Incluso para los estándares de las democracias fallidas de Centro América, las elecciones del 25 de junio en Guatemala fueron ominosas. Por razones poco convincentes, el tribunal electoral prohibió la candidatura de tres aspirantes presidenciales populares.
Un tribunal encarceló a José Rubén Zamora, un destacado periodista de investigación. Por eso fue una agradable sorpresa para muchos guatemaltecos que un intruso desafiara las encuestas y quedara en segundo lugar, muy cerca de un candidato con respaldo de la élite gobernante del país. Bernardo Arévalo, de Semilla, un joven partido progresista, pasó a la segunda vuelta a celebrarse en agosto tras obtener el 12% de los votos. Tiene posibilidades reales de convertirse en el próximo líder del país.
El voto por Arévalo, de 64 años, es una señal de la sed de cambio en un país donde la corrupción es generalizada y las normas democráticas se están hundiendo. (Más votantes dejaron sus papeletas en blanco o las destruyeron de los que votaron por un solo candidato, una señal de su descontento).
Arévalo quedó tan solo cuatro puntos porcentuales por detrás de Sandra Torres, ex primera dama. También venció a otros candidatos preferidos de las élites políticas, militares y empresariales, a las cuales los guatemaltecos condenan como “el pacto de los corruptos”. Semilla aumentó de 7 a 23 su cantidad de diputados en el Congreso y así se convierte en el tercer partido de mayor representación.
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El resultado sorprendente ofrece un rayo de esperanza en una región desesperada. Muchos de los países vecinos de Guatemala son dictaduras o están en camino a serlo. Daniel Ortega ha aplastado a la oposición en Nicaragua. En El Salvador, Nayib Bukele ha tomado el control de los tres poderes del Estado y ha convencido a los salvadoreños de alabarlo por ello.
El 26 de junio el partido de Bukele anunció que se iba a presentar a reelección, a pesar de que la constitución parece prohibirlo. Se cree que muchos de los principales políticos de Honduras son corruptos y algunos han estado vinculados con narcotraficantes y otros delincuentes. Juan Orlando Hernández, el presidente del país hasta el año pasado, fue extraditado a Estados Unidos para enfrentar cargos de narcotráfico. (Se ha declarado inocente).
Guatemala ha ido cuesta abajo, en especial desde 2019, cuando Jimmy Morales, quien en aquel entonces era el presidente, cerró la CICIG, un organismo anticorrupción con respaldo de la ONU. Bajo el mandato de Alejandro Giammattei, el presidente actual, se han politizado los tribunales y las amenazas anónimas han obligado a muchos jueces y periodistas de mentalidad independiente a abandonar el país.
En contraste, Arévalo tiene sólidas credenciales democráticas. Arévalo, el hijo del primer presidente elegido democráticamente, quien ocupó el cargo entre 1945 y 1951, ha prometido una mayor apertura, combatir la corrupción y gastar más dinero en educación y salud para reducir la pobreza. El Banco Mundial calcula que más de la mitad de los guatemaltecos vive por debajo de la línea nacional de pobreza. Torres promete más o menos lo mismo, pero a la mayoría de los guatemaltecos no les parece un cambio. Su índice de desaprobación es muy superior al de Arévalo.
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El descontento generalizado en Guatemala sugiere que un candidato antisistema como Arévalo debería ser el favorito para ganar en la segunda vuelta. Sin embargo, sus enemigos le dificultarán el camino. El apoyo a Semilla, a cuyo candidato de 2019, un ex fiscal general, le prohibieron presentarse, comenzó entre los jóvenes. A su vez, ellos convencieron a sus padres y abuelos para que votaran por el partido.
No obstante, las élites gobernantes son “un enemigo formidable” que hará “hasta lo impensable” para derrotar a Arévalo, opinó Ricardo Sáenz de la Universidad de San Carlos de Guatemala. En redes sociales y otros medios ya se ha empezado a murmurar que Arévalo es un comunista que nacionalizará las empresas, aunque no hay ninguna evidencia de ello. Es probable que vengan trucos más sucios.
Guatemala ya ha estado al borde del cambio, tan solo para decepcionarse. En 2015, miles de guatemaltecos celebraron cuando Otto Pérez Molina renunció a la presidencia después de que la CICIG presentó evidencias de corrupción en su contra. Después llegó Morales. Esta vez no hay ningún organismo con respaldo de la ONU que le pueda ayudar. Sin embargo, Semilla tiene esperanza. Las élites “pensaron que bastaría con tener el control del Estado, los tribunales y la fiscalía”, comentó Samuel Pérez, legislador de Semilla. “Pero olvidaron que la voluntad del pueblo también importa”.
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