Los votantes del Estado de México, el más poblado del país con el mismo nombre, elegirán a un nuevo gobernador el 4 de junio. Por lo general, esta votación es vista como un campo de pruebas para las elecciones generales previstas para el próximo año. Delfina Gómez, exministra de Educación, lidera las encuestas muy por delante de su rival. Si gana, será una señal de que su partido, Morena, está bien posicionado para las votaciones del próximo año.
Morena fue fundado por Andrés Manuel López Obrador, el presidente de México, que no puede volver a postularse. Como resultado, la votación presidencial del próximo año podría ver a otra mujer ganar a lo grande: Claudia Sheinbaum, la alcaldesa de Ciudad de México. Sería la primera jefa de Estado, pero podría tener dificultades para deshacerse del legado de su mentor López Obrador.
En 2018, cuando López Obrador ganó las elecciones con el 53% de los votos, pareció marcar un cambio radical en la política mexicana. Durante décadas, el país estuvo dominado por el Partido Revolucionario Institucional (PRI), un partido de centroderecha que gobernó México durante 71 años hasta el año 2000. La oposición la asumieron el Partido Acción Nacional (PAN), un grupo conservador que ocupó la presidencia durante dos mandatos, de 2000 a 2012, y el Partido de la Revolución Democrática (PRD), de izquierda. Para 2018, muchos votantes hartos del statu quo tenían la esperanza de que López Obrador pudiera lograr un cambio. Prometió acabar con la corrupción, reducir la desigualdad y resolver la violencia de los cárteles.
Al llegar a la presidencia, López Obrador comenzó a ejecutar su proyecto político, una combinación contradictoria de políticas que él llama con gran pompa la “Cuarta Transformación”, en la que se combinan una inclinación por el nacionalismo al estilo de la década de 1970 con un criterio presupuestario de línea dura. Aunque la retórica del presidente suena de izquierda, sus políticas son una mezcla más complicada. Eliminó el sistema de salud de México para los no asegurados, los subsidios para el cuidado de los niños de madres trabajadoras y un programa de asistencia monetaria condicionada para los pobres.
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Su instinto primordial es el estatismo. El presidente potenció a las empresas estatales de petróleo y electricidad a expensas de la energía limpia, incluso construyó una nueva refinería de petróleo. También quiere nacionalizar el litio de México. Entregó un poder arrollador a las Fuerzas Armadas y ha tratado de debilitar a la Suprema Corte de Justicia de la Nación y al órgano electoral. El 19 de mayo, expropió una línea férrea de Grupo México, una empresa minera.
El 24 de mayo, Citigroup, un banco estadounidense, anunció que abandonaría un acuerdo para vender Banamex, un banco minorista mexicano, a Grupo México. No quedó claro si Grupo México se había retirado de la negociación por la expropiación o si Citibank había decidido no seguir adelante debido a los frecuentes comentarios que hacía el presidente en público sobre la venta.
A pesar de este revoltijo ideológico de políticas, el presidente es popular. El 65% de los encuestados en el país aprueban su gestión. Eso es más alto que lo que ha obtenido cualquier presidente mexicano reciente en un punto similar de su mandato. Muchos inversionistas están desconcertados por López Obrador. Pero al país le va mejor que a otros de América Latina, como Brasil. Su proximidad a Estados Unidos ayuda, pues lo convierte en beneficiario del “friendshoring”, o la práctica de trasladar las actividades comerciales de un país a otro, en este caso un aliado, al igual que los 13 acuerdos comerciales que tiene México con 50 países.
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Sheinbaum no es la única contendiente para ser la candidata de Morena a la presidencia. Su rival más cercano es Marcelo Ebrard, el canciller y “bombero en jefe” del gobierno de López Obrador, según asegura alguien cercano a él. Su secretaría lidera conversaciones con Estados Unidos en todos los ámbitos, desde migración hasta energía. Después de que López Obrador inicialmente se negara a condenar la invasión de Ucrania por parte de Vladimir Putin, fue Ebrard quien le aseguró al gobierno del presidente Joe Biden que México seguía siendo un aliado. Su diplomacia también aseguró que México recibiera vacunas durante la pandemia. Hasta hace poco, era más conocido entre los mexicanos que Sheinbaum.
Sin embargo, Sheinbaum disfruta de una ventaja cada vez mayor sobre Ebrard. Las encuestas de opinión la sitúan ocho puntos porcentuales por delante. Ser la candidata preferida del presidente ayuda a Sheinbaum. Durante varios meses, los activistas de Morena han pegado letreros en todo el país que proclaman: “Es Claudia”, posiblemente en violación de las estrictas leyes de campaña electoral de México.
Su candidatura parece estar garantizada. López Obrador dice que el candidato de Morena se decidirá mediante dos encuestas este verano. Pero abundan las preocupaciones sobre su legitimidad, como qué compañía las llevará a cabo y qué preguntas se le harán al público. A muchos les preocupa, incluso algunos dentro de Morena, que el proceso sea similar al del PRI, cuando el líder eligió a su sucesor, un proceso conocido como el dedazo. “Este es el dedazo disfrazado”, dice Mariel Ibarra, periodista.
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Una sucesión complicada
Pero Sheinbaum también es una figura competitiva por derecho propio. Los jefes de Gobierno de Ciudad de México gozan de prominencia nacional, ya que rigen al 7% de los 126 millones de habitantes que tiene el país, que a su vez generan el 15% de su PBI. En gran medida, Sheinbaum ha hecho un buen trabajo. Bajo su mandato, los asesinatos se redujeron casi a la mitad entre 2018 y 2022, en comparación con una caída nacional del 8%, además ha intentado sanear las operaciones de la policía estatal al pagarles un salario decente. En un país donde los políticos son perseguidos por denuncias de corrupción, a Sheinbaum se le considera intachable.
Sheinbaum tiende a adoptar una postura racional ante la formulación de políticas. A diferencia del presidente, se rodea de personas competentes y está dispuesta a recibir consejos. Durante la pandemia se distanció discretamente de López Obrador, apoyándose en datos, cubrebocas y pruebas gratuitas para controlar el COVID-19, mientras el presidente declaraba, sin cubrebocas desde su púlpito, que no había de qué preocuparse. (El número absoluto de muertes en México estuvo entre los más altos del mundo). Durante los últimos cinco años, su gestión ha construido centros alrededor de la capital para ayudar a las personas pobres a estudiar y acceder a servicios.
Suponiendo que Sheinbaum asegure la candidatura, al parecer sería la figura con más posibilidades de ganar. En 2018, los tres principales partidos de oposición (PRI, PAN y PRD) formaron una coalición conocida como Va por México. La coalición se postula nuevamente, pero no ha surgido ningún contendiente, mientras que su mensaje principal es que no son Morena. “Necesitamos hacer más que ser la opción menos mala por la que los mexicanos voten”, dice Fernando Belaunzarán, exdiputado del PRD.
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Movimiento Ciudadano, un partido de izquierda que ocupa las gobernaciones de Jalisco y Nuevo León, dos estados importantes, tiene una figura muy querida en Luis Donaldo Colosio, hijo de un popular candidato reformista a la presidencia por el PRI que fue asesinado en 1994. Sin embargo, ha dicho que no se postulará. Ebrard sería competitivo si rompiera con Morena, pero pocos creen que lo hará.
Si Sheinbaum se convierte en presidenta, ¿qué tan diferente sería de su mentor? Hasta ahora, parece apegarse bastante a la ideología contradictoria de López Obrador. Es difícil imaginar que la alcaldesa, que tiene un doctorado en ingeniería energética, esté de acuerdo con la estrategia del presidente de favorecer a las empresas petroleras y eléctricas nacionales por encima de la energía limpia y barata. Pero ella ha defendido este aspecto característico de la plataforma del presidente. De manera similar, Sheinbaum culpó a la política económica “neoliberal” por la desigualdad de México y es crítica del órgano electoral. Podría sentirse tentada a seguir el ejemplo de López Obrador e impulsar donaciones sociales que compran lealtad, pero no resuelven la pobreza.
Algunas políticas serían difíciles de revertir. López Obrador ha profundizado la participación de las Fuerzas Armadas en la lucha contra el crimen. También les ha entregado 70 funciones civiles, según un estudio de México Unido Contra la Delincuencia, una ONG. Los soldados ahora controlan los puertos y las instalaciones aduaneras, y construirán, operarán y se quedarán con las ganancias de los aeropuertos y un nuevo tren turístico. Es poco probable que Sheinbaum pueda eliminar estos privilegios, incluso si así lo quisiera. Pero también usó el mismo método: desplegó a la Guardia Nacional, una organización supuestamente civil que remplazó a la policía federal, para ayudar a operar el sistema de metro de la Ciudad de México después de varios accidentes en 2021, ante la indignación de los trabajadores del subterráneo.
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Sin embargo, es improbable que Sheinbaum continúe con los intentos de López Obrador de socavar a la Suprema Corte de Justicia. En parte eso se debe a que ella no disfrutará de la fuerza política del presidente. Le resultará más difícil liderar Morena, que es más un club de seguidores de López Obrador que un partido político. También es probable que presida un Congreso más dividido: los analistas predicen que 2024 reflejará las elecciones de medio mandato de 2021, en las que Morena perdió terreno, incluida la mayoría calificada de su coalición en el Congreso.
Sucesora sin futuro
También es una cuestión de personalidad. Sheinbaum no es tan incendiaria como su jefe, quien hace frente a los críticos en conferencias de prensa diarias de varias horas. Ella es una “figura muy diferente” al presidente, dice Patricia Mercado, senadora por Movimiento Ciudadano. Aun así, a algunos les preocupa que Sheinbaum simplemente sea la representante de López Obrador. El presidente dice que se retirará a su rancho después de dejar el cargo a fines de 2024. Pero si Morena de alguna manera gana una mayoría calificada en 2024, López Obrador se comprometió a usar su último mes en el poder, cuando su sucesor sea presidente electo, para aprobar reformas constitucionales que ya han sido rechazadas por la Suprema Corte. Ya sea que permanezca o no en la escena política, su influencia en México se sentirá durante muchos años venideros.
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