Editorial de Bloomberg
Después de décadas de neutralidad, Finlandia podría decidir el próximo mes solicitar su ingreso a la OTAN. La vecina Suecia pronto podría ser la siguiente. Como era de esperar, Rusia ha amenazado con consecuencias “militares y políticas graves” en respuesta.
Una Organización del Tratado del Atlántico Norte más grande y poderosa a las puertas de Rusia bien podría aumentar la inseguridad y la paranoia del presidente Vladímir Putin. Por ambas, él solo puede culparse a sí mismo. La pregunta es si es una buena idea para la alianza misma.
Finlandia se mantuvo neutral entre Oriente y Occidente durante la Guerra Fría. Incluso después de unirse a la Unión Europea a mediados de la década de 1990, los finlandeses se opusieron abrumadoramente a ser miembros de la OTAN; hace solo cinco años, en el 2017, menos de un 20% de ellos respaldaba la idea. Desde la invasión rusa a Ucrania, la opinión pública ha dado un drástico vuelco. El apoyo a una membresía en la OTAN ahora llega a un 68%. Si, como se espera, el Gobierno solicita la membresía, es probable que el Parlamento finlandés respalde la moción antes de la cumbre de la OTAN en junio.
Para Finlandia, los beneficios son claros. Una membresía completa colocaría al país bajo el alero de la defensa colectiva de la OTAN, lo que garantizaría que la alianza use la fuerza en caso de un ataque ruso, una posibilidad que solía ser remota y que, a raíz de la invasión de Putin a Ucrania, ahora parece más plausible. Finlandia se integraría completamente a los acuerdos de planificación de defensa e inteligencia de Occidente, mejorando su capacidad para monitorear los despliegues militares rusos a lo largo de su frontera.
En cuanto a la OTAN, la solicitud finlandesa sin duda tendría sentido desde el punto de vista militar. Aunque tiene un pequeño ejército permanente, la fuerza de reserva de Finlandia es la más grande de Europa, ya que cerca de 900,000 finlandeses tienen formación militar. La Fuerza Aérea y los servicios de inteligencia del país se encuentran entre los más avanzados de Europa. Si Suecia se une, la destreza de los submarinos y la defensa aérea de su Ejército reforzaría la capacidad de la OTAN para contrarrestar la hostil actividad rusa en el mar Báltico y el Ártico.
También habría beneficios políticos. Es cierto que rondas anteriores de expansión, en particular a las democracias menos desarrolladas en el sureste de Europa, han agotado los recursos de la alianza y la han obligado a hacer negocios con gobiernos no liberales. Pero sumar a Finlandia y Suecia, ambas democracias prósperas, no haría más que reforzar la credibilidad de la OTAN como defensor de los valores liberales. También ayudaría a distribuir los costos a largo plazo de mantener la seguridad europea, lo que permitiría que EE.UU. dedique más atención al Pacífico. A pesar de las reiteradas amenazas de Putin, la historia muestra que una alianza más grande brinda un mayor –y no menor– poder de disuasión contra la agresión rusa en Europa.
Dicho esto, los riesgos involucrados deben afrontarse abiertamente. La expansión de la alianza requiere la aprobación de los Gobiernos de los 30 Estados miembros, incluida Hungría, cuyo primer ministro recién reelecto, Viktor Orban, no ha ocultado su admiración por Putin. En EE.UU., dos tercios del Senado tendrían que aprobarlo. Un debate prolongado en las capitales occidentales podría crear un peligroso interregno en el que los países nórdicos hayan renunciado a su neutralidad, pero aún no hayan recibido ninguna garantía de defensa colectiva.
Los líderes de la OTAN pueden prepararse para esta posibilidad. Una vez que Finlandia y Suecia dejen en claro sus intenciones, el presidente Joe Biden debería presentar los argumentos de por qué la membresía de estos países en la OTAN beneficiaría la seguridad nacional de EE.UU. y debería presionar a los senadores indecisos para que ratifiquen rápidamente el acuerdo. Los Gobiernos europeos deberían fortalecer sus defensas contra las campañas de desinformación rusas y otras interferencias. Mientras avanza el proceso de ratificación, EE.UU. y el Reino Unido deberían ampliar los acuerdos de cooperación en defensa con Finlandia y Suecia y coordinarse con ambos países para tomar medidas contra posibles provocaciones rusas.
Un último riesgo es que Rusia responda de manera hostil a la expansión de la OTAN, tal vez desplegando armas nucleares adicionales en la región báltica. Sin duda, una medida de ese tipo aumentaría las tensiones e implicaría el riesgo de cometer errores de cálculo. Como precaución, EE.UU. y Europa deberían reiterar que el propósito de la alianza es puramente defensivo, pero que su compromiso con la seguridad colectiva es inquebrantable. Los posibles nuevos miembros también deberían adoptar un modelo de membresía similar al de Noruega, según el cual se adherirían a las obligaciones de los tratados de la alianza, pero no albergarían bases estadounidenses permanentes ni armas nucleares en su territorio.
La expansión de la OTAN no está exenta de posibles peligros. Pero es probable que los costos de retroceder ante las amenazas y la agresión de Rusia sean mucho mayores. Una OTAN más grande es una OTAN más fuerte.