Haití está a la espera. Las pandillas controlan grandes zonas de la capital, Puerto Príncipe. El gobierno de Kenia, país que propuso encabezar una misión que cuenta con la aprobación de la ONU para proteger Haití, advirtió que no enviará fuerzas hasta que se establezca un gobierno de transición que releve el de Ariel Henry, el primer ministro exiliado.
Más de dos semanas después de que Henry declaró que iba a dimitir, un consejo de transición recién formado no ha podido ponerse de acuerdo respecto a quién lo dirigiría para formar ese gobierno. Dos de sus miembros ya se retiraron.
Aunque una fuerza exterior podría ser decisiva en la lucha contra las pandillas, la desafortunada historia de Haití en materia de intervención extranjera dificulta la política de su acuerdo. Mientras tanto, está en manos de la dispar policía haitiana impedir que las pandillas tomen el control total del país. Y la situación no se ve bien. El principal puerto está casi cerrado, así como el aeropuerto de la capital. Según las agencias de ayuda, no ha llegado comida desde hace dos semanas. El combustible se está agotando.
Las pandillas se han extendido al suburbio acaudalado de Pétion-Ville, el cual está encaramado en las colinas que dominan la capital. Sus residentes ahora despiertan con el ruido de los disparos y encuentran cadáveres tirados por las calles. A uno de los periodistas más importantes del país, Lucien Jura, otrora vocero presidencial, lo secuestraron el 18 de marzo hombres armados que irrumpieron en su casa (ya fue liberado).
Los residentes de muchas partes del país han tomado la justicia por su propia mano, levantando barricadas en las calles y creando patrullas. En varios casos han linchado a presuntos miembros de pandillas. “La situación está evolucionando en la dirección equivocada”, afirmó Arnaud Royer, quien dirige la oficina de derechos humanos de la ONU en Haití. “Ya casi es el fin para la policía. Están al límite”.
La mayoría de las labores internacionales hasta la fecha se han centrado en la evacuación de ciudadanos extranjeros y personal diplomático no esencial. Sin embargo, muchos haitianos le están pidiendo a Estados Unidos que haga más. “En vez de abordar la situación, vemos cómo las embajadas evacuan a la gente”, comentó Reginald Delva, consultor de seguridad haitiano y exministro de Interior.
“Hay cosas que podrían hacerse mañana para reforzar la policía”, afirmó Jake Johnston, del Centro de Investigación en Economía y Política, un laboratorio de ideas con sede en Washington. “Pero en vez de eso estamos hablando de esta misión multinacional de seguridad a cargo de Kenia”.
No todo está perdido. Según el Departamento de Estado estadounidense, les brindó apoyo, equipamiento, municiones y entrenamiento a unidades SWAT de la Policía Nacional de Haití, en las que ha integrado a varios asesores. “Las unidades especializadas son muy eficaces”, comentó un funcionario. “Están bien entrenadas, tienen mejor espíritu de equipo y son capaces de enfrentarse a las pandillas”.
Esas unidades especializadas de la policía han asesinado al menos a cinco miembros de pandillas en tiroteos durante la última semana, entre ellos Ernst Julme, el prominente líder de una pandilla conocido como “Ti Greg”, colaborador del caudillo militar Jimmy “Barbeque” Cherizier.
Incluso con estos focos de entrenamiento y recursos, en general, a la policía haitiana la siguen superando de manera lamentable las pandillas. La ONU calcula que en Puerto Príncipe tan solo trabajan entre 600 y 700 agentes. El número de policías en todo el país se ha reducido a unos 9,000, lo que equivale a un agente por cada 1,250 habitantes. Es casi una tercera parte del nivel que recomienda la ONU.
No ayuda el hecho de la desconfianza generalizada hacia la policía haitiana, debido a su corrupción y a que los miembros de las pandillas a veces visten sus uniformes. Se comunican poco con el público. Después de que el 14 de marzo atacaron e incendiaron la casa del jefe de la policía, Frantz Elbé, el funcionario publicó un breve comunicado, en el que reivindicaba varias operaciones exitosas contra las pandillas y declaraba a la policía como “la última muralla contra la anarquía”.
El comunicado de Elbé es certero. Sin embargo, sus circunstancias personales demuestran cuán débil es como muralla la policía haitiana. “Está claro que, si no se le puede brindar protección a la casa de un jefe de policía, ya no se puede proteger a nadie”, afirmó Royer. “No hay nadie que esté seguro en esta ciudad ahora”.
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