(Foto: EFE)
(Foto: EFE)

Era uno de los lugares más temidos por los talibanes, donde miles de ellos fueron encarcelados por luchar contra el gobierno afgano, y hoy, el centro penitenciario de Pul-e-Charkhi, al este de Kabul, es un lugar totalmente abandonado.

Los uniformes de los guardianes yacen en el suelo, abandonados en plena desbandada de las antiguas autoridades. En las celdas, se ve ropa, zapatos, radios y ollas, entre otras cosas. Los presos se escapaban muchas veces con lo que llevaban puesto a sus espaldas.

Hay alimentos en avanzado estado de descomposición, recubiertos de moscas, y basura por el suelo y las escaleras de la prisión. Emerge un olor pestilente, al que se suma el de las letrinas.

Los talibanes que controlan Pul-e-Charkhi aseguran que los 11 bloques del ala principal albergaban cada uno a 1,500 reclusos, en una cárcel construida originalmente para acoger a unos 5,000 reos.

Numerosos fundamentalistas acabaron prisioneros, rodeados de ladrones, criminales o combatientes del grupo yihadista (EI).

El lema de la bandera de EI también está pintado de negro en la pared de una celda. En el hueco de una escalera, las palabras “Estado Islámico” están grabadas en yeso.

El nuevo régimen afgano asegura que se están realizando investigaciones para encontrar a prisioneros de Dáesh (acrónimo árabe de EI). Los talibanes y el EI son rivales y sus combatientes han luchado ferozmente en el este del país.

“Horror”

La construcción del Pul-e-Charkhi, la cárcel más grande de , comenzó en la década de 1970. Este centro penitenciario fue criticado por grupos de defensa de derechos humanos por las condiciones de vida infrahumanas que soportaban los reos.

Los exiguos dormitorios acogían a entre 15 y 20 prisioneros, constataron periodistas de AFP. Grandes pañuelos servían como cortinas para garantizar un mínimo de privacidad.

Algunas paredes están empapeladas con motivos de puestas de sol tropicales y los tres colores rojo, verde y negro de la antigua bandera afgana --que los han sustituido por la suya propia de color blanco en la que puede leerse una inscripción en negro de la profesión de la fe musulmana.

La sala de oración, donde decenas de alfombras están pulcramente dobladas, es sin duda el lugar más ordenado de la prisión. Y otra zona del centro se transformó en una pequeña madrasa (escuela coránica).

Cerca de una entrada, una oficina está completamente incendiada. Todo lo que queda es la estructura de acero de la litera de un guardián. La habitación fue quemada para destruir los documentos relacionados con los prisioneros, señalan los talibanes presentes.

Un muro está acribillado de agujeros de bala, donde expolicías del gobierno abrieron fuego en vísperas de la toma del país por los talibanes a mediados de agosto, matando a varios prisioneros talibanes, explicaron los islamistas. La AFP no pudo corroborar estos hechos.

Pul-e-Charkhi era un “lugar de horror”, señala Mawlawi Abdulhaq Madani, un combatiente talibán de 33 años, contento de que sus compañeros pudieran abandonar este centro penitenciario.

En el exterior, perros y gatos deambulan por la carretera que rodea el vasto complejo circular, bordeado por un muro de cuatro metros de altura, coronado con alambre de espino y torres de vigilancia, ahora innecesarias.