El bosque tropical más grande de Norteamérica produce hileras perfectas de maíz y soya. Mujeres de cabello claro, ojos azules y sombreros de ala ancha trotan por una senda de tierra en una calesa, pasan por casas sencillas de ladrillo y una escuela encalada: una comunidad menonita en el sur de México.
Aquí, en el estado de Campeche, en la península de Yucatán, en el extremo norte de la Selva Maya, los menonitas dicen que viven según los valores pacifistas tradicionales y que la voluntad de Dios es expandir las granjas para brindar una vida sencilla a sus familias.
A los ojos de los ecologistas y ahora del gobierno mexicano, que alguna vez dio la bienvenida a su destreza agrícola, los ranchos de los menonitas son un desastre ambiental que arrasa rápidamente la selva, uno de los mayores sumideros de carbono del continente y hogar de jaguares en peligro de extinción.
Más pequeña que el Amazonas, la Selva Maya se está reduciendo anualmente en un área del tamaño de Dallas, según Global Forest Watch, una organización sin fines de lucro que monitoriza la deforestación.
El Gobierno de Andrés Manuel López Obrador ahora está presionando a los menonitas para que cambien a prácticas más sostenibles, pero a pesar de llegar a un acuerdo con algunos asentamientos de esa comunidad, la limpieza de tierras en curso fue visible en dos pueblos visitados por Reuters en febrero y mayo.
A los agricultores como Isaak Dyck Thiessen, líder del asentamiento menonita de Chavi, les resulta difícil adaptarse.
“La gente nada más quiere que nos dejen en paz”, afirmó, parado en un umbral sombreado para escapar del implacable sol de la tarde. Más allá de su cuidada granja se elevaba el muro verde de la selva tropical.
En busca de tierra y aislamiento, los menonitas, para quienes el trabajo agrícola es un principio fundamental de su fe cristiana, crecieron en número y se expandieron a partes remotas de México después de llegar por primera vez desde Canadá a principios del siglo XX.
Aunque evitan la electricidad y otras comodidades modernas fuera del trabajo, su agricultura ha evolucionado para incluir excavadoras y motosierras, así como tractores y cosechadoras.
En Campeche, a donde llegaron los menonitas en la década de 1980, se en los últimos 20 años han perdido alrededor de 8,000 kilómetros cuadrados de bosque, casi una quinta parte de la cubierta arbórea del estado, siendo el 2020 el peor registrado, según Global Forest Watch.
Grupos que incluyen productores de aceite de palma y ganaderos también participan en la limpieza generalizada de tierras. Los datos sobre cuánta deforestación es impulsada por los colonos menonitas y cuánta por otros grupos no están fácilmente disponibles.
Un estudio del 2017, dirigido por la Universidad Veracruzana de México, encontró que las propiedades de los menonitas en Campeche tenían tasas de deforestación cuatro veces más altas que las propiedades de los que no lo eran.
El desmonte contrasta con las tradiciones de los agricultores indígenas que han rotado el maíz y cosechado productos del bosque como la miel y el caucho natural desde que las ciudades mayas dominaron la selva que va de Yucatán hasta El Salvador.
Bajo la presión internacional para seguir una agenda más verde, en agosto el Gobierno persuadió a algunos asentamientos menonitas de Campeche para que firmaran un acuerdo para detener la deforestación. No todas las comunidades se apuntaron.
Fuego y sierras
En las afueras de la remota aldea Valle Nuevo, periodistas de Reuters vieron a los agricultores despejar la jungla y prender fuego para prepararse para la siembra.
Jacob Harder Jr., maestro de escuela menonita en el pueblo, dijo que el convenio no había tenido un impacto en la forma en que se aborda la agricultura en el lugar. “No cambiamos nada”, admitió.
El líder Dyck Thiessen y un abogado que representa a algunas comunidades y agricultores explicaron que los menonitas, que adoptan un enfoque pacifista en los conflictos, se sintieron atacados y chivos expiatorios por los esfuerzos del gobierno.
José Reyna Tecua, el letrado, denunció que fueron culpados injustamente mientras las autoridades prestan menos atención a otros que deforestan.
En una reunión el año pasado, Agustín Ávila, un funcionario de alto rango de la Secretaría de Medio Ambiente federal, advirtió a los aldeanos que se podría llevar militares a la zona para evitar la deforestación si las comunidades no cambiaban sus costumbres, remarcó Reyna Tecua. “Esa fue la amenaza directa”, contó.
En respuesta a una pregunta de Reuters sobre los supuestos comentarios de Ávila, la Secretaría de Medio Ambiente negó cualquier mención al uso del Ejército y dijo que el gobierno opera sobre la base del diálogo.
Carlos Tucuch, jefe de la oficina de Campeche de la Comisión Nacional Forestal de México (Conafor), declaró que el Gobierno no estaba señalando a los menonitas y que también estaba trabajando para abordar otras causas de la deforestación.
