Muchas personas en Estados Unidos esperan que el nuevo gobierno de Trump reduzca un gobierno enorme y controlador, recorte el gasto y elimine normas. Saber si esta meta todavía es posible es crucial para Estados Unidos y el mundo, tras dos décadas de incesante aumento global de la deuda pública como resultado de la crisis financiera de 2007 a 2009 y la pandemia.
Para saberlo, un estudio de caso sobre cómo domar a un leviatán fuera de control que podría ser de utilidad nos traslada más de 8,000 kilómetros al sur de Washington, donde está en curso un experimento extraordinario.
Javier Milei ya cumplió un año como presidente de Argentina. Aunque durante su campaña apareció armado con una motosierra, su programa económico es serio y constituye una de las dosis más radicales de medicina de libre mercado desde el thatcherismo. Involucra riesgos, empezando por la historia de inestabilidad de Argentina y la personalidad explosiva de Milei. Sin embargo, también ofrece lecciones sorprendentes.
La izquierda lo detesta y la derecha trumpiana lo ha recibido con los brazos abiertos, pero lo cierto es que Milei no se ajusta a ninguno de esos grupos. Ha demostrado que la expansión continua del Estado no es inevitable. Además, es una amonestación ejemplar al populismo oportunista del tipo que practica Donald Trump.
Milei cree en el libre comercio y el mercado libre, no en el proteccionismo; en la disciplina hacendaria, no en el endeudamiento insensato, y no en divulgar fantasías populares, sino en hablarle al público con la verdad cruda.
Argentina lleva varias décadas en dificultades: el Estado se dedicó a dispensar favores, sus políticos se acostumbraron a mentir y su banco central imprimió papel moneda para intentar tapizar las grietas. A fin de controlar la inflación, distintas administraciones recurrieron a una serie de controles de precios, tipos de cambio múltiples y controles de capital. Hasta ahora, es el único país en la historia económica moderna que ha descendido de la categoría de primer mundo a la de nación de ingresos medios.
Milei fue electo con la misión de darle un giro a esta dirección en declive. Su motosierra recortó el gasto público casi un tercio en términos reales, redujo a la mitad el número de ministerios y construyó un superávit presupuestario. Echó en la hoguera los trámites burocráticos, lo que liberó a los mercados, desde el arrendamiento de vivienda hasta las aerolíneas.
Estas acciones han tenido resultados alentadores. La inflación ha bajado del 13% mensual a solo un 3%. La calificación de riesgo de incumplimiento otorgada por los inversionistas se redujo a la mitad. Una economía maltrecha ha comenzado a dar señales de recuperación.
El aspecto fascinante es la filosofía detrás de estas cifras. Erróneamente, a Milei a menudo se le mete en el mismo saco que a líderes populistas como Trump, la extrema derecha en Francia y Alemania o Viktor Orbán en Hungría. Pero, en realidad, Milei proviene de una tradición totalmente distinta.
Un verdadero convencido de los mercados abiertos y las libertades individuales, tiene un fervor casi religioso por la libertad económica, aborrece el socialismo y siente un desprecio “infinito” por el Estado. En vez de optar por una política industrial y aranceles, promueve el comercio con empresas privadas que no interfieren en los asuntos internos de Argentina, incluidas las chinas.
Es un republicano partidario del Estado mínimo y admirador de Margaret Thatcher (un ejemplo mesiánico de una especie en peligro de extinción). Sus cifras en las encuestas van al alza y, en este momento de su mandato, es más popular en Argentina de lo que fueron sus predecesores recientes.
Pero no hay que olvidar que todavía es posible que el experimento de Milei tenga como resultado un fracaso desastroso. La austeridad ha impulsado al alza la tasa de pobreza, que saltó al 53% en el primer semestre de 2024, mientras que un año antes se encontraba en el 40%.
Milei podría batallar para gobernar si la resistencia gana fuerza y la oposición peronista logra organizarse mejor. La confianza de los inversionistas se pondrá a prueba si finalmente elimina los controles de capital y aplica el cambio de un peso sobrevaluado a un régimen de tipo de cambio flexible: un desplome en la moneda podría sacudir los nervios e impulsar la inflación de nuevo al alza. Milei es un excéntrico que podría dejarse distraer por las guerras culturales de género y cambio climático y olvidarse de su misión central de restaurar la economía de Argentina al rumbo del crecimiento.
No obstante, y a pesar de que Argentina es un país muy inusual, el resto del mundo podría aprender varias lecciones del primer año de Milei, incluidos sus admiradores y detractores en Estados Unidos. Tomemos, para empezar, el crecimiento del Estado.
El endeudamiento público global aumentó del 70% del PBI hace 20 años al 93% este año, y se espera que alcance el 100% para 2030. La deuda es un flagelo no solo en los países ricos, sino también en China y la India, ambos países con déficits considerables.
La crisis financiera y la pandemia incrementaron el endeudamiento y crearon la noción de que el gobierno siempre saldrá al rescate si las personas atraviesan alguna adversidad. A medida que envejece la población, muchos países enfrentan crecientes costos por pensiones y servicios de salud. Las regulaciones parecen acumularse sin parar. Los gobiernos no saben cómo romper este ciclo. En algunos lugares, como Francia, la perspectiva de hacerlo podría generar caos político.
Algunas lecciones de Milei son de carácter técnico. Con el propósito de reducir el gasto, les pidió a los departamentos gubernamentales que recortaran sus gastos de proveeduría, sus costos administrativos y sus salarios, en vez de las transferencias de efectivo a los más pobres.
Reconoció que controlar el gasto en pensiones es esencial porque una población que envejece se lleva una porción enorme del presupuesto, una realidad hacendaria que muchos países todavía no han confrontado. En el poder, ha aprendido a añadirle una dosis de pragmatismo a sus convicciones.
Fijó el rumbo para Argentina, pero les delegó las negociaciones legislativas a sus colaboradores y les encomendó la supervisión de la economía a ministros calificados (el más destacado es Federico Sturzenegger, su zar de la desregulación).
Ego máximo, Estado mínimo
Quizá la mayor lección radique en su valentía y su coherencia. Nos gusten o no, las políticas de Milei están alineadas entre sí, lo que ayuda a magnificar sus efectos. A diferencia de Trump, no prometió desatar el poder de los mercados y los consumidores en un respiro y proteger a las empresas de la competencia en el siguiente.
Su victoria en el debate a favor de una reforma difícil pero vital demuestra, de hecho, que los electores pueden soportar las verdades crudas aunque estén acostumbrados a las banalidades endulzadas.
Milei, con sus chaquetas de motociclista, su mantra “anarcocapitalista” y su temperamento explosivo, no proyecta la imagen de salvador, y quizá no salve a Argentina. Pero analizar con detenimiento las medidas que ha tomado a fin de confrontar de manera coherente y sistemática una de las encarnaciones más extremas de un problema prácticamente universal es un ejercicio que vale la pena para todo el mundo. Incluso para la Casa Blanca.
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