Si hubiese prensa libre en Rusia, ¿cuántos rusos respaldarían la invasión a Ucrania? Y si el covid-19 hubiese surgido en un país con prensa libre y no en China, ¿cómo hubiesen sido los días iniciales? ¿Habría podido el Gobierno de tal país silenciar esas cruciales primeras semanas? El 3 de mayo fue el Día Mundial de la Libertad de Prensa y vale la pena recordar su trascendencia.
Una prensa independiente puede escrutar a los poderosos, poner en evidencia la corrupción y frenar abusos. El libre flujo de información es parte vital de la democracia. Sin él, los votantes no pueden tomar decisiones fundamentadas y los gobiernos no intentan corregir sus errores. Además, facilita la propagación de buenas ideas y de información de utilidad, con lo que acelera el progreso.
Sin embargo, la libertad de prensa está en declive. Alrededor del 85% de la población mundial vive en países donde ha sido constreñida en los últimos cinco años, y hoy está tan oprimida como en 1984, durante la Guerra Fría. Desde entonces, la censura se ha transformado. Aunque cada año cientos de periodistas siguen siendo encarcelados y decenas son asesinados, la mayoría de autócratas actuales ensalza con palabras huecas la idea de prensa libre y utiliza armas más sutiles para atacarla.
Presupuestos para publicidad estatal se prodigan en medios aduladores, mientras los que critican obtienen auditorías tributarias y multas por difamación. Tal acoso puede agudizar la situación de empresas con dificultades financieras. Algunas podrían ser adquiridas por amigotes del régimen, a quienes no les importaría que sus canales de TV pierdan dinero con tal de complacer a la gente que reparte contratos para obras públicas. Vladimir Putin fue pionero con este enfoque y ha sido ampliamente imitado.
La tecnología está siendo usada para convertir en un infierno la vida de reporteros entrometidos. Ahora es más fácil espiarlos; el año pasado se descubrió que el software espía Pegasus fue introducido en móviles de casi 200 periodistas, para leer sus mensajes, rastrearlos e identificar a sus fuentes. Y las redes sociales pueden servir para hostilizarlos.
Una encuesta halló que casi el 75% de periodistas mujeres ha soportado violencia online, lo cual es más espantoso cuando es organizado y tiene el respaldo tácito del partido gobernante. En India, por ejemplo, las reporteras críticas con el primer ministro, Narendra Modi, enfrentan torrentes de amenazas de violación y muerte proferidas por troles nacionalistas hindúes, quienes en ocasiones divulgan sus domicilios e incitan “visitas” a sus casas o trabajos.
Incluso en democracias liberales, se abusa de leyes contra la calumnia y la invasión de la privacidad. En Londres, oligarcas de toda nacionalidad enjuician a periodistas de investigación con la esperanza de que se les impongan ruinosos costos legales. En Polonia, el diario Gazeta Wyborcza ha enfrentado más de 60 juicios, muchos entablados por líderes del partido oficialista. La periodista maltesa Daphne Caruana Galizia, que expuso la corrupción estatal en su país, afrontaba más de 40 cuando fue asesinada, el 2017.
¿Cómo pueden contraatacar los defensores de la prensa libre? Un punto de partida sería que los gobiernos liberales deroguen arcaicas leyes que criminalizan la difamación. También deberían refrenar juicios fraudulentos, como evalúa hacer la Comisión Europea. Además, los medios independientes necesitan hallar nuevas fuentes de financiamiento: asociaciones benéficas, micromecenazgo y millonarios con consciencia. Los medios estatales pueden jugar un valioso papel, pero solo si cuentan con garantías para actuar independientemente.
La tarea es más difícil en países represivos, pero la tecnología puede ayudar. Si reportar desde el terreno es riesgoso, las imágenes satelitales y la macrodata permiten a los periodistas armar informes a distancia. Los países libres deben ofrecerles asilo y un lugar seguro para que sigan trabajando. Donde la censura es fuerte, los ciudadanos pueden usar redes privadas virtuales para acceder a contenidos bloqueados y herramientas online para capturar páginas web antes de que sean censuradas.
Los periodistas en países libres pueden ayudar a sus colegas en autocracias. Esa colaboración ha expuesto escándalos como los de Pegasus y los “Panama Papers”. El sistema de publicación en la nube de The Washington Post posibilitó que el acosado tabloide hongkonés Apple Daily siguiera informando más tiempo del pensado.
La lucha será cuesta arriba. La pandemia ha dado a los gobiernos una excusa para restringir la libertad de prensa: cerca de 100 lo han hecho en nombre de la seguridad pública. Donald Trump ha mostrado cómo un demagogo puede minar la confianza en los medios, y otros están copiando su accionar. En una encuesta del año pasado en 28 países, el 60% dijo que los periodistas mienten deliberadamente. Es evidente que algunos lo hacen, y el Día Mundial de la Libertad de Prensa es motivo para que se pregunten si están haciendo buen uso de esa libertad.
Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez
© The Economist Newspaper Ltd, London, 2022