Aún es de noche, pero en un recóndito puerto fluvial de la Amazonía peruana, una lancha blanca arranca su motor y, tras horas de travesía, llega a una comunidad indígena. Durante toda la jornada, las enfermeras a bordo vacunarán a los niños y cuidarán del estado de las gestantes que no tienen acceso a servicios de salud.
Apodada ‘La sanadora’, esta sencilla embarcación recorre el río Marañón y sus serpenteantes afluentes para facilitar atención sanitaria a localidades dispersas de la provincia de Datem del Marañón, en el departamento de Loreto.
La neblina de la madrugada sigue retenida en los árboles que bordean las aguas fluviales y, en el camino hacia el primer destino, las enfermeras Delcy Villalobos y Blanca Guerra paran en un modesto puesto de salud de madera para recoger con delicadeza vacunas que más tarde aplicarán a los más pequeños.
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Tras una hora y media de trayecto, la embarcación llega a San Juan de Sasipahua, una comunidad indígena shawi que habla el idioma que lleva el mismo nombre y donde la mitad de su población son niños.
El primer paso de la brigada sanitaria que comanda Unicef es entrevistarse con el líder de la comunidad o ‘apu’, y, una vez informan de su misión y reciben su permiso, “buscan mamitas”, visitan cada casa que alberga menores y mujeres embarazadas.
Las numerosas, pero dispersas, comunidades de Loreto acumulan algunos de los peores datos de salud infantil del país: el 58.1% de los menores de 3 años padece anemia, la tasa de vacunación es de las menores en el país y tiene una alta incidencia de enfermedades diarreicas agudas.
“Esta población está muy lejos de los centros de salud y el costo de trasladarse desde estas comunidades hasta los centros es muy elevado. Muchas veces es difícil que se puedan costear eso”.
“Entonces, estuvimos pensando en una solución y una de estas, fue ‘La sanadora’, que ha permitido poder navegar ríos y llegar a estas comunidades más alejadas”, dice a EFE el oficial de salud y nutrición de UNICEF, Carlos Albrecht, desde San Juan de Sasipahua.
Primer latido
Una de las primeras paradas de la brigada en la comunidad es la visita a una joven que tiene 16 semanas de su segundo embarazo. Gracias a la presencia de la obstetra Guerra, ha podido escuchar por primera vez el latido de su bebé.
“Llegamos a la comunidad, donde la gestante no tiene ningún control, no tiene examen de laboratorio y nosotros damos la atención, el primer control. Traemos las tarjetas, traemos medicina, en este caso, a las 14 semanas corresponde el ácido fólico y después de las 14 semanas sulfato, y después de las 20 el calcio”, explica.
La típica casa de tablones de madera construida en altura por cuyas rendijas se pueden ver las gallinas picotear, acogió el potente sonido del latido del bebé y numerosos consejos de Guerra sobre nutrición en el embarazo.
En paralelo, en un pequeño patio rodeado de vegetación, Villalobos conversa con Lía, una niña de cinco años que va a recibir la vacuna de neumococo y la de refuerzo DPT, una mezcla que inmuniza contra la difteria, Bordetella pertussis y el tétanos.
Después de un breve llanto que consuela su madre, la enfermera rellena su cartilla de vacunación, al día gracias a estas brigadas.
“Cuando una brigada llega a una comunidad, dentro de los servicios que hace, está la inmunización, algo que desde Unicef nos importa bastante. Estamos muy pendientes de las vacunaciones, pero también es importante realizar los controles de crecimiento y desarrollo, donde se tiene que pesar y tallar al niño”, cuenta Albrecht.
Añade que estos controles que realizan las enfermeras en las visitas son clave para asegurarse de que el niño está creciendo de la manera adecuada de acuerdo a su edad y verificar si padece desnutrición o está en riesgo de hacerlo, y si es así se administra los suplementos y medicación correspondiente.
Unicef y Adra, socio implementador de la organización, señalan que muchas comunidades como esta, de unas 200 personas, carecen de servicios de salud, y para que los padres y madres realicen los controles de vacunas o prenatales, tienen que recorrer en bote largas distancias que suponen un coste para familias con pocas posibilidades económicas.
Esto provoca que haya muchos niños cuyo esquema de vacunación está incompleto, menores con enfermedades sin diagnosticar y sin tratar y, en último término, casos de mortalidad materna que se podrían haber evitado con atención médica.
Y ‘La sanadora’, que comenzó a zarpar las aguas en febrero de 2024, ya ha generado un impacto tan positivo que gracias al proyecto se ha multiplicado y son cuatro las que seguirán acercando salud a los niños de la Amazonía peruana.
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