Por David Fickling
Si quieren saber por qué casi 40 millones de documentos filtrados sobre activos guardados en centros financieros offshore no han logrado un cambio radical desde que comenzaron las revelaciones hace ocho años, Billie Holiday nos da una pista: “Los que tienen, recibirán; los que no, perderán. Eso dice la Biblia”.
El último conjunto de filtraciones al Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación es el más grande hasta ahora. Después de cribar los datos, organizaciones de medios citaron al rey Abdullah II de Jordania; a asociados del presidente ruso, Vladimir Putin; al primer ministro checo, Andrej Babis; y al presidente de Kenia, Uhuru Kenyatta, en relación con activos escondidos en paraísos fiscales.
Sin embargo, a pesar de todas las revelaciones sobre el sistema financiero global en la sombra para personas y empresas adineradas desde las primeras revelaciones del Consorcio en el 2013, es sorprendente lo poco que ha cambiado.
Las medidas para revertir este sistema parecen, en el mejor de los casos, ineficaces. Han pasado ocho años desde que los Gobiernos prometieron medidas coordinadas para luchar contra el uso de estructuras offshore a fin de minimizar los impuestos corporativos y privar a los Estados de ingresos. No obstante, las cosas se han movido en la dirección opuesta.
Ahora pasa tanto dinero a través de los centros financieros offshore del mundo que tales transacciones en papel ya representan un flujo de capital mayor al que cualquier país recibe de inversiones extranjeras genuinas. Las regalías y los derechos de licencia que sustentan estas estructuras están creciendo más rápidamente que el comercio de bienes físicos y servicios convencionales.
Lejos de tener una participación mayor, la mayoría de las naciones desarrolladas se han enfrentado a la fuga de ganancias imponibles durante la última década al recortar sus propias tasas de impuestos corporativos —una admisión tácita de que la ejecución ha fallado.
Las normas de revelaciones obligatorias introducidas en el 2014 para evitar el uso de paraísos fiscales por parte de los bancos europeos parece no haber marcado una diferencia real, según un informe del mes pasado del Observatorio Fiscal de la UE.
¿Por qué todos estos valiosos esfuerzos han logrado tan poco?
Una explicación que se deriva de la lista de figuras poderosas citadas en las últimas filtraciones, denominadas “papeles de Pandora”, es simplemente que las personas a cargo de la redacción de leyes y los tratados que sustentan los flujos internacionales de capital tienen mucho que ganar con la configuración actual.
Mientras se concentre una cantidad irrazonable de riqueza y poder en manos de unas pocas personas y empresas, buscarán formas de trasladar sus activos a lugares que prometan tratarlos con la mayor indulgencia. Los consultores tratarán de beneficiarse de la asistencia a estas operaciones y, en el proceso, convertirse en expertos en encontrar lagunas, en acelerar aún más la concentración de la riqueza y en la erosión de las bases impositivas.
En Estados Unidos, hay una puerta giratoria entre los cargos de alto nivel en las principales firmas legales y contables y los puestos gubernamentales, como el New York Times informó el mes pasado. Como resultado, las empresas interesadas en minimizar los impuestos de sus clientes a menudo tienen un papel en el desarrollo de las políticas que decidirán cuánto tendrán que pagar los mismos clientes.
Sin embargo, hay un problema más profundo. Esas leyes y tratados tributarios son, por su naturaleza, largos y complejos. Al dividirse entre las 320 jurisdicciones nacionales y subnacionales del mundo, a través de hasta cinco continentes diferentes, las posibilidades de vacíos legales son casi ilimitadas.
Cualquier intento de contenerlos es como un juego de Whac-A-Mole. Eso se aplica incluso a los intentos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos de restablecer las reglas fiscales del mundo a través de un acuerdo entre 130 jurisdicciones que se finalizará este mes. La pieza central de la propuesta —una tasa impositiva mínima global del 15% que pueden aplicar unilateralmente los Gobiernos que sienten que están perdiendo— es que con el tiempo es probable que termine como un impuesto máximo global.
Los intentos de la Administración Biden de restaurar las tasas al 21% bajo Donald Trump se detendrán en el 26%, en lugar del 28% que se buscaba originalmente o el 35% que existía anteriormente. Hay pocas señales de que la carrera hacia el abismo que lleva en pie cuatro décadas esté a punto de terminar.
En última instancia, el problema radica en los flujos de capital desenfrenados que se mueven por todo el mundo desde el declive del sistema de Bretton Woods en la década de 1970. Si bien el capital puede cruzar fronteras sin restricciones, una pequeña parte de ese dinero siempre estará disponible para aquellos que quieran mantener su riqueza fuera del alcance de las autoridades legales o fiscales.
La arquitectura financiera mundial solo está comenzando a contemplar de manera tentativa si la apertura de cuentas de capital —y la pérdida de independencia monetaria o la estabilidad del tipo de cambio que inevitablemente resulta— ha sido un buen negocio, o un trato con el diablo. Si los Gobiernos quieren abordar la causa de la evasión fiscal en lugar de acudir interminablemente a paliativos para los síntomas, básicamente es necesario revisar dicha decisión.