Con la primavera, ha llegado la hora de la siembra en Ucrania. Pero este año, a los agricultores no les basta con combustible y fertilizante: necesitan también chalecos antibalas y especialistas para desactivar los explosivos que ya han matado o herido a varios compañeros.
Uno de estos proyectiles sin detonar yace en una isla de suelo negro intacto en el campo de Igor Tsiapa, en el suroeste del país. Su presencia es una amenaza mortal para la siembra del maíz en una tierra que ya estaba arada.
“Nos dimos cuenta del proyectil hace una semana y media, pero no tocó esta parte del campo y continuamos preparándonos para la siembra”, dijo a unos metros de unos artilleros que se disponían a desactivar el artilugio.
“Todo debe hacerse según un calendario concreto si quieres tener una cosecha más o menos decente. Teníamos que seguir trabajando”, afirma el campesino de 60 años que vive en la localidad de Grygorivka.
Los granjeros en Ucrania se han visto en la línea del frente de la invasión de las tropas rusas, que han atestado amplias franjas del país con minas, obuses y misiles sin detonar.
Cada vez que remueven el terreno se arriesgan a activar uno de estos dispositivos, en un motivo más de preocupación para la próxima cosecha del granero de Europa.
La última víctima fue anunciada por la policía en la zona de Kiev. Un granjero del pueblo de Gogoliv resultó herido al pisar una mina con su tractor el miércoles.
Maria Kolesnyk, de la firma de análisis ProAgro Group, declaró que han registrado una veintena de incidentes de campesinos impactados por explosiones accidentales, pero sin datos concretos sobre cuántos fueron mortales.
“En la comunidad agrícola, hoy la profesión más buscada es la de zapador”, dijo. “Necesitamos desesperadamente la ayuda de la comunidad internacional porque los profesionales ucranianos están trabajando 24 horas, siete días a la semana”, añadió.
Doble presión
En el campo de Igor Tsiapa, el cohete se quedó allí donde cayó. Zapadores con cascos azules colocaron bloques de explosivos naranjas, del tamaño de un puño, alrededor de su carga explosiva antes de cubrirlo de arena.
“Cada día, desde el inicio de la guerra, hemos estado encontrando y destruyendo munición sin explotar”, explica Dmitro Polishcuk, uno de los oficiales, antes de adentrarse entre los campos.
“Después de que los agricultores comenzaran a trabajar en el campo, empezamos a recibir llamadas regulares de gente alertándonos de nuevos dispositivos”, afirmó el desminador, cuyo equipo desactiva tres explosivos al día.
Ante el exceso de trabajo de estos agentes, algunos granjeros deciden no esperar a su llegada, marcan los explosivos con palos con botellas de plástico o bolsas pegadas y siguen con sus labores.
Pero no tocar los misiles no es garantía de que no explotarán, advierte Polishchuk, explicando que algunos disponen de un mecanismo de autodestrucción que puede activarse en cualquier momento.
Para Tsiapa, los agricultores en las zonas no ocupadas deben, a pesar de los riesgos, asumir la parte de aquellos cuyos cultivos se han visto afectados por la invasión rusa.
“Así que aquí tenemos doble responsabilidad y doble presión para cultivar una buena cosecha. Las cosas son así porque aquí no tenemos combates activos, con lo que podemos trabajar”, añadió.
Ucrania es el mayor productor mundial de aceite de girasol y un importante exportador de trigo. La guerra ha generado preocupaciones por las perturbaciones en los trabajos agrícolas, el desplazamiento de campesinos y la escasez de combustible.
Antes de la guerra, Ucrania era el cuarto mayor exportador de maíz e iba en camino de convertirse en el tercer mayor vendedor de trigo después de Rusia y Estados Unidos.
De hecho, solo los dos países en conflicto, Rusia y Ucrania, acumulan el 30% de las exportaciones globales de trigo.
En el campo de Igor Tsiapa, el trabajo de los zapadores termina abruptamente con una explosión controlada que dibuja una gran nube de humo negro y retumba por todo el valle, donde el tiempo primaveral reverdece el paisaje.
Después de la detonación, Tsiapa vuelve a su furgoneta roja y se va. Es hora de volver a trabajar.