Aunque los economistas no son famosos por su optimismo, en este momento su júbilo se ha hecho palpable. Apenas hace poco parecía que sería inevitable una recesión en Estados Unidos y la Reserva Federal no dejaba de elevar las tasas de interés en un esfuerzo por combatir la inflación.
Otros bancos centrales que siguieron su ejemplo vieron agravados sus problemas de inflación por el encarecimiento del dólar… un problema en particular para los mercados emergentes que obtienen préstamos y realizan operaciones comerciales con el exterior en moneda estadounidense.
Pero la noticia de que la tasa anual de inflación general bajó al 3% en junio hizo crecer las esperanzas de que el siguiente aumento en las tasas de interés de la Reserva Federal, esperado para el 26 de julio, sea el último, y de que otros bancos centrales también se relajen.
Las acciones van al alza, bajaron los rendimientos de los bonos y el dólar está cerca de su punto más débil desde que la Reserva Federal comenzó a subir las tasas de interés.
Este ambiente de mayor confianza es todavía más inusual porque la economía mundial se ralentiza. El 17 de julio, China informó que, aunque muchos esperaban un progreso notable después de que el gobierno suspendió su política “cero COVID” en diciembre, su economía creció solo un 0.8% en el segundo trimestre con respecto a los tres meses anteriores.
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El sector manufacturero global ha sufrido ahora que los consumidores ya no están aislados y han comenzado a salir más a comer, por lo que han dejado de comprar equipo para su oficina en casa. Además, aunque Estados Unidos experimentó un crecimiento firme en el primer semestre del año, la mayoría de las proyecciones indican que la economía se ralentizará pronto.
A pesar de todo esto, cada vez menos proyecciones mencionan una contracción de la economía… y la mejor situación posible para las economías cuya expansión ha alcanzado un ritmo insostenible, como la de Estados Unidos, es que el ritmo del crecimiento baje a un nivel suficiente para reducir la inflación sin llegar a una recesión.
Incluso el decepcionante regreso a las actividades en China, que no tiene ningún problema con la inflación, ha impedido que se materialice la temida alza en los precios globales de las materias primas. Eso ha ayudado a Europa, que ha tenido que remplazar el gas ruso transportado por ductos con embarques de gas licuado.
De cualquier manera, sería un error suponer que la economía mundial ya puede cantar victoria, por tres motivos. El primero es que la inflación, con todo y que es menor, todavía se encuentra muy por arriba del objetivo del 2% de los bancos centrales. La baja en la tasa general de Estados Unidos se debe a una caída excepcional en los precios de la energía: si no se incluyen los alimentos ni la energía, los precios están un 4.8% por arriba del nivel de hace un año. En la eurozona, esta cifra es del 5.5%, y en ambas economías los salarios todavía aumentan muy por encima del crecimiento de la productividad.
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En otras palabras, todavía falta mucho para que el mundo rico logre la desinflación total… y muchos economistas esperan que el último tramo de la carrera sea el más difícil. Aunque una inflación persistente del tres al 4%, por ejemplo, no genera titulares como lo han hecho los alarmantes aumentos recientes en los precios, no deja de ser un problema para los bancos centrales. Podrían verse obligados a elegir entre tomar medidas más estrictas de lo esperado u olvidar por completo su meta del 2%. Cualquiera de estas opciones causaría perturbación en los mercados de activos y posiblemente en la economía real también.
El segundo riesgo es que, si bien el beneficio de un menor crecimiento y ritmo en la actividad económica es evidente en este momento para el mundo, es posible que los costos no sean visibles por un tiempo. Hasta ahora, el mercado laboral de Estados Unidos ha mantenido el equilibrio casi sin problemas con un recorte en las vacantes de trabajo y no en los empleos. Todavía hay muchas contrataciones y casi no hay despidos. Con menos vacantes, los salarios crecen menos.
Por desgracia, nadie sabe cuánto tiempo pueda el mercado laboral eliminar grasa y no músculo; lo cierto es que, en meses recientes, la baja en las vacantes de trabajo se ha estancado. Por todo el mundo rico se observa que a las empresas todavía les pesa el recuerdo de la escasez de trabajadores, por lo que han acumulado más trabajadores de los que necesitan; en varios países, el número promedio de horas trabajadas ha disminuido.
Si las empresas deciden que es demasiado costoso conservar trabajadores que quizá necesiten en el futuro, pero quizá no, entonces podríamos ver un aumento abrupto en los despidos.
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El tercer peligro es que, debido a la divergencia entre las grandes economías del mundo, aunque haya menos presión sobre la Reserva Federal, los legisladores de otras regiones sigan preocupados. El Reino Unido celebra una baja más pronunciada de lo esperado en la inflación anual registrada en junio, pero, con un crecimiento subyacente de precios y salarios de aproximadamente un 7%, se mantiene como un inquietante caso aparte (ver la sección del Reino Unido).
Japón apenas empezó a aplicar una política monetaria contractiva; con la inflación al alza, el Banco de Japón podría ajustar de nuevo el tope a los rendimientos de los bonos a largo plazo a finales de julio. China podría enfrentar una ralentización del crecimiento estructural en que la economía sufra el lastre de las deudas incobrables, como le sucedió a Japón a principios de los años noventa, con una inflación persistente a niveles bajos.
En otras palabras, sin importar hacia dónde volteemos, todavía hay una gran incertidumbre en cuanto al nivel que alcanzarán a fin de cuentas la inflación y las tasas de interés. No digo que no hay que celebrar las buenas noticias; pero no olvidemos que aún no podemos decir que la economía mundial haya superado ilesa sus dificultades.
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