Militares ucranianos que combaten en el frente del este celebraron en una entrevista con EFE el desbloqueo de la ayuda de EE. UU., pero advirtieron de que Ucrania necesita más soldados y un salto cualitativo en el nivel de apoyo de sus aliados para conseguir una victoria a la que no ven alternativa.
“Ha mejorado la moral en el Ejército, evidentemente”, dice Oleksandr, un antiguo encargado de almacén que se alistó como voluntario al comienzo de esta guerra y forma parte del pelotón de apoyo de fuego del batallón Svoboda de la Guardia Nacional ucraniana.
Tras medio año de vacilaciones, el Congreso de EE. UU. aprobó en abril una nueva partida de más de US$ 60,000 millones para financiar nueva ayuda militar a Ucrania, que ya ha comenzado a llegar al frente.
La interrupción del flujo de ayuda estadounidense dejó a Ucrania sin munición suficiente para repeler los ataques de Rusia, que lo ha aprovechado para ganar terreno en la región oriental de Donetsk.
Oleksandr y sus compañeros en el pelotón confían en que este material militar sirva para detener los avances rusos, pero alertan de que Ucrania solo podrá volver a recuperar territorios si se agiliza el ritmo de la ayuda y se dota al Ejército de Kiev con la calidad y la cantidad de armamento que precisa.
“Todo dependerá de eso”, dice Anton Bosuy, que regresó de Dinamarca hace más de dos años para unirse al Ejército y combate con el pelotón cerca de Spirne (Donetsk), menos de cuarenta kilómetros al noreste de la ocupada Bajmut.
Bosuy ilustra con un ejemplo la inferioridad ucraniana en tecnología militar, que a su juicio podría corregirse con un apoyo occidental más decisivo: “Estamos utilizando lanzagranadas soviéticos AGS fabricados en la década de 1960, mientras que los rusos cuentan con lanzagranadas modernos”.
El alcance de los AGS ucranianos, explica, es de 1.7 kilómetros, muy inferior a los 2.5 kilómetros que alcanzan los lanzagranadas que utiliza Rusia.
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Demandas de más y mejor armamento
Estos militares insisten en que no existe alternativa al envío de más y mejor material “de ataque y no simplemente de defensa”, y relativizan la importancia de la instrucción militar que ofrece a los ucranianos Occidente, al considerar que su Ejército está más preparado.
“Una cosa es la teoría y otra la práctica que nuestros veteranos adquirieron luchando en el este”, dice otro militar, Artem, que también se identifica con su nombre de guerra, Samurái, sobre una experiencia militar ucraniana que empezó en 2014 con la guerra activada por el Kremlin en Donetsk y Lugansk.
El ritmo al que ha llegado la ayuda militar occidental desde el comienzo de esta guerra es motivo de frustración entre estos soldados ucranianos, que lamentan que las decisiones de enviar más cantidad o sistemas más eficaces solo se tomen cuando la situación parece desesperada para Ucrania y no cuando Kiev gana fuerza y tiene opciones de avanzar.
“No nos dan bastantes armas para atacar, solo para defendernos; si nos hubieran dado más munición y armamento, las cosas serían distintas ahora”, dice otro de los integrantes del pelotón, Viacheslav Danchishin, que trabajó en las localidades españolas de Zaragoza, Tarragona y Benasque antes de volver a su país para luchar.
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Reducir la brecha numérica
Estos militares ucranianos también coinciden en pedir que se despliegue a más soldados en la línea de contacto para reducir la brecha con las fuerzas rusas, que han hecho de su superioridad numérica una de sus bazas en esta guerra.
Conceptos como el de ‘frente económico’, utilizados por los profesionales varones que no están dispuestos a combatir y argumentan que contribuyen a la causa pagando impuestos, son motivo de escepticismo entre estos militares que dejaron atrás vidas civiles ordenadas y prósperas para empuñar las armas.
“Pienso que todo el mundo acabará yendo al frente, no hay suficientes soldados y ya deberían estar entrenando”, dice Bosuy, el joven que volvió de Dinamarca, sobre quienes se resisten a ser movilizados. “¿Piensan que alguien vendrá a hacer la guerra por ellos?”, agrega.
Cada vez menos ucranianos se unen al Ejército por decisión propia, lo que afecta al espíritu de las unidades, que se renuevan con quienes toman las armas por obligación.
“Al principio todo el batallón (Svoboda) estaba compuesto por voluntarios; ahora ya no son tantos”, explica Danchishin, el soldado que vivió en España, que reconoce que los movilizados no van a la guerra con la misma moral.
Pese a las dificultades, ninguno de estos soldados ve posibilidades de llegar a un compromiso con Rusia. Ven esta guerra como un maratón que, a ojos de Oleksandr, el encargado de almacén convertido en soldado, comenzó hace varios siglos con la lucha de sus antepasados contra los primeros intentos de dominación de Moscú.
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