Cuando los historiadores escriban sobre el primer cuarto del siglo XXI, quizá lo resuman de esta manera: veinte años de progreso sin precedentes seguidos de cinco años de estancamiento. Eso es cierto en cuanto a casi todos los temas en los que trabaja la Fundación Bill y Melinda Gates, desde la reducción de la pobreza hasta la escolarización primaria. Pero en ningún ámbito el contraste es más marcado o trágico que en la salud.
Entre 2000 y 2020, el mundo fue testigo de un auge de la salud mundial. La mortalidad infantil se redujo en un 50%. En 2000, morían más de 10 millones de niños al año, y ahora esa cifra es inferior a 5 millones. La prevalencia de las enfermedades infecciosas más mortíferas del mundo también se redujo a la mitad. Lo mejor de todo es que los avances se produjeron en regiones con la morbilidad más alta. África subsahariana y Asia meridional fueron las regiones que más mejoraron.
Entonces llegó la pandemia de covid-19 y el progreso se detuvo en seco.
Hoy, el mundo se enfrenta a más desafíos que en cualquier otro momento de mi vida adulta: inflación, deuda, nuevas guerras. También se enfrenta a la peor crisis de salud infantil: la desnutrición. Por desgracia, la ayuda no está a la altura de estas necesidades, especialmente en los lugares que más la necesitan.
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Cuando un niño muere, la mitad de las veces la causa subyacente es la desnutrición. El cambio climático está empeorando la situación. Entre 2024 y 2050, cerca de 40 millones de niños más sufrirán retraso en el crecimiento y 28 millones padecerán emaciación como consecuencia del cambio climático, según nuevos datos del Instituto de Métricas y Evaluación de la Salud. Estas condiciones, las formas más agudas de desnutrición, significan que los niños no crecen mental ni físicamente al máximo de su potencial.
Las repercusiones sanitarias y económicas son catastróficas. Un niño que haya sufrido desnutrición grave antes de los tres años completará cinco años menos de escolarización que los niños bien alimentados y los estudios demuestran que las personas que pasaron hambre de niños ganan un 10% menos a lo largo de su vida y tienen un 33% menos de probabilidades de salir de la pobreza.
Debemos invertir en salud mundial para proteger a los niños de los peores efectos del hambre, mitigar los efectos del cambio climático y estimular el crecimiento económico. Y mirar al pasado puede servir de inspiración para reavivar el progreso.
El auge de la salud mundial tuvo muchas causas. Una nueva generación de líderes políticos adoptó el humanitarismo. Cientos de miles de trabajadores sanitarios se desplegaron por todo el planeta, llevando los medicamentos más recientes a lugares que los médicos rara vez habían visitado. Sin embargo, un factor que a menudo se pasa por alto fue un pequeño —pero crucial— aumento del financiamiento.
A partir del año 2000, los países más ricos del mundo empezaron a aumentar de forma constante su financiamiento para complementar a los países de bajos ingresos a medida que aumentaban sus propias inversiones en salud. Durante los primeros 20 años del siglo, los países de la OCDE aumentaron constantemente la ayuda exterior, pasando de una media del 0.22% de su producto nacional bruto al 0.33%, y los países más generosos aportaron cerca del 1%.
En 2020, los países de bajos ingresos recibieron un promedio de US$ 10.47 por persona. No parece mucho, pero esos US$ 10.47 marcaron una diferencia notable. Impulsó el trabajo de organizaciones como Gavi, la Alianza para las Vacunas y el Fondo Mundial de Lucha contra el Sida, la Tuberculosis y la Malaria, que dieron a los países más pobres acceso a vacunas, medicamentos y otros avances médicos que salvan vidas.
El impacto de esta generosidad fue impresionante. Sin embargo, el trabajo no ha terminado. En la actualidad, más de la mitad de todas las muertes infantiles siguen produciéndose en el África subsahariana. Desde 2010, el porcentaje de pobres del mundo que viven en la región ha aumentado más de 20 puntos, hasta casi alcanzar el 60%. A pesar de ello, durante el mismo periodo, la proporción de la ayuda exterior total destinada a África ha descendido de casi el 40 a solo el 25%, el porcentaje más bajo en 20 años. Menos recursos significan que más niños morirán por causas evitables.
El auge de la salud mundial ha terminado. ¿Pero por cuánto tiempo? Esa es la pregunta que he estado tratando de resolver durante los últimos cinco años. ¿Veremos este periodo como el final de una era dorada? ¿O se trata solo de un breve paréntesis antes de que comience otro auge?
Sigo siendo optimista. Creo que podemos dar a la salud mundial un segundo acto, incluso en un mundo en el que los retos que compiten entre sí obligan a los gobiernos a estirar sus presupuestos. Para ello, necesitaremos un enfoque doble.
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En primer lugar, el mundo debe volver a comprometerse con la labor que impulsó los avances a principios de la década de 2000, especialmente las inversiones en vacunas y medicamentos cruciales. Siguen salvando millones de vidas cada año.
También debemos mirar hacia delante. La investigación y el desarrollo están repletos de avances potentes y sorprendentemente rentables. Tenemos que ponerlos a trabajar para combatir las crisis sanitarias más generalizadas. Y esto empieza por una buena nutrición.
Uno de los pocos fracasos del auge de la salud mundial fue que no comprendimos la importancia de la nutrición. Pero en los últimos 15 años los médicos han empezado a descubrir las formas en que el estómago influye en todos los aspectos de la salud humana. Si resolvemos la desnutrición, facilitamos la solución de muchos otros problemas. Resolvemos la pobreza extrema. Las vacunas son más eficaces. Y enfermedades mortales como la malaria y la neumonía se vuelven mucho menos mortales.
Estos conocimientos se están convirtiendo ahora en innovaciones sorprendentemente rentables, como caldos superfortificados y vitaminas prenatales más eficaces. El impacto de la ampliación de estas innovaciones sería asombroso.
En Nigeria, los modelos muestran que el enriquecimiento de los cubitos de caldo no solo prevendría la anemia, sino que también evitaría más de 11,000 muertes por defectos congénitos del sistema nervioso central, conocidos como defectos del tubo neural. Y si los países de ingresos bajos y medios adoptaran la forma más completa de vitaminas prenatales, llamada Suplementos Múltiples de Micronutrientes, podrían salvarse casi medio millón de vidas de aquí a 2040.
El primer auge de la salud mundial ha terminado. ¿Pero por cuánto tiempo? Esa es una pregunta cuya resolución está en manos de la humanidad. Creo que podemos iniciar un segundo auge mundial de la salud proporcionando a los niños los nutrientes que necesitan para prosperar.
Bill Gates es cofundador de Microsoft y copresidente de la Fundación Bill y Melinda Gates. Una versión más larga de este artículo aparece en el informe Goalkeepers de la fundación para 2024.
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