En el norte de Bolivia, al borde de la selva amazónica, se extiende una sabana llamada Llanos de Moxos. Este es el terreno de Umberto Lombardo, de la Universidad Autónoma de Barcelona. Los arqueólogos pensaban que el suelo de la cuenca del Amazonas era demasiado pobre para albergar una población humana numerosa antes de la llegada de los europeos. Lombardo dirige un equipo que demuestra que estaban equivocados.
La idea de que la Amazonía precolombina era prístina ha caído en picada en los últimos años. Los científicos han hallado varias pruebas que apuntan a la existencia de asentamientos humanos, incluyendo lugares que estuvieron poblados y especies arbóreas que parecen haber sido trasplantadas. Sin embargo, no estaba claro el tamaño de la civilización ni el número de personas que pudo albergar.
Ahora está más claro. En un artículo publicado la semana pasada en Nature, Lombardo y sus colegas aportan pruebas de ingeniería hidrológica y plantación de maíz a gran escala, lo que refuerza la tesis de que un buen número de personas vivía en la zona en los siglos anteriores a Colón, durante el periodo en que los incas gobernaban los Andes, y los mayas y los aztecas reinaban Mesoamérica.
Los Llanos de Moxos son planos en su mayor parte, y se inundan entre tres y seis meses al año. Pero algunas lomas se elevan por encima del nivel del agua. Allí crecen los árboles y allí vivía la gente, que construía con tierra a falta de piedra.
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Aún pueden verse restos de algunas de sus estructuras de tierra. Una zona en particular, la región de los Montículos Monumentales, de 4,500 kilómetros cuadrados, alberga cientos de montículos, algunos de más de 20 metros de altura y 20 hectáreas de extensión, unidos por calzadas que se extienden a lo largo de kilómetros.
Fueron construidos por un pueblo conocido por los eruditos modernos como la cultura casarabe, que floreció durante casi mil años. La extensión de las obras de tierra de los casarabe sugiere que eran muchos. Esto plantea la cuestión de cómo se alimentaban.
El grupo de Lombardo ha identificado un sistema de canales y estanques cerca de los montículos utilizando imágenes de satélite y lídar (un equivalente óptico del radar que puede ver más allá de la vegetación para revelar la topografía subyacente).
Sugieren que los canales drenaban el agua de la sabana hacia los estanques durante la estación lluviosa, manteniendo partes de la sabana lo bastante secas como para ser cultivadas, y que esta agua se utilizaba para el riego durante la estación seca.
Esto habría permitido cultivar durante todo el año. También buscaron en los sedimentos locales polen y fitolitos, estructuras microscópicas de sílice que se forman en muchos tejidos vegetales. El polen y los fitolitos sugerían que los casarabe cultivaban maíz, excluyendo casi cualquier otra cosa.
No está claro cuán numerosos eran los casarabe. Aunque las obras de tierra son extensas, podrían haber sido construidas poco a poco, a lo largo de los siglos, por una población que nunca fue especialmente numerosa. Para calcular la cantidad de maíz que se producía —y el número de personas que podría haber sustentado— será necesario realizar más trabajo de campo. También será necesario identificar las variedades de maíz cultivadas, ya que no habrían sido tan productivas como las modernas.
Según Eduardo Neves, de la Universidad de São Paulo, Brasil, y coautor del artículo, los últimos intentos de estimar la población precolombina de toda la cuenca amazónica han llegado a alcanzar entre 8 y 10 millones de habitantes, pero se trata solo de suposiciones.
En cuanto al destino de los casarabe, muchos sospechan que siguieron el mismo camino que otras poblaciones indígenas del continente americano, tanto del sur como del norte: asolados por las enfermedades del Viejo Mundo, especialmente la viruela, incluso antes del contacto directo entre las víctimas y los recién llegados. Pero esto también es especulación.
En el caso de la región de los Montículos Monumentales, la datación por radiocarbono sugiere que la gente dejó de vivir en al menos algunos de los montículos hacia 1400, casi un siglo antes de la llegada de Colón. Pero otros permanecieron y seguían cultivando maíz hasta 1550.
Los casarabe siguen siendo un misterio. Las cabezas de hacha de piedra y las joyas de cobre y lapislázuli sugieren un comercio con los Andes y lo que hoy es Brasil. Las diversas formas de enterrar a los muertos, unas más opulentas que otras, implican una jerarquía social. Los túmulos más colosales podían tener un significado religioso específico o estar asociados al poder político.
En cualquier caso, se rompió el vínculo entre los habitantes pasados y presentes de la región de los Montículos Monumentales. La mayor parte de la sabana es ahora propiedad de ganaderos. Los sirionós —los indígenas que viven hoy allí— no tienen ninguna relación con la cultura casarabe.
Sin embargo, los lugareños sí están conscientes de los vestigios; algunos construyeron sus casas sobre los antiguos montículos. Otros siguen utilizando las calzadas y canales de los casarabe. Muchos dicen haber encontrado cerámicas y huesos mientras cultivaban. Y, según Lombardo, sienten curiosidad por saber más sobre la historia de sus tierras.
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