“Es como un apocalipsis”, asegura una joven afgana que el lunes se atrevió a salir por primera vez a la calle en Kabul desde que los talibanes tomaran el poder y aún no puede creer lo que ve.
Las calles que otrora rebosaban vida están en calma, lejos del caos absoluto del aeropuerto, donde continúan las evacuaciones de quienes quieren huir del nuevo régimen talibán.
Las mujeres se quedan en casa, pero la mayoría, cuando salen, visten aún el hiyab, un velo que deja al descubierto la cara. “La gente sale y regresa a casa lo más rápido posible”, dice esta joven de 20 años.
Ya no puede ir a la universidad, a la espera de que las mujeres sean separadas de los hombres. “Es una decisión estúpida, ya que sabemos que no hay suficientes [profesoras]”, apunta esta activista.
En paro, el banco para el que trabajaba no permite aún el regreso de las mujeres por precaución. Y, con pocos víveres, decidió finalmente salir con su madre el lunes, una semana después del regreso de los talibanes.
En los muros de la capital, se arrancaron o se cubrieron con pintura los carteles de mujeres, salvo “aquellos que estaban a gran altura”, explica. Algunos salones de belleza y peluquerías siguen abiertos.
“Me gustaría mucho que [los talibanes] los usaran, parecen monstruos”, dice con ironía. La música se detuvo en Kabul, pero los niños siguen jugando y “no es tan terrible como me imaginaba” por el momento, reconoce.
“El negocio del miedo”
Los talibanes aún no han formado un gobierno ni han introducido leyes para regular qué se puede hacer.
“Es el negocio del miedo. No tienen un ejército para controlar a la gente, pero el miedo controla a todo el mundo”, apunta un joven banquero de la capital afgana.
El término “talibanes” engloba a gente diferente, precisa. “Algunos grupos se comportan bien con la población”, pero otros hacen lo que quieren, como comer en restaurantes sin pagar.
En Jost, en el sureste de Afganistán, los islamistas parecen más conciliadores, quizás porque la región, más conservadora que la capital, la tienen en el bolsillo.
“La situación volvió a la normalidad. El tráfico disminuyó, pero muchas tiendas reabrieron. Las niñas y los niños van a la escuela como antes”, explica un cooperante.
“Pero la gente se preocupa, porque hay que reactivar los servicios públicos para satisfacer las necesidades de la población. Muchos perdieron el empleo y les inquieta la economía”, apunta.
El trabajador humanitario fue a una tienda de ropa para mujeres de su familia, pero no vio a ninguna mujer.
“La actitud de los talibanes es más flexible de lo que la gente esperaba. Pensaban que serían los mismos que antes, pero no es así”, asegura.
El hombre asistió recientemente a una boda y había cantantes y bailarines. “Bailé con muchos amigos”, recuerda.
“No tienen dinero”
En Kunduz (norte), sólo las mujeres pueden tocar instrumentos o cantar para bodas, según un empresario local. Pero no puede haber ni músicos ni cantantes, el sonido debe grabarse previamente.
En el mercado, los talibanes anuncian algunas reglas con la ayuda de un altavoz. Algunas ya se conocen, porque la provincia de Kunduz cayó en sus manos mucho antes que la ciudad y el resto del país.
La capital provincial está devastada por semanas de combates: edificios destruidos, existencias de los vendedores callejeros robadas, etc.
“Algunos empezaron a construir sus tiendas, pero no las casas, ya que la gente huyó y todavía no regresó o no tienen dinero”, apunta el empresario.
Las élites instruidas y los jóvenes se marcharon de la ciudad por “miedo, porque ya no habrá donantes internacionales para financiar proyectos de desarrollo o educación”, asegura.
Muchas profesoras se marcharon, pese a ser más necesarias que nunca. A los hombres no se les permite enseñar a las niñas, que regresaron a la escuela y al liceo.
El empresario tuvo que cerrar su tienda de productos cosméticos, ya que los habitantes, preocupados por su futuro y ante el aumento de los precios, sólo compran alimentos básicos: arroz, patatas, pan.
“La gente ya no come ni fruta. Piensan que hay que ahorrar, porque ya no podrán ganar dinero en el futuro”, constata. “Tampoco utilizan ya ni jabón ni champú”, insiste.