Dice el refrán que el hábito no hace al monje, pero Elisabeth, Maeva y otras mujeres saben lo que es no tener nada que ponerse para una entrevista de trabajo. La ropa empodera, opinan, y la ciencia les da la razón.
Hace 18 años que la veterinaria Elisabeth Monzón se fue de Bolivia para seguir a su marido hasta Estados Unidos, donde limpiaba baños y, tras dar muchos tumbos, consiguió trabajo a tiempo completo en un asilo de ancianos.
Pero llegó la pandemia. “Estaba superestresada”, “fue demasiado, teníamos que utilizar equipo de protección, mascarillas para respirar”, cuenta a la AFP. Necesitó tomarse dos semanas de vacaciones, que le concedieron pero advirtiéndole que si lo hacía perdería el tiempo completo.
A la vuelta “trabajaba un día o dos a la semana y completaba las horas en otros sitios pero eso significa gastar más en gasolina”. Tuvo que renunciar y cambiar de vida una vez más.
Se inscribió en La Cocina, una organización sin fines de lucro que habilita para trabajar en el sector culinario. Pero requiere 160 horas de pasantía y eso supone tener ropa adecuada.
Vestuario profesional
“Yo no compro ropa para mí, trato de ahorrar lo más que puedo porque tengo que enviar dinero a Bolivia, donde vive mi mamá que es viuda”, explica. Y sin ropa no había prácticas.
Su salvavidas se llama Suited for Change (Vestidas para Cambiar), una oenegé que facilita gratuitamente ropa a mujeres necesitadas del área de Washington y les asesora para las entrevistas de trabajo. Más del 90% de sus clientas son afroestadounidenses.
En una primera visita les regalan dos conjuntos completos de ropa, accesorios y zapatos y si consiguen el trabajo otros tres. Proceden de donaciones particulares y compran una pequeña parte para asegurarse de tener todas las tallas.
“Probé mucha ropa”, dice Elisabeth, que a sus 45 años se sintió “como Pretty Woman”. Se fue con la vestimenta adecuada para la pasantía.
La congoleña Maeva Ikias se sintió igual de aliviada. Esta joven de 29 años que vive en un albergue para madres solas con niños pequeños no tenía medios ni ropa para ir a una entrevista de trabajo en un banco.
“No tenía nada que ponerme (para la entrevista), no podía presentarme en zapatillas deportivas” y “la verdad es que cuando entras en un cuarto te juzgan por lo que ven”, dice a la AFP.
Menos de un segundo
Un estudio publicado en el 2019 por la universidad de Princeton muestra que la ropa hace que una persona parezca más competente a los ojos de los demás en una fracción de segundo.
Los investigadores concluyeron que la gente percibe la competencia de una persona basándose en señales sutiles como la ropa y estos juicios, que se hacen en milisegundos, “son muy difíciles de evitar”, según el estudio. De modo que “las personas de bajos ingresos pueden enfrentar obstáculos en relación con la forma en que los demás perciben sus habilidades, simplemente con mirar la ropa”, señala.
Para la estadounidense Endya Lewis, de 23 años, “es importante causar una buena primera impresión”.
“La ropa para trabajar es más cara de lo que valen una camiseta y unas zapatillas deportivas y no podía comprármela”, declara a la AFP días antes de una entrevista de trabajo, en los locales de Suited for Change, concebidos como una tienda con probadores.
“Cuando a una mujer se le da la oportunidad de prosperar, su impacto se extiende a quienes la rodean”, declara Fernanda Parreira Menezes, una brasileña que trabaja como gerente de marketing y programas en la oenegé.
Datos de diversos países muestran que incrementar la proporción de los ingresos del hogar controlados por las mujeres, procedentes de lo que ganan ellas mismas o de transferencias de dinero, modifica los patrones de gasto en formas que benefician a los hijos, asegura ONU Mujeres.
“Ayer el chef me llamó y me preguntó si quería quedarme”, cuenta Elisabeth, quien sacrificó la carrera y se quedó en Estados Unidos a pesar de los infortunios porque su marido y uno de sus dos hijos padecen una enfermedad genética y reciben tratamiento.
Maeva consiguió el empleo.