Una noche de octubre, Francisco Sagasti, quien fue presidente interino del Perú durante ocho meses hasta julio, lanzó su nuevo libro en Barranco, un distrito bohemio de Lima. Sagasti, un académico, es un centrista que dirigió al país a través de unas elecciones divisivas.
El evento fue interrumpido por manifestantes que rodearon la librería gritando “corrupto” y “asesino” al autor mientras golpeaban a un periodista. Pertenecían a ‘La Resistencia’, grupo formado en el 2018 bajo el lema de ‘Dios, patria y familia’ para oponerse al comunismo y al liberalismo. Son una de las muchas facetas de un ala derecha nueva y más agresiva en América Latina.
Su avance se produjo con la elección en el 2018 de Jair Bolsonaro como presidente de Brasil. Un ex oficial del ejército desdeñoso de la democracia y nostálgico por la dictadura militar de su país de 1964-85, Bolsonaro marcó una ruptura con las normas políticas anteriores en la región. Desde la democratización en la década de 1980, con una o dos excepciones, las fuerzas políticas conservadoras fueron en general moderadas, a menudo influenciadas por la Democracia Cristiana.
Bolsonaro ha engendrado posibles imitadores, de diferentes tipos. Entre ellos se incluye a Guido Manini, un comandante del ejército retirado que prometió tomar medidas enérgicas contra el crimen y que, como outsider político, ganó el 11% de los votos en las elecciones presidenciales de Uruguay en el 2019.
En Perú, Rafael López Aliaga, un empresario miembro del Opus Dei, un movimiento católico, ganó el 12% en las elecciones de abril en una plataforma de conservadurismo social y liberalismo económico extremo. En Argentina, Javier Milei, un economista libertario, está en camino a ganar un escaño en el Congreso en las elecciones de este mes, compitiendo contra la principal coalición de centroderecha y contra los peronistas gobernantes.
El más cercano al poder es José Antonio Kast, un exlegislador que en su primera campaña presidencial en el 2017 dijo que, si estuviera vivo, el general Pinochet, el dictador de Chile en 1973-90, votaría por él.
Para las elecciones presidenciales de este mes, ha prometido “restaurar Chile” con mano dura contra el crimen y el desorden violento, una zanja fronteriza para detener a los inmigrantes, el retiro de los organismos internacionales de derechos humanos y con recortes de impuestos para promover crecimiento económico. También afirma defender la herencia europea y unidad nacional de Chile contra la adhesión de la izquierda a los grupos indígenas y el multiculturalismo. Parece que Kast disputará una segunda vuelta para la presidencia contra Gabriel Boric, de la extrema izquierda.
Kast no es Bolsonaro. Más bien, representa una derecha populista radical, más en el molde de Álvaro Uribe, presidente de Colombia del 2002 al 2010. Insiste en que no es “extremista” y ahora no niega que hubo abusos bajo el mando de Pinochet. No todos los nuevos derechistas representan una clara amenaza para la democracia en sí. Pero algunos lo hacen. Todos ellos son menos conciliadores que los viejos partidos conservadores. Los grupos minoritarios tienen motivos para preocuparse.
¿Qué explica el surgimiento de la nueva derecha? Un factor es la formación en los últimos años de grupos de base con vínculos católicos y evangélicos que han hecho campaña contra el aborto, los derechos de los homosexuales y el feminismo. Otro es una demanda popular de protección contra el crimen.
Al igual que con la izquierda radical, la derecha radical se está beneficiando de la desilusión pública con el estancamiento económico y los políticos democráticos convencionales, que son vistos como egoístas, si no corruptos. Pero lo que une a todas estas nuevas fuerzas de derecha, dice Ariel Goldstein, politólogo de la Universidad de Buenos Aires, es “el espectro de Venezuela” que ha buscado exportar su dictadura izquierdista que propaga la pobreza.
En ese sentido, la radicalización de la derecha es un espejo del mismo proceso de la izquierda. Si Kast tiene posibilidades de ganar, como las tiene, es en parte porque Boric, por más demócrata que sea, defiende un programa económico estatista y tiene aliados comunistas.
La nueva derecha de América Latina también es parte de una tendencia internacional más amplia. La victoria de Donald Trump en Estados Unidos en el 2016 allanó el camino para Bolsonaro. Eduardo, el hijo de Bolsonaro, tiene estrechos vínculos con la franja nativista del Partido Republicano. Ahora Vox, un partido antiinmigrante español, actúa como agente unificador de la nueva derecha en América Latina.
En setiembre publicó una ‘Carta desde Madrid’ denunciando el comunismo en la “Iberosfera” y firmada hasta el momento por casi 9,000 políticos o activistas entre los que se encuentran los señores Kast, López Aliaga y Milei, además de Eduardo Bolsonaro. Los demócratas liberales en América Latina ahora tienen que lidiar no solo con una izquierda autoritaria sino con una derecha que es mucho más intolerante que en el pasado reciente.