El bielorruso Stasnilav Shushkévich, uno de los tres firmantes del acuerdo que certificó hace treinta años la defunción de la Unión Soviética, admite que la URSS aún existe en las conciencias de algunos líderes como el ruso Vladímir Putin o el bielorruso Alexandr Lukashenko, pero niega que fuera una tragedia.
“La URSS aún existe en las conciencias y en la propaganda de dirigentes como Putin o Lukashenko. Pero ahora puedo decir que fue una de las mejores cosas que he hecho en mi vida. Logramos mantener la paz en el espacio postsoviético”, comentó a Efe por teléfono desde su domicilio en Minsk, donde guarda cuarentena desde hace varios meses por el coronavirus.
Shushkévich, de 86 años, cree que el intento de golpe de Estado de agosto de 1991 dejó sin vida a la URSS y convirtió en un cadáver político a su timonel, Mijaíl Gorbachov. A partir de entonces, solo faltaba darle forma al vacío dejado tras 70 años de experimento soviético.
Amenaza de guerra civil
“Después del golpe ya no había ninguna URSS. El dinero que Gorbachov enviaba a Vladivostok se quedaba en el camino”, asegura el ahora opositor bielorruso, que suscribió el 8 de diciembre de 1991 como jefe del Sóviet Supremo bielorruso el acuerdo junto al fallecido presidente ruso, Boris Yeltsin, y al ucraniano Leonid Kravchuk.
Recuerda que los dirigentes occidentales, “desde (el estadounidense) George Bush a (el presidente francés François) Mitterrand (...) o (la ex primera ministra británica Margaret) Thatcher, que ya no estaba en el poder, proclamaban que no se podía permitir el separatismo en el seno de la URSS”, ya que temían que la desintegración soviética provocara un caos nuclear.
“No obstante, nosotros entendíamos mejor que los occidentales lo que estaba pasando y el camino que había que tomar. Evitamos una guerra civil. Lo dijo el propio Gorbachov”, señala.
De hecho, en su artículo 6 los integrantes de la nueva comunidad postsoviética abogan por el desarme y la destrucción de “todo su armamento nuclear” bajo control internacional.
El propio Shushkévich eligió un lugar tranquilo para las negociaciones donde nadie les molestaría, Bielovézhskaya Puscha, un vedado natural donde descansaban y cazaban los jerarcas soviéticos.
Gorbachov, un problema más que una solución
Las negociaciones fueron largas y se extendieron durante toda la noche. “Dadas las circunstancias políticas, no había otra alternativa. Los expertos lo consideran ahora una obra de arte de la diplomacia de la segunda mitad del siglo XX. Nadie nos ha hecho ni una sola reclamación sobre su contenido”, asegura.
Niega tanto que fuera una conspiración ni que Yeltsin torciera el brazo a ucranianos y bielorrusos, ya que “ambos también queríamos ser independientes”.
“El problema era el propio Gorbachov. Quería seguir siendo el gran jefe, pero eso era imposible. Ya no tenía el apoyo ni del pueblo ni de los diputados”, apuntó.
En su opinión, Gorbachov era “más comunista que demócrata”, por lo que intentó mantener hasta el final una unión de repúblicas presidida por el Kremlin con el nombre de Unión de Estados Soberanos.
En cambio, todas las repúblicas “menos las tres bálticas” querían formar parte de la Comunidad de Estados Independientes (CEI), una mancomunidad euroasiática aún en activo. Es decir, apostaron por un “divorcio civilizado”.
“Incluso en el referéndum de marzo de 1991 la pregunta que se hizo era falsa”, resalta sobre la consulta en la que casi un 78 % de los ciudadanos soviéticos apoyó la conservación de la URSS como una federación de repúblicas con igualdad de derechos.
Los nostálgicos, Putin y Lukashenko
Fue un miembro de la delegación rusa, el viceprimer ministro Guennadi Burbulis, quien propuso la frase que ha pasado a la historia, ya que Bielorrusia, Rusia y Ucrania, como fundadores de la URSS, renunciaban al tratado fundacional de la URSS de 1922.
“La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas ha dejado de existir como sujeto de derecho internacional”, se puede leer en el primer párrafo del acuerdo.
También dice en su preámbulo que los países buscarán crear Estados democráticos basados en el imperio de la ley, aunque, según Shúshkévich, no todos han seguido al pie de la letra dicha aspiración.
“Putin y Lukashenko siguen descontentos con la caída de la URSS. Quieren gobernar para siempre. Así no se crea una democracia”, denuncia, y recuerda los excesos criminales cometidos durante la URSS como la deportación de pueblos enteros por supuestamente colaborar con los nazis.
Lamenta que en algunos países exsoviéticos no haya elecciones democráticas y las decisiones importantes ya no las tomen políticos y economistas sino los miembros de las fuerzas de seguridad.
“Después de todas las revoluciones, y la nuestra también fue una revolución, ocurre lo mismo. Hay momentos difíciles. Así fue con Napoleón en Francia o con Cromwell en Inglaterra”, señala.