Augusto Morel
Las colillas de cigarrillo representan uno de los mayores residuos de las playas argentinas ya que un pitillo puede contaminar hasta 40 litros de agua. Sin embargo, científicos del laboratorio de Micología Experimental de la Universidad de Buenos Aires (UBA) han descubierto hongos capaces de descontaminar las colillas.
“Todo comenzó a través de una ONG que se dedica a limpiar las playas, porque no sabían qué hacer con todo ese material tóxico y se contactaron con nosotros para encontrar alguna solución”, relató a Efe, la bióloga y becaria del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), Pilar Núñez.
Los elementos más contaminantes del cigarrillo son el alquitrán y la nicotina que se pegan a la colilla tras la combustión. Para poder limpiarlos es necesario aplicar un proceso definido como “biorremediación” que usa organismos vivos que eliminan las toxinas del material.
Estas especies de hongos crecen adosadas a los troncos de los árboles y se las pueden encontrar en la selva misionera del litoral argentino. Hasta allí viajaron los investigadores para hacerse de esas cepas gracias a la ayuda de especialistas del Instituto Misionero de Biodiversidad (IMiBio).
“Aislamos los hongos y los trajimos al laboratorio para iniciar su tratamiento. Pueden degradar y alimentarse de la madera o el papel, y al ponerlos en contacto con las colillas se comen el acetato de celulosa del filtro, limpiando el ambiente tóxico para defenderse y sobrevivir”, contó Núñez.
El proyecto para limpiar los filtros de cigarrillo con hongos “de pudrición blanca” lleva siete años de estudio y ya ha conseguido detoxificiar las colillas. Según Núñez, podría reutilizarse en la fabricación de pulpa de celulosa, materiales aislantes o hasta incorporarse en materiales de la construcción.
Trabajo interdisciplinario
Por su parte, Raúl Itria, doctorado en biología de la UBA e investigador del Instituto Nacional de Tecnología Industrial (Inti), que trabaja en el proyecto, explicó a Efe que esperan realizar experimentos en una escala mayor que les permita generar un ecosistema de mayor control sobre el hongo.
“Esta investigación puede abrir un montón de puertas sobre compuestos recalcitrantes, porque los hongos viven en condiciones de degradar madera. Nosotros aprovechamos esas características para realizar aplicaciones biotecnológicas”, indicó Itria que diseñó los experimentos biológicos y químicos para presentar el proyecto ante el Conicet.
Otra de las particularidades que tiene este hongo es su absorción de metales pesados y metaloides como el cromo y el arsénico, que son nocivas para el medioambiente y la salud humana.
Por medio de un trabajo interdisciplinario en conjunto con el Instituto de Investigación e Ingeniería Ambiental de la Universidad de San Martín, los científicos pudieron comprobar que los hongos crecen alimentados a base de colillas y humedad en un ecosistema acuático junto a renacuajos en una pecera, que funcionan como sensores de toxicidad.
A pesar de la convivencia tóxica, los hongos transforman ese ecosistema y los renacuajos sobreviven, reveló a Efe la codirectora de becas del Conicet y jefa de trabajos prácticos de la UBA, Isabel Cinto.
Una vez finalizados los ensayos y publicados los resultados, la investigación pasará a una planta piloto que llevará la tecnología de reciclaje ambiental al plano industrial. “Si logro generar un sistema que te quite del medio los residuos tóxicos, ya tenés vía libre para reutilizarlo”, concluyó Núñez.
Financiamiento escaso
La joven bióloga propuso esta línea de investigación con hongos pensando en un procedimiento sencillo y barato, ante la necesidad de encontrar una forma de reciclar un material altamente tóxico, en un país con 9 millones de fumadores.
Otro de los desafíos que enfrentan los investigadores es el financiamiento, que sumado a la inestabilidad económica de Argentina hacen que un presupuesto anual pierda su utilidad en cuestión de meses y obliga a los científicos a buscar nuevas formas de subvención.
“Si bien contamos con varias fuentes de financiamiento, son bastante escasas en comparación con los grupos de investigación de primer mundo. Más allá de la calidad académica, se dificulta competir por el presupuesto, que hace más lento nuestro trabajo”, expuso a Efe la doctora Laura Levin, que está a cargo del laboratorio de Micología Experimental.
Tanto la UBA como el Conicet financian proyectos de investigación a los que se accede por medio de concursos anuales. Los montos máximos del próximo año están estipulados entre los US$ 2,600 y 4,400, respectivamente, algo que apenas cubre los gastos necesarios de los ensayos.
“La ciencia en Argentina es difícil, conserva muy buen nivel y universidades, pero venimos ‘remando’ hace muchos años la situación que nos toca vivir. Por suerte hay gente joven, con ganas, que con más presupuesto conseguirían mucho más”, indicó Levin, que hace más de 20 años estudia enzimas fúngicas y sus posibles aplicaciones para reducir la contaminación ambiental.