El ataque a principios de este mes a la embajada de México en Ecuador desencadenó otro asunto muy latinoamericano: gran dramatismo, acusaciones disparadas a través de la división ideológica y el triste espectáculo de dos países amigos que rompen relaciones.
Gobiernos y organizaciones regionales condenaron unánimemente al presidente de Ecuador, Daniel Noboa, por ordenar el asalto a la misión diplomática, una fea violación del derecho internacional. Algunos comentaristas también destacaron la afición del presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, a intervenir en la política interna de otros países. También hay algo de cierto en ello.
Aún no está claro quién saldrá mejor librado de este incidente (mi opinión es que el tiempo calmará las asperezas y los países normalizarán tranquilamente sus lazos), pero otra conclusión es posible: dado que la presidencia de López Obrador se acerca a su fin, el presidente perdió una gran oportunidad de aumentar la influencia de México en América Latina.
Consideremos lo siguiente: durante los primeros cuatro años de su sexenio, el presidente conocido como AMLO observaba a Jair Bolsonaro cada vez que miraba hacia el sur. La rivalidad entre México y Brasil en política internacional es muy real.
Dada la falta de amigos de Bolsonaro en el vecindario, el periodo entre 2019 y 2023 fue un regalo del cielo para que AMLO impulsara los intereses de México en toda América Latina. Incluso podría haber apelado a los espíritus de libre mercado de Bolsonaro para obtener acceso para las manufacturas mexicanas en la famosa economía proteccionista brasileña. Y podría haberlo hecho en un momento en que Argentina, otra gran nación sudamericana, estaba distraída con su recurrente crisis económica.
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En lugar de ello, AMLO se centró en una agenda muy ideológica diseñada para amplificar la polarización, dividiendo la región entre amigos y enemigos y reflejando la estrategia que le funcionó tan bien a nivel nacional. Fue un error.
¿El resultado? El comercio con la región se ha desinflado, la influencia se limita a Gobiernos afines y AMLO termina su mandato con tres de sus embajadores en la región expulsados. Independientemente de los méritos de cada caso, el resultado es vergonzoso para la diplomacia de un país que siempre se ha enorgullecido de tener relaciones amistosas con la mayoría de las naciones.
¿Por qué siguió AMLO este camino político? Veo tres razones principales:
Primero, parece que AMLO no es capaz de llevarse bien con líderes que no juegan en su equipo ideológico —a menos que sean Donald Trump— ¡ja! Es verdad que eso no es exclusivo de él en el mundo polarizado de hoy. Pero su empeño en satisfacer a su base de izquierda le ha llevado a una política exterior impulsada sobre todo por necesidades internas. Es una estrategia arriesgada, como aprendió el presidente en Bolivia, Perú y, más recientemente, Ecuador, donde su interferencia en los conflictos locales fue contraria a los principios de la Constitución mexicana.
En segundo lugar, envolverse en la bandera del imperialismo combatiente — que siempre resulta útil— le permitió a AMLO disfrazar decisiones que tomó a petición de Estados Unidos, como la imposición de visados a brasileños y otros vecinos. Al tiempo que afirmaba que México era ahora el “hermano mayor” de América Latina y el Caribe, en realidad hacía el trabajo sucio de Estados Unidos para controlar la explosión migratoria que ha inquietado a Washington.
En tercer lugar, para nadie es un secreto que a AMLO no le gusta viajar al extranjero. Durante la mayor parte de su vida adulta no tuvo pasaporte; hasta los 52 años solo había salido de México una vez, con destino a Estados Unidos (ahora tiene 70).
El resultado no es solo un conocimiento superficial de América Latina, sino también un puñado de oportunidades perdidas a la hora de cultivar relaciones. Durante su presidencia, solo realizó dos viajes a la región (visitó Guatemala, El Salvador, Honduras, Belice y Cuba en un tour exprés en 2022, y Colombia y Chile el año pasado).
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En consecuencia, su visión de la región se ha formado a partir de lecturas y de lo que le susurran al oído aliados como el expresidente ecuatoriano Rafael Correa, rival de Noboa. Un hombre que parece obsesionado con la historia puede pensar que está emulando al presidente Luis Echeverría, que dio asilo a miles de chilenos, argentinos y otros refugiados políticos que huían de las dictaduras que estallaron durante la década de 1970.
Pero la realidad es que ésta es una región muy diferente a la de esos tiempos y ni Pinochet ni Videla gobiernan en el hemisferio sur. Tratar de ocultar a un presidente golpista —como hizo con el peruano Pedro Castillo— o a un exfuncionario condenado por corrupción —como hizo en el caso de Ecuador— obviamente resultaría contraproducente.
Si a todo esto se suma la reticencia de AMLO a asistir a foros de primer nivel, desde el Grupo de los 20 hasta la Cumbre de las Américas, se puede concluir que no es un líder particularmente interesado en las relaciones exteriores más allá de la usual compleja relación con Estados Unidos.
Por supuesto, ha tenido algunos éxitos, como la reactivación de la Celac como organismo regional. También pareció ser un anfitrión efectivo para las conversaciones entre el Gobierno venezolano y su oposición (al tiempo que guardaba silencio sobre los abusos de Nicolás Maduro). Actualmente, México también intenta poner en marcha algunos programas novedosos para proporcionar empleo y un estipendio a los migrantes para que regresen a sus países de origen.
Pero en el tema clave del comercio, la relación con la región va en retroceso: las exportaciones mexicanas a Sudamérica cayeron casi un 17% con AMLO, según cifras del banco central. Eso no ha hecho más que aumentar la dependencia del país del mercado estadounidense, que acoge ya el 83% de los envíos mexicanos a pesar de que el país tiene acuerdos de libre comercio con 50 naciones. Y la Alianza del Pacífico, uno de los foros de integración más ambiciosos impulsados por la diplomacia mexicana, está en suspenso, también perjudicada por la disidencia ideológica.
Con el regreso de Luiz Inácio Lula da Silva al poder en Brasil, México se enfrenta ahora a un rival que realmente se preocupa por el liderazgo y no dejará espacios políticos por llenar. Una muestra de ello: a pesar de llamar “hermano” a AMLO, Lula aún no ha encontrado tiempo para visitarlo como prometió —”¡lo antes posible!”— el año pasado; sin embargo, se las ha arreglado para viajar a otros 28 países en los últimos 16 meses.
México tiene un papel clave que desempeñar en la región, no solo como interlocutor con Estados Unidos y como centro potencial para el comercio y el desarrollo económico, sino también como actor vital en tres de los problemas más urgentes de América Latina: la migración, el narcotráfico y el cambio climático. AMLO hizo muy poco en ese frente; esperemos que su sucesor vea el valor de darle la vuelta a esta estrategia fallida.
Por Juan Pablo Spinetto
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