¿Mereció la pena tanto sacrificio? Esa es la pregunta -sin respuesta- que una generación de soldados estadounidenses se hace ante el ascenso al poder de los talibanes y la destrucción del modelo de sociedad occidental que intentaron construir en Afganistán.
Unos 800,000 jóvenes estadounidenses han luchado en la guerra de Afganistán desde su inicio tras los atentados del 11 de setiembre del 2001.
Según el Pentágono, 2,352 han perdido la vida y más de 20,000 resultaron heridos, aunque las cifras podrían ser más altas debido a la dificultad de contabilizar los suicidios y los problemas de salud mental.
Chris Velazquez es uno de los nombres que se esconden detrás de los números. Estuvo en la provincia afgana de Helmand entre marzo y diciembre del 2009, pero al volver abandonó los marines y durante casi una década estuvo lidiando con el miedo y la ansiedad del síndrome de estrés postraumático, alimentado por el abuso de estupefacientes.
Con el paso de los años, se dio cuenta de que su experiencia en Afganistán fue una “pérdida de vida y tiempo” no solo por el daño que sufrió, sino porque cree que Estados Unidos no supo entender Afganistán y ocupó el territorio durante casi 20 años intentando construir sin éxito una nación.
Sin misión y sin plan de escape
“Mucha gente, muchos veteranos de guerra creen que detrás habría como un ‘gran plan’ sobre lo que estaba pasando, pero no se dieron cuenta de que, en realidad, detrás de todo solo había un grupo de gente intentando hacer conjeturas”, reflexiona.
Considera que Washington nunca tuvo clara su misión y, por eso, no le extraña el caos que rodea la evacuación de ciudadanos estadounidenses y colaboradores afganos.
De la misma opinión es Jeremiah Knowles, quien era un “niño de 19 años” cuando en el 2008 comenzó a trabajar como analista de inteligencia en la base militar Camp Phoenix, en el este de Kabul y famosa por ser uno de los objetivos preferidos de los talibanes para perpetrar atentados suicidas.
Casi no salía de la base, pero en una ocasión le ordenaron ir a un pueblo para recolectar información de inteligencia.
Les dijo a los locales que iba a “revisarles la vista”, pero en realidad se dedicó a hacerles exámenes de la retina y tomar sus huellas dactilares para meterlos en una base de datos que servía a Washington para identificar a los afganos, en caso de que fueran arrestados.
“Cualquier ayuda a la población civil se hacía para servir los intereses de Estados Unidos”, relata Knowles con un punto de amargura.
Y por eso, poco a poco, llegó a la conclusión de que la guerra fue “inútil”. “Solo trabajamos con la versión de Afganistán que era favorable a Occidente, pero no trabajamos con el pueblo afgano”, observa ahora.
Subidas y bajadas
Otros, sin embargo, tienen una visión diferente y creen que la guerra tuvo dos caras: una positiva con el debilitamiento de Al Qaeda y otra negativa con un reguero de muertes.
En Facebook, el teniente general James “Jim” Slife, jefe del Comando de Operaciones Especiales de la Fuerza Aérea, consideró que vivió “altibajos”, con momentos triunfales como la muerte de Osama Bin Laden en el 2011 y otros amargos como los “innumerables” soldados que envió al campo de batalla y que, en algunos casos, nunca volvieron.
“Como a muchos, me cuesta encontrar sentido a todo esto”, confesó hace unos días el teniente general, quien entre el 2002 y 2011 estuvo “entrando y saliendo” de Afganistán constantemente.
Slife no está solo entre los altos mandos militares estadounidenses que dedicaron buena parte de su carrera a la guerra de Afganistán.
El propio secretario de Defensa de Estados Unidos, Lloyd J. Austin III, quien lideró a soldados en el campo de batalla entre el 2003 y 2005, reconoció recientemente que la caída de Kabul en manos de los talibanes es algo “muy personal” para él.
“Esta es una guerra en la que luché, que lideré. Conozco el país. Conozco a la gente y conozco a los que lucharon a nuestro lado”, afirmó Austin.
Aún quedan en Afganistán casi 6,000 militares estadounidenses con el objetivo de asegurar el aeropuerto de Kabul y permitir la huida de los ciudadanos estadounidenses y sus colaboradores afganos.
En total, junto a Estados Unidos, otros 51 países -entre socios de la OTAN y aliados- han participado en la guerra de Afganistán.
Además de las vidas estadounidenses, la guerra ha dejado 66,000 militares y policías afganos muertos, además de unos 47,200 civiles fallecidos y otros 2.5 millones que han tenido que huir de sus casas, según datos de la ONU y de la Universidad Brown, dedicada a investigar los costos del conflicto.