En el segundo piso del Pentágono, un pequeño mapa marca el rumbo que tomó un avión secuestrado de American Airlines antes de impactar contra el cuartel general militar el 11 de setiembre del 2001, un ataque que dio paso a la invasión de Afganistán liderada por Estados Unidos.
Unos pasillos más allá cuelga un póster del tamaño de una pared de una portada de la revista Time del 2009, con las palabras “Cómo no perder en Afganistán” y una imagen de un soldado estadounidense fumando un cigarrillo en algún lugar del país.
El edificio cerca de Washington que alberga oficinas para más de 20,000 militares y empleados civiles de defensa está plagado de recordatorios de 20 años de implicación de Estados Unidos en Afganistán, su guerra más larga.
¿Mereció la pena? Esa es la pregunta con la que lidian los líderes militares tras el colapso del ejército afgano entrenado y financiado por Estados Unidos, la captura sorprendentemente rápida de los talibanes, la fallida evacuación de civiles de Kabul y la perspectiva de que los afganos que ayudaron a los estadounidenses en la guerra se queden atrás, a merced de las represalias de los militantes islamistas en el poder.
“Vemos videos y fotos, leemos historias que nos traen recuerdos a algunos de nosotros y se vuelve intensamente personal”, escribió el general David Berger, comandante de la Infantería de Marina estadounidense, en un memorando. “¿Valió la pena? Sí. ¿Todavía duele? Sí”, señaló.
“No tenía que terminar así”
Es común que los militares forjen vínculos con los países a los que se despliegan, especialmente en combate.
Hubo una profunda frustración entre los desplegados en Siria cuando el entonces presidente Donald Trump anunció de forma abrupta en diciembre del 2018 la retirada de 2,000 soldados que habían derrotado en gran medida a Estado Islámico (ISIS). La medida fue criticada por oficiales y legisladores como un abandono de sus aliados kurdos y una forma de dejar sin control la influencia de Rusia e Irán en Siria.
No obstante, a diferencia de Siria, una generación de militares fue moldeada por Afganistán, una guerra que al principio tenía como objetivo derrocar a los talibanes y atacar a los militantes de Al Qaeda que planearon los ataques en Nueva York y Washington.
A lo largo de los años, 800,000 estadounidenses se desplegaron en Afganistán, a medida que la misión se convertía en un ejercicio de construcción nacional. Casi 2,400 murieron y más de 20,000 resultaron heridos.
Para los críticos, el ejército estadounidense fue parte del problema. Los líderes militares presentaron a menudo puntos de vista demasiado optimistas. Los ataques aéreos y las redadas mataron a mujeres y niños.
Cuando los informes de inteligencia comenzaron a llegar hace dos semanas de que los talibanes estaban conquistando el país con poca resistencia por parte de las fuerzas afganas, los funcionarios del Pentágono dijeron estar conmocionados.
Cuando el presidente Joe Biden dio un discurso en el que dijo que algunos afganos en riesgo no querían irse, hubo enojo por su aparente falta de empatía. En los últimos días, ha habido frustración por la lentitud de las evacuaciones de ciudadanos estadounidenses y afganos vulnerables.
Algunos funcionarios militares estadounidenses dijeron que no pudieron contener las lágrimas durante la semana pasada. Para algunos, fue leer informes sobre las bases en las que vivían siendo invadidas. Otros recibían mensajes de afganos pidiendo ayuda y advirtiendo que los talibanes los matarían.
“Quiero ser muy claro: su servicio no fue en vano y marcó una diferencia”, dijo el almirante Mike Gilday, jefe de operaciones navales de Estados Unidos, en su propio memorando la semana pasada.
Asistentes del secretario de Defensa de Estados Unidos, Lloyd Austin, y del presidente del Estado Mayor Conjunto, el general Mark Milley, quienes sirvieron en Afganistán, incluyeron referencias a la variedad de emociones que sentían los miembros del servicio cuando hablaron con los periodistas.
Ambos afirmaron que entienden que los sucesos en Afganistán sean personales para los militares y que son tiempos difíciles. “Iba a terminar en algún momento. Simplemente no tenía que terminar así”, dijo un oficial.