Felicitaciones Sra. X/Sr. Y: En sus manos queda Vale SA, el gigante minero de US$ 60,000 millones y titán nacional brasileño. Sus nuevas responsabilidades incluirán arreglar el historial ambiental de la empresa después de dos accidentes mortales y garantizar que no vuelva a suceder algo similar; lograr un plan de crecimiento interesante a mediano plazo y evitar decepciones operativas pasadas.
Los accionistas querrán que usted impulse el precio de las acciones, que ha ido perdiendo fuerza en comparación con los principales rivales de la empresa. Y también tendrá que defender los intereses de Vale contra un enemigo poderoso: nada menos que Luiz Inácio Lula da Silva, el presidente de Brasil.
Así me imagino el memorando de bienvenida para la próxima dirección ejecutiva de Vale una vez que la empresa concluya su engorroso proceso de selección. De hecho, mientras las deliberaciones de la junta continúan —aparentemente con todas las opciones aun sobre la mesa (incluida la reelección del actual director ejecutivo, Eduardo Bartolomeo)—, Lula ya estableció límites claros para quien asuma la gestión de la empresa privada más grande de Brasil.
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Durante una entrevista televisiva el martes, Lula se quejó del productor de mineral de hierro, acusándolo de una supuesta falta de responsabilidad social y ambiental, de acaparar activos que no ha explorado “desde hace más de 30 años” e incluso de renunciar a proyectos en Mozambique y Guinea que le gustaban.
En su crítica, el presidente hizo un comentario acertado, y otro que debería ser preocupante para la empresa y para el resto de las corporaciones brasileñas con ambiciones de expansión global.
“Vale no puede pensar que es dueña de Brasil”, dijo Lula, argumentando que la empresa con sede en Río de Janeiro no debería recibir ningún trato especial. En cambio, debería competir en igualdad de condiciones con otras mientras su Gobierno impulsa una “nueva política minera” para aprovechar elementos cruciales (como el litio, el cobalto y las tierras raras).
Eso tiene sentido. Cubrí la empresa durante casi seis años, y puedo dar fe de la cultura arrogante de Vale. Puede ser la razón subyacente por la que ignoró las condiciones que llevaron al desastre del relave Mariana en 2015, y la falla aún más catastrófica del relave en Brumadinho en 2019, que cobró la vida de 270 personas. Gracias a Vale, Brasil es una potencia minera, sí, pero Lula tiene razón al decir que la empresa debería ser “un actor más” entre todos los que desarrollan las enormes riquezas minerales del país, sin privilegios especiales.
Pero el segundo comentario de Lula es más problemático: “Las empresas brasileñas deben coincidir con el pensamiento de desarrollo del Gobierno brasileño; eso es lo que queremos”, dijo el presidente, ofreciendo una muestra muy clara de su retórica nacionalista.
No sabemos si Lula se refería a corporaciones en las que el Gobierno tiene una participación minoritaria (como Vale o el fabricante de aviones Embraer) o a cualquier empresa local. Para una compañía como Vale, que se considera a la vez global y orgullosamente brasileña, este comentario puede indicar nuevas tensiones en el horizonte justo cuando el presidente dejó de lado esfuerzos por ceder la dirección ejecutiva a un viejo amigo.
Es poco probable que el antiguo líder sindical deje de impulsar su agenda intervencionista inspirada en los años 1970. También está claro que si Vale y el resto de las grandes empresas del país necesitan seguir las órdenes de un zar del Gobierno, el resultado no será bueno para las compañías brasileñas. El mediocre historial de Lula en la selección de los ganadores a nivel nacional e internacional (¿se acuerdan de Odebrecht?) habla por sí solo. Y más allá de quiénes se beneficiaron de acuerdos individuales, ¿está Brasil mejor posicionado porque sus Gobiernos impulsaron un puerto en Cuba o el desarrollo de depósitos de carbón en África? No lo creo.
El capitalismo brasileño ha evolucionado significativamente en las últimas dos décadas. Este cambio se refleja no solo en Vale y el gigante petrolero Petrobras, sino también en los bancos y las empresas de consumo. El país los necesita para prosperar; por su parte, el Gobierno haría mejor en abordar problemas antiguos, como mejorar los estándares educativos, abordar el déficit en infraestructura y transporte, y reforzar las recientes reformas administrativas y fiscales. Claramente, la visión de Lula de que “Brasil ha vuelto” y su activismo global también pueden ser positivos para las empresas del país en el escenario mundial.
Hasta que Lula profundice su idea, voy a suponer que su comentario tuvo más que ver con su continua animosidad hacia Vale (cuya privatización en 1997 nunca aceptó) que con cualquier plan centralizado coherente. No sería la primera vez que una de las obsesiones de Lula no logra transformarse en una política eficaz.
De hecho, hay una sutil contradicción: Lula dice que Vale debe ser tratada como cualquier otro actor y al mismo tiempo le pide a la empresa que se someta a los grandes planes de los burócratas de Brasilia. Los inversionistas lo saben muy bien: las acciones de Vale se negocian con un “descuento por ser Brasil”, para incluir las presiones políticas y exigencias locales que sus principales rivales —en su mayoría— no enfrentan.
Durante la misma entrevista, Lula admitió que en 2011 obligó al difunto Roger Agnelli a retirarse de Vale porque le ofendió la decisión del entonces director ejecutivo de encargar grandes buques de carga en China en lugar de construirlos en Brasil. Mucho ha cambiado desde entonces, particularmente con la conversión de la empresa en una corporación sin control definido y con una base de accionistas diversificada en 2020. La empresa tiene más margen para definir libremente su propia dirección.
Pero el Gobierno aún puede afectar las operaciones de Vale, que dependen de concesiones, licencias y permisos burocráticos. Si bien Vale genera más de la mitad de sus ingresos en China, el destino de la mayoría de sus minerales, la mayor parte de los activos de la compañía se encuentra en Brasil, donde las autoridades aún tienen acciones “de oro” especiales para bloquear decisiones fundamentales.
Así que este es mi consejo para el próximo líder de Vale: actúe con cuidado y tome nota de las quejas del presidente. Al mismo tiempo, si Lula realmente quiere tratar a la empresa como a cualquier otra, a Vale se le podría permitir ocuparse de sus propios asuntos y continuar trabajando en sus planes a largo plazo, desde la expansión de la producción hasta la descarbonización, y la reparación de su reputación. Y esa sí que es una oferta tentadora.
Por Juan Pablo Spinetto
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