Cuando Pfizer y BioNTech presentaron su vacuna, políticos de toda Europa se apresuraron por reclamar algo del mérito. En Alemania, recordaron que BioNTech fue fundada por dos alemanes de origen turco; los belgas resaltaron que la vacuna es manufacturada en su tierra; funcionarios de la Unión Europea destacaron la compra conjunta realizada por 27 países y Reino Unido se jactó de haber sido el primero en aprobarla.
Pero para un gran número de europeos, hubo una emoción distinta al orgullo: paranoia. A pesar de los escrupulosos test, muchos dudan que la vacuna sea segura. Uno de cada tres franceses piensa que las vacunas en general son inseguras –la tasa más alta del mundo–, y el 46% dice que no se inmunizará contra el covid-19. En Italia, el Movimiento 5 Estrellas obtuvo poder en parte porque sembró miedo sobre la inoculación. Ese peligroso sinsentido no es exclusivo de Europa occidental: más del 40% de personas en Hungría y Polonia señala que la rechazará.
¿Cómo se convirtió Europa en un crisol de incredulidad? Los escépticos de las vacunas han existido siempre. Voltaire se desesperaba ante la reticencia de sus compatriotas a probar las rudimentarias inoculaciones que ya eran comunes en Inglaterra. Escribió que a los ojos de los franceses, los ingleses eran “tontos… y locos”. No obstante, se desataron disturbios en Inglaterra en el siglo XIX, cuando el Gobierno decretó la obligatoriedad de vacunarse.
La gente en Facebook que publica ridículas teorías sobre el deseo de Bill Gates de insertar chips rastreadores en todos, es la heredera de los panfletistas del siglo XIX que decían que las vacunas hacían crecer cuernos. Europa siempre ha sido una república de las letras, pero desgraciadamente a veces también es una república de chiflados. Lo que ha cambiado es la motivación.
En los siglos XVIII y XIX, las objeciones solían ser religiosas, pues las enfermedades eran atribuidas a la voluntad de Dios, o por la preocupación de interferir con la naturaleza, sostiene Laurent-Henri Vignaud, historiador de la Universidad de Borgoña (Francia). Ahora, son políticas. Hay una correlación entre dudar de las vacunas y votar por partidos populistas, subraya Jonathan Kennedy, de la Universidad Queen Mary de Londres. Ambos movimientos se enfocan en el miedo.
Así como los líderes populistas de izquierda y derecha atizan sospechas sobre el Foro de Davos, los antivacuna se inquietan sobre otra élite global en la sombra –las grandes farmacéuticas–, y comparten la habilidad de convertir un grano de verdad en decepción generalizada. Y en el centro de ambos está la desconfianza en expertos e instituciones. Cada vez más, Europa es un continente paranoico donde las mentes de la gente están llenas de visiones de enemigos, mayormente imaginarios. Las vacunas se suman a inmigrantes, musulmanes y otros como los ogros del momento.
Los políticos sienten que tienen que pisar con cuidado. La rápida aprobación de la vacuna en Reino Unido ocurrió sabiéndose que ocho de cada diez británicos estaban dispuestos a aceptarla. En Suiza, se ha adoptado un enfoque más cauteloso, a fin de disipar dudas. Quienes conocen mejor a los franceses señalan que cuando la vacuna llegue, habrá colas. Es que una cosa es desdeñarla porque Emmanuel Macron la alaba y otra, rechazarla cuando el médico la recomienda.
Asimismo, el sentimiento antivacuna puede ser apagado. Cuando era oposición, el Movimiento 5 Estrellas avivó el miedo a la inoculación. Las vacunas obligatorias eran “un regalo para las grandes farmacéuticas”, decía Beppe Grillo, el excomediante que cofundó el partido. Pero ahora que forma parte del Gobierno, sus teorías conspirativas han colisionado con la realidad: un brote de sarampión provocó la aplicación de medidas estrictas que antes el partido no respaldaba.
Las campañas electorales populistas no se trasladan bien a los problemas reales que enfrentan los gobiernos. En un curioso giro de postura, los seguidores del partido ahora tienen más probabilidad que el italiano promedio de apoyar la idea de una vacuna contra el covid-19. Los países europeos se habían desacostumbrado a las muertes prematuras a gran escala. El horror de la pandemia y la posibilidad de detenerla podría obligarlos a retomar la sensatez.
En los próximos meses, el gran problema para los gobiernos en la organización de las vacunaciones no será falta de demanda sino de oferta, señala Jonathan Berman, autor del libro “Anti-vaxxers: How to Challenge a Misinformed Movement” (2020). En efecto, hablar demasiado sobre el rechazo a la inoculación podría provocar el pánico que los gobiernos quieren evitar.
Las teorías marginales tienen mayor probabilidad de propagarse cuando el público pierde confianza en sus líderes. Por ello, la vacuna más eficaz contra la insensatez sería que los gobiernos desplieguen sus programas de vacunación contra el covid-19 lo más rápido y claro que puedan, minimizando deficiencias. Cuando las élites hacen bien su trabajo, populistas y chiflados tienen menos motivos para decir disparates.
Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez
© The Economist Newspaper Ltd, London, 2020