¿Qué hay detrás del resurgir del populismo? ¿Por qué muchos ciudadanos buscan la solución a sus problemas en líderes que ofrecen un discurso simple, divisivo y esencialista? La respuesta, a juicio de la pensadora británica Noreena Hertz, es que nos sentimos cada vez más solos, más alejados del vecino, de la comunidad, de las instituciones.
Vivimos en lo que Hertz ha llamado “El siglo de la soledad”, título de un libro (publicado en español por Paidós) que ha suscitado el debate en el Reino Unido.
La tribalización de la política es solo uno de los síntomas que la académica londinense, de 54 años, apunta en su ensayo, elaborado gracias a múltiples entrevistas que la autora mantuvo a lo largo de años y a una amplia bibliografía con la que hace un diagnóstico sobre la “epidemia” de soledad que sufre el mundo.
“Asumir que somos inherentemente interesados, que no nos preocupamos por los demás o que somos egoístas por naturaleza es una descripción errónea. Pero lo cierto es que en las últimas décadas se han revalorizado el egoísmo y la competitividad, mientras que valores como la empatía, la bondad o el civismo han disminuido”, asegura.
La autora no quiere ser malinterpretada. Debe haber lugar para la competitividad y la determinación. Tampoco pide “sentarse todos alrededor de la hoguera para cantar ‘kumbayá’”, sino recordar que “la bondad y el interés colectivo importan”.
“En mi investigación descubrí, gracias a entrevistas y datos empíricos, que quienes votan por populistas es más posible que se sientan solos, en el sentido de que tengan menos amigos y conocidos, pero también en el sentido de que se sientan desconectados del Estado, del resto de ciudadanos, a menudo en sitios en los que la comunidad y la identidad se obtenía en el lugar de trabajo y ya no”, dice.
Hertz llama la atención especialmente sobre el aislamiento que sienten los varones, principales vectores del auge populista.
Para la autora del influyente ensayo “El poder en la sombra” (2001), el declive de los sindicatos y de otras asociaciones que tradicionalmente agrupaban a hombres ha influido en que la sensación de soledad se haya disparado en ese colectivo.
“En los últimos años vemos un aumento de políticos que dicen: ‘Nadie se preocupaba por ti, pero yo sí’. Ese ‘ti’, cuando hablamos de populistas de derechas, es un grupo muy delimitado. Su mensaje se ha preocupado mucho por sus votantes, (pero) por supuesto ha sido anti cualquiera que no fuese su electorado potencial”, explica.
Y pone el ejemplo del partido español Vox, que “con su retórica antiinmigrantes les está diciendo a sus votantes: ‘Os escuchamos, os vemos, estamos aquí para vosotros’”, añade.
Por eso, subraya que el gran desafío de la actualidad es “cómo mantener un sentido fuerte de identidad personal y al mismo tiempo la voluntad de crear vínculos con gente diferente a nosotros”.
Pese a todo, se muestra optimista gracias al “énfasis” que percibe en muchos países “por devolver su valor al Estado del bienestar, invertir en las necesidades de los marginados...”, algo que califica como “uno de los fenómenos más interesantes de los últimos tiempos”.
Este “giro hacia un capitalismo que se preocupa más por la gente” se está produciendo también entre los partidos de derecha que recogieron la herencia ideológica del neoliberalismo de Ronald Reagan y Margaret Thatcher en los años 1980, cuando, a su juicio, florece el individualismo como “valor capital”.
Apoyada siempre en uno de sus referentes, la filósofa Hannah Arendt, Hertz disecciona a través de su libro cómo la soledad altera la forma en que vemos el mundo que nos rodea, convirtiéndolo en un lugar más hostil e inseguro.
Y la pandemia ha ejercido dos presiones en direcciones contrapuestas: por un lado, “ha acercado a la gente a sus comunidades locales”, pero al mismo tiempo ha acelerado la tendencia hacia una “existencia sin contacto”, en la que cualquier cosa, desde dar una clase de yoga a hacer la compra de la semana, se puede hacer sin salir de casa.
“Saber el nombre del cartero o saludar al frutero es muy importante para sentirse conectado. Según los estudios, una conversación de solo unos segundos con el camarero de un bar puede hacerte sentir significativamente menos solo”, explica.
Sin embargo, al mismo tiempo “el peligro es que cambiemos inconscientemente comunidad por comodidad” con una vida más recluida en los hogares, que es algo que ya venía sucediendo antes de la llegada del COVID-19 pero se ha disparado después de los confinamientos.
Y Hertz apunta hacia la paradoja de que las generaciones jóvenes, que en buena medida están más implicadas en grandes causas colectivas como el medio ambiente o la igualdad de género, se sienten más solas que nunca.
“La mayor explicación es que, en esta generación de entre 15 y 26 años, gran parte de la conexión sucede a través de los teléfonos y digitalmente, y eso es una forma diferente de conexión, de inferior calidad. Solo cuando estás cara a cara tus neuronas espejo crean empatía con el otro”, dice.
Y no duda en recordar, como hace en su libro, que todas las investigaciones científicas concuerdan en que las redes sociales, aunque también pueden ser “muy provechosas”, son “una causa real de soledad” en todas las edades.