“Solo Dios me saca de la silla presidencial”, repite como un mantra Jair Bolsonaro, el capitán retirado del Ejército que buscará la reelección con el mismo libro de recetas que le llevó a la Presidencia de Brasil: bala, buey y Biblia.
El líder ultraderechista, de 67 años, recibió este domingo la bendición del Partido Liberal para ser su candidato en los comicios de octubre, para los que el claro favorito es su antagonista, el exmandatario Luiz Inácio Lula da Silva.
Con un estilo agresivo y hasta faltón, Bolsonaro, quien durante casi tres décadas fue un diputado de bajo perfil, protagonista apenas por sus declaraciones en defensa de la dictadura militar (1964-1985), ha hecho de su mandato una fábrica de polémicas.
Tres años y medio de constante campaña electoral, movilizando a su base más radical con frases y acciones incendiarias que le han asegurado el control del debate mediático.
Ha incentivado el uso de armas entre civiles, desobedecido a la Justicia, flexibilizado la legislación ambiental, insultado a periodistas, opositores y jueces, y tratado con desdén la pandemia, que ya ha segado la vida de casi 700,000 brasileños.
“Brasil tiene que dejar de ser un país de maricas”, afirmó en noviembre de 2020 en un acto público, descalificando las restricciones contra el COVID-19.
También ha sumado investigaciones en su contra -una de ellas por diseminar noticias falsas-, ha negado los alarmantes índices de destrucción en la Amazonía y ha elevado la tensión institucional al participar en manifestaciones que pedían una “intervención militar”.
Con las encuestas dándole la espalda desde hace meses, ahora pone en duda la fiabilidad de las urnas electrónicas que Brasil utiliza sin sombra de sospecha desde 1996, las mismas que le eligieron presidente en 2018.
Un capitán indisciplinado
Descendiente de migrantes italianos, Jair Messias Bolsonaro nació el 21 de marzo de 1955 en una familia humilde en el municipio de Glicério, en el interior de Sao Paulo, y pasó su adolescencia en la localidad de Eldorado, un periodo clave para entender su anticomunismo.
Eran tiempos de dictadura y le marcarían para siempre los enfrentamientos entre guerrilleros y militares que se produjeron en Eldorado.
Esa fue la semilla que le llevó a alistarse en la Escuela Militar de las Agulhas Negras, en Río de Janeiro. Entró siendo conocido como “Palmito”, por su aspecto alto, blanco y delgado; y salió con el apodo de “Cavalao” (caballo grande) por su alta resistencia física.
Se formó en 1977. Ingresó en la brigada paracaidista y ascendió a capitán. Hasta ahí su carrera castrense.
En 1986, con la democracia ya de vuelta, escribió un explosivo artículo en la prensa en el que reivindicó mejores salarios para la categoría, llamando casi a la insubordinación.
Le costó dos semanas en el calabozo y un proceso en la Justicia militar. Al final acabó por abandonar los cuarteles en 1988, cuando inició su trayectoria política.
Un político sin escrúpulos
Fue elegido concejal en Río y, dos años después, dio el salto a la Cámara de los Diputados, donde encadenó siete mandatos consecutivos en los que se fue abriendo paso a golpe de polémica.
Durante esa etapa afirmó que “el gran error del régimen militar fue haber matado a poca gente” y se mostró “favorable a la tortura”.
La hemeroteca también está repleta de comentarios homofóbicos, racistas y misóginos. “Jamás te violaría porque no te lo mereces”, dijo en 2014 a una diputada.
Con el paso del tiempo, salió del universo estrictamente militar para ganar nuevos horizontes y convertirse en una suerte de guardián de la agenda conservadora de los evangélicos, contraria al aborto y a la “ideología de género” y que apuesta por la agropecuaria y las armas (bala, buey y Biblia).
También supo capitalizar en las redes sociales la ola de rabia generada por los escándalos de corrupción que salpicaron al Gobierno del Partido de los Trabajadores (PT).
En 2018 se presentó como el único candidato capaz de romper con el “establishment” del que formaba parte hacía 30 años, pero en la última parte de su mandato ha abrazado ese mismo poder establecido para evitar la apertura de juicios políticos en su contra en el Congreso.
Ganó las elecciones en segunda vuelta con 57.8 millones de votos (55%), tras una campaña empañada por la cuchillada que recibió Bolsonaro por parte de un enfermo mental.
En este 2022 cuenta con la maquinaria del Estado a su favor, aunque su imagen está desgastada después de una errática gestión del coronavirus, una inflación del 12% y un crecimiento económico raquítico.