zona segura.
Los rieles pueden ser reemplazados a medida que las sociedades se adaptan a temperaturas en ascenso, pero el costo y la disrupción que significará la actualización de toda la infraestructura que lo requiera, desde viviendas y hospitales hasta compañías de bomberos, serán inmensos. Hasta en países ricos, los gobiernos enfrentan dificultades para comprometer recursos necesarios, tal como Estados Unidos está mostrando con su asediado plan “Reconstruir mejor”.
Pero será peor en países pobres. Cuentan con menos dinero en efectivo para financiar la adaptación y más necesidad de hacerlo, sobre todo porque tienden a estar ubicados cerca al ecuador, en zonas donde las olas de calor pueden empujar las temperaturas a niveles casi imposibles de sobrevivir. También tienden a tener un alto crecimiento poblacional, lo que significa que serán afectadas más y más personas.
Una ironía adicional es que en cierto casos, la aplicación de tecnología para adaptarse a temperaturas más elevadas, en la forma de aire acondicionado para edificios apropiadamente diseñados, aumenta la demanda por energía eléctrica. Justamente la semana pasada, en Reino Unido, tal demanda subió 5% comparada con la semana previa.
Eso estaría bien si la electricidad usada proviene de fuentes verdes, pero si se origina de plantas generadoras que usan combustibles fósiles, entonces acelerará el calentamiento global. La adaptación a esta y otras manifestaciones de un clima cambiante es una llave de tuercas crucial de la caja de herramientas.
Pero esto no absuelve a la gente de abordar el problema desde su origen, a través del estímulo de la generación de energías verdes y de tecnologías ahorradoras de energía, y el desincentivo y desmantelamiento de las energías “marrones”. Si por fin se ha entendido la magnitud del problema, a raíz de las olas de calor, y esto inspira la acción en esa dirección, el sufrimiento y las pérdidas de vidas no habrán sido enteramente en vano.
Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez
© The Economist Newspaper Ltd, London, 2022