Por Ruth Pollard y David Fickling
Uno de los primeros actos de los talibanes después de retomar el poder en Afganistán hace un mes fue forzar a la mayoría de las mujeres a que dejaran sus trabajos y regresaran a sus hogares. Esa acción se sumará al riesgo de hambruna que enfrenta el país después de años de malos cultivos y del colapso de la cosecha de trigo este 2021.
En una economía dependiente, que desde antes se encontraba ya en serios problemas, la repentina expulsión de decenas de miles de mujeres de sus trabajos, muchas de las cuales mantienen a numerosas y extensas familias, solo aumenta el número de personas que podrían padecer hambre en un país donde un 47.3% vive por debajo del umbral de pobreza.
Lo que suceda fuera de las ciudades podría ser aún más devastador ya que las mujeres constituyen casi un tercio de la población activa rural. Sin ellas, los problemas de un país que apenas puede alimentarse solo podrían agravarse.
El temor número uno de las mujeres afganas es no poder trabajar, perder el acceso a la educación es el segundo, dice Heather Barr, directora asociada de derechos de la mujer en Human Rights Watch.
Con tantos hombres que mueren en el conflicto o que huyen del país, un número significativo de mujeres han quedado en el papel de madres solteras y como único sostén de sus padres y otros familiares.
“El problema de que los talibanes corten la capacidad de las mujeres para trabajar no se trata de sus sentimientos de empoderamiento, aunque esto es también importante, sino de perder la capacidad de alimentarse a sí mismas y a su familia”, señaló Barr.
Como escribió la Red de Analistas de Afganistán, un grupo de investigación independiente, el 6 de setiembre, el precio de los artículos esenciales, desde la harina hasta el aceite de cocina, ha ido en aumento, mientras que el valor del afghani, la moneda, se deprecia.
Escenas como las de familias desesperadas vendiendo electrodomésticos en un mercado de segunda mano en Kabul para poder comprar alimentos se vuelven cada vez más frecuentes.
Incluso antes de la crisis de este año, Afganistán estaba acosado por el hambre debido a una devastadora sequía en el 2018 y 2019. Solo Corea del Norte y seis países del África subsahariana se las arreglaban con menos calorías diarias, según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación.
La toma de posesión de los talibanes agravará todos estos problemas, ya que la pobreza, la desnutrición y la desigualdad de género van de la mano. Aunque las mujeres y las niñas tienden a ser más resilientes frente a la desnutrición, en sociedades patriarcales también sufren las peores privaciones y los efectos secundarios a largo plazo, ya que por costumbre se asignan más alimentos a los hombres del hogar.
Vivir al borde del hambre puede ser tanto una causa como un efecto del estatus reducido de las mujeres. El empoderamiento económico generalmente comienza con el control de al menos una parte de las finanzas del hogar.
Incluso en sociedades patriarcales, existe evidencia de que renunciar al control de los hombres sobre el dinero puede conducir a un círculo virtuoso de aumento de igualdad, ingresos y bienestar. Los efectos pueden ser significativos: cuando las mujeres controlan cualquier aumento de los ingresos, la desnutrición infantil cae alrededor de 43%, y la mejora es aún mayor cuando ellas tienen un mejor acceso a la educación.
Sin embargo, para que ese avance suceda, primero debe haber un excedente de ingresos. Con los talibanes eliminando la capacidad de las mujeres para ganar dinero y el aumento de los precios de los alimentos, las posibilidades de que eso ocurra disminuyen rápidamente.
Aproximadamente un 53% del gasto de los hogares en los hogares afganos rurales se destina solo a alimentos, según un estudio del 2014 y probablemente no ha mejorado en los últimos siete años. Dado que el gasto se destina principalmente a productos básicos como la harina de trigo o el arroz, también está mucho más expuesto a los movimientos del mercado.
El mes pasado, los precios de los futuros estadounidenses del trigo, el pilar de la dieta afgana, alcanzaron su nivel más alto en ocho años. Gracias a los efectos a largo plazo de esa sequía y el coronavirus, los precios de la harina de trigo en Kabul estuvieron aproximadamente un 20% por encima de los promedios históricos durante la mayor parte del año pasado.
Es probable que eso empeore como resultado de la agitación actual: si creemos que los problemas de la cadena de suministro en los países ricos están provocando escasez e inflación, no es nada comparado con el tipo de caos civil e incertidumbre que ha caído sobre Afganistán.
A eso hay que sumarle un sector bancario en crisis, con largas colas de ciudadanos esperando el poco dinero que queda en el país, en tanto que EE.UU. y organismos internacionales, incluidos el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, bloquearon las reservas y detuvieron sus transferencias de dinero regulares.
El lunes, en una conferencia de las Naciones Unidas en Ginebra se prometieron más de US$ 1,000 millones en ayuda de emergencia. Sin embargo, la pregunta para los donantes ahora es cómo hacer llegar esa ayuda rápidamente, antes de que se acerque otro duro invierno y sin financiar inadvertidamente la brutal represión de los talibanes contra las mujeres, los medios de comunicación, las minorías religiosas y otros sectores clave de la sociedad civil.
Barr señala que detrás de escena hay un desagradable desacuerdo entre las organizaciones de ayuda, incluidas las Naciones Unidas. Algunas agencias dicen que la ayuda debe continuar y ser entregada, dada la necesidad, independientemente de que los talibanes permitan o no regresar a las mujeres a sus trabajos. Otras dicen que esta es la única forma de garantizar que la ayuda llegue a ellas, una afirmación comprobada en varias ocasiones.
Pase lo que pase, debe suceder rápido. Hasta el 97% de la población podría hundirse por debajo del umbral de pobreza a mediados del próximo año sin una respuesta urgente a las crisis políticas y económicas, advirtió la semana pasada el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo. Al final, el hambre podría llegar a ser tan devastadora para las mujeres de Afganistán como lo son los propios talibanes.