La rusa Svetlana Gánnushkina, veterana defensora de los derechos de los refugiados en el espacio postsoviético, no tiene miedo a llamar a las cosas por su nombre. La “operación militar especial” de Rusia en Ucrania es “una guerra”. Y el sistema instaurado por el presidente, Vladímir Putin, es “totalitario”.
“Rusia tiene un sistema burocrático totalitario. Las leyes no se cumplen. Estamos asistiendo a la destrucción total del Estado de derecho”, comentó Gánnushkina en la nueva oficina de la organización Asistencia Civil, ya que la anterior fue cerrada por las autoridades.
A la puerta, decenas de refugiados de todo el mundo, incluido ucranianos del Donbás, esperan turno para recibir asistencia legal, pero también ayuda, consejo y ropa.
“Nos consideran enemigos del Estado. Lo que ha ocurrido en los últimos años es una agresión contra la sociedad civil dirigida a su total eliminación. Pero el Estado debe entender que no puede existir sin las organizaciones de derechos humanos”, asegura a sus 80 años.
Miedo genético
Candidata al Nobel de la Paz, Gánnushkina no se muerde la lengua pese a que la ley rusa castiga ahora con pena de cárcel cualquier afirmación que desacredite al Ejército ruso.
“Yo puedo decir que es una guerra porque lo es. Y no quiero llamarla de otra forma. La diferencia es que yo, como ciudadana, me siento responsable por las acciones de mi Estado. Aunque nunca voté por Putin, me siento responsable de la guerra en Ucrania”, asegura una de las pocas activistas rusas que aún no se ha exiliado.
El problema es el “miedo genético” y la “propaganda”. “Los rusos tienen hasta miedo a llevarle la contraria al Primer Canal” de la televisión pública rusa, asegura.
“Es curioso. Los súbditos de la Reina de Inglaterra son ciudadanos británicos. Pero los ciudadanos rusos son súbditos de Putin. Si eres un súbdito, no eres responsable de nada”, lamenta.
Gánnushkina, que se pasa el día pateando los tribunales para que se cumpla la ley, recuerda que un juez le dijo: “La ley es una cosa y la justicia otra totalmente diferente”. “Por eso, volvemos a repetir el lema de los disidentes soviéticos: ¡Cumplan la ley!”, asegura.
Como ejemplo, relata que para ella la península ucraniana de Crimea es suya, pero rechaza la anexión rusa, porque es ilegal.
Putin, un pequeño hombre
La octogenaria activista cree que Putin, con el que coincidió en el consejo de derechos humanos adscrito al Kremlin, ha decidido juzgar y sentenciar a todo el pueblo ucraniano por dar la espalda a la “madre patria”.
El motivo hay que buscarlo en el meteórico ascenso al Kremlin del antiguo oficial del KGB.
“Putin es un pequeño hombre. Se sorprendió de que lo ascendieran a ese pedestal. De repente se encontró a esa altura y sintió una misión histórica. ¿Y qué misión? Reinstaurar la Unión Soviética. Y está cumpliendo esa misión”, asegura.
Considera que Putin está “completamente convencido de que la caída de la URSS es la mayor tragedia del siglo XX”.
“Ni la Primera ni la Segunda Guerra Mundial, ni la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki. Sus mentores crearon esa conciencia en ese pequeño hombre”, precisó.
Una vez en el poder, “sintió esa grandeza”. “No es casualidad que llegara al poder, pensó. Lo vio como una predestinación”, insiste.
“Putin se rodea de gente que no puede competir con él, que hagan lo que él diga. Y todos cumplen sus órdenes. Incluso en su entorno hay suficientes personas que entienden que lo que está ocurriendo es algo monstruoso”, señala.
Con todo, Gánnushkina no cree que vayan a rebelarse contra su jefe, ya que sufren de un “miedo genético” incluso peor que el de los rusos comunes y corrientes.
Un psiquiatra para Putin
La que fuera candidata a diputada por el partido opositor Yábloko recuerda que Iósif Stalin ordenó reprimir a sus familiares en Vladivostok, a los que el dictador soviético conocía personalmente.
“Stalin lo sabía todo. De hecho, le diagnosticaron paranoia. Yo creo que Putin también tiene un problema psicológico”, señaló.
Gánnushkina, que recuerda que su abuelo era un famoso psiquiatra soviético, Piotr Gánnushkin, cree que Putin “también debe visitar a un psiquiatra independiente que se atreva a decirle lo que le pasa y le ofrezca asistencia médica”.
Gran culpa de la actual “paranoia putinista” la tiene Occidente, según la activista.
“En el 2002, en medio de la Segunda Guerra de Chechenia y todos los asesinatos y torturas, fuimos al Bundestag (Cámara Baja del Parlamento alemán). Y me cuentan que finalmente en Rusia hay un dirigente que sabe utilizar el cuchillo y el tenedor, y habla alemán”, relata.
Les respondió: “Disculpe, pero a un caníbal también se le puede enseñar a comer con cuchillo y tenedor”.
“Occidente ya jugó su papel. Tuvo la ocasión de influir en Rusia, pero desaprovechó su oportunidad. Ya pasó su momento”, subraya.