Mudarse al sur
Los menonitas tienen sus raíces en un grupo de cristianos radicales en la Alemania del siglo XVI y las áreas circundantes que surgieron en oposición tanto a la doctrina católica romana como a las principales religiones protestantes durante la Reforma.
En la década de 1920, un grupo de unos 6,000 se trasladó al norte de México y sus integrantes se establecieron como importantes productores de cultivos.
Todavía hablando plautdietsch, una mezcla de bajo alemán, dialectos prusianos y holandés, unos pocos miles se mudaron a Campeche en la década de 1980.
Compraron y arrendaron extensiones de selva, algunas a las comunidades indígenas mayas locales. En los últimos años llegaron más, a medida que el cambio climático empeoró la sequía en el norte.
En 1992, la legislación facilitó el desarrollo, alquiler o venta de bosques previamente protegidos, aumentando la deforestación y el número de fincas en el estado.
Cuando México se abrió al uso de la soja modificada genéticamente en la década del 2000, los menonitas de Campeche adoptaron el cultivo y el empleo del herbicida de glifosato Roundup, diseñado para funcionar junto con los cultivos transgénicos, según Edward Ellis, investigador de la Universidad Veracruzana.
Los rendimientos más altos significan más ingresos para mantener familias numerosas (diez hijos no es inusual) y vivir una vida sencilla con el apoyo de la tierra, dijo el historiador Royden Loewen, explicando que los asentamientos a menudo invierten hasta el 90% de las ganancias para comprar terrenos.
Al menos cinco menonitas que hablaron con Reuters aseguraron que querían adquirir más tierras para sus familias.
Si bien la mayoría de los menonitas mexicanos permanecen en el norte, ahora hay entre 14,000 y 15,000 en Campeche, repartidos en unos 20 asentamientos.
“Si Dios te da, vas creciendo”, dijo Dyck Thiessen, quien ha asistido a reuniones gubernamentales pero no firmó el acuerdo.
Peaje forestal
Los menonitas mantienen en gran medida una paz tensa con las comunidades indígenas locales que sirven como guardianes del bosque circundante, pero que también alquilan equipos de sus nuevos vecinos para su propia tierra.
“Con ellos, empezamos a tener los mecanizados vemos que nos da resultado”, dijo Wilfredo Chicav, de 56 años, un agricultor maya.
Tales avances en la eficiencia agrícola han pasado factura a la Selva Maya, hogar de una fauna que incluye hasta 400 especies de aves.
Sus 100 especies de mamíferos incluyen al jaguar, en riesgo de extinción en México si su hábitat se reduce, alertó Tucuch, de la comisión forestal.
Entre el 2001 y 2018, los tres estados que componen la selva en México perdieron unos 15,000 kilómetros cuadrados de cobertura arbórea, un área que cubriría gran parte de El Salvador.
Esto está impulsando una temporada de lluvias más corta. Los agricultores solían programar la siembra para el primero de mayo, pero ahora a menudo esperan hasta julio, ya que menos bosque implica menos captura de lluvia, lo que lleva a una caída en la absorción de humedad en el aire y una disminución de las precipitaciones, detalló Tucuch.
La secretaria de Medio Ambiente de Campeche, Sandra Laffon, señaló que los menonitas del estado no siempre tenían la documentación adecuada para convertir el bosque en tierra de cultivo.
Reyna Tecua reconoció problemas con la compra de terrenos. Las familias a veces son víctimas de tratos basados en un apretón de manos y una palabra verbal, y los vendedores pueden aprovecharse prometiendo tierras que, en primer lugar, no están a la venta legalmente, lamentó.
El acuerdo firmado el año pasado creó un grupo de trabajo permanente entre el gobierno y las comunidades menonitas para tratar de resolver los permisos, la propiedad de la tierra y las quejas administrativas y penales en su contra por parte de la población local, incluso por tala ilegal.
Laffon afirmó que había señales de que el acuerdo está teniendo un impacto.
Los datos de Global Forest Watch mostraron una baja en la deforestación en Campeche en el 2021, pero aclararon que eso podría deberse a factores que incluyen la falta de tierra restante adecuada para la agricultura y los programas de incentivos del gobierno, como un esquema nacional popular entre los agricultores mayas que los recompensa por plantar árboles.
Los líderes menonitas buscan una propuesta gubernamental que no reduzca drásticamente su producción, dijo Reyna Tecua. Un plan de la administración federal para eliminar gradualmente el glifosato para el 2024 es la mayor preocupación para muchos, admitió.
Sin embargo, una producción más baja puede ser el costo que los agricultores, incluidos los menonitas, tengan que pagar para proteger el medio ambiente, según Laffon.
“Estamos hasta ese punto de sacrificar nuestro segundo lugar en producción de granos (por) un Campeche más saludable”, explicó.
Levantándose la gorra para secarse el sudor de la frente, Dyck Thiessen, el líder menonita, dudó de que los métodos orgánicos propuestos por el gobierno vayan a tener éxito. La tensión con los funcionarios ha estancado sus planes de adquirir más tierras, se quejó. Aun así, tiene fe. “Si el gobierno nos cierra, Dios nos abre”.