Las vacunas del COVID-19 no son ninguna terapia genética experimental ni su administración conlleva efectos adversos desconocidos, como afirman mensajes ampliamente difundidos en redes sociales que advierten sobre el riesgo de inyectar estos fármacos a los niños.
Una fotografía viralizada pregunta a quienes la reciben sobre la conveniencia de vacunar a los hijos con “una terapia génica experimental cuyos efectos adversos se desconocen”.
Esa interpelación figura en un cuadro que compara supuestas diferencias entre quienes han recibido la vacuna y aquellos a los que no se les ha inyectado.
El mensaje afirma que tanto los vacunados como los que no lo están pueden contraer y contagiar el COVID-19, así como morir a causa de esta enfermedad.
Sin embargo, según sostienen estas publicaciones, quienes han recibido las vacunas pueden sufrir efectos adversos mortales por la inyección de estos medicamentos, a diferencia de los no vacunados.
Hechos: Las vacunas del COVID-19 no son una terapia genética -ni siquiera las de ARN mensajero (ARNm)- ni peligrosas, porque sus efectos son controlados para minimizar el riesgo de reacciones adversas por las autoridades sanitarias, que avalan la eficacia y seguridad de estos fármacos.
Las vacunas de la covid se dividen en las que utilizan el ARNm -las de Pfizer y Moderna- o se basan en versiones modificadas del virus que son inocuas, los llamados “vectores virales” -AstraZeneca y Janssen-.
El argumento de que las vacunas son una terapia genética se utiliza contra las de ARNm.
Sin embargo, como explican instituciones sanitarias y expertos de la Organización Médica Colegial (OMC) y la Asociación Española de Vacunología (AEV), el ARN mensajero es incapaz de reproducirse o insertarse en el genoma y se degrada poco después de ser inoculado.
Además, según recuerda la amplia información facilitada por la Agencia Europea de Medicamentos (EMA) en su web, el desarrollo de estas vacunas ha garantizado el cumplimiento de los estándares de “calidad, seguridad y eficacia”, en un proceso que ha incluido rigurosos ensayos clínicos con decenas de miles de participantes.
Tras su aprobación, la EMA examina “continuamente” la seguridad de las vacunas a través de su Comité de Evaluación de Riesgos de Farmacovigilancia, una revisión análoga a las que siguen las distintas agencias de medicamentos, que controlan así los resultados de los 6,800 millones de dosis administradas hasta el momento en todo el mundo.
De este modo, se han descubierto posibles vínculos entre varios casos raros de trombos con consecuencias potencialmente mortales y las vacunas de AstraZeneca y Janssen.
Sin embargo, estos problemas graves son “extremadamente raros”, añade la agencia europea.
En lo que respecta a los niños, la EMA aprobó el 28 de mayo el uso del preparado de Pfizer a partir de los 12 años y el 23 de julio autorizó el empleo del de Moderna entre los 12 y los 17 años.
Actualmente la agencia europea estudia la aprobación del medicamento de Pfizer para el grupo de 5 a 11 años, mientras que continúan los ensayos con niños aún más pequeños, con datos de seguridad “igual de buenos o mejores”, según explica Manuel Gijón, pediatra del Hospital Doce de Octubre.
“Los niños muy pequeñitos, incluso los bebés, la han tolerado muy, muy bien”, comenta Gijón.
El madrileño Doce de Octubre es uno de los más de 100 centros hospitalarios de España, Polonia, Finlandia y Estados Unidos que participan simultáneamente en el ensayo puesto en marcha por Pfizer para testar su fármaco en 4,644 niños de seis meses a 11 años.
Tampoco es cierto que no haya diferencias entre los que han recibido las inyecciones y los que no lo han hecho en cuanto al peligro de contraer y contagiar la enfermedad o morir como consecuencia de la misma.
“El riesgo de infección, hospitalización y muerte es mucho más bajo en quienes están vacunados que en quienes no están vacunados”, explica al respecto la agencia estadounidense de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC).
En conclusión, la permanente vigilancia de las agencias de medicamentos garantiza la seguridad de las vacunas del COVID-19, cuyo funcionamiento imposibilita su actuación como terapia genética